?A¨²n manda la gente?
La Superliga est¨¢ lejos de ser la mejor soluci¨®n, pero ha tenido la virtud de hacernos pensar sobre la necesidad de cambios profundos
La Superliga y los buenos
El f¨²tbol se ha movido siempre con lentitud. Pero esta vez se aceler¨® hasta el punto de que este art¨ªculo, que la semana pasada se titul¨® El Real Madrid contra el petr¨®leo, esta semana estuvo a punto de titularse El Real Madrid con el petr¨®leo. Porque el f¨²tbol decidi¨® chocar contra s¨ª mismo. Dos poderes, el de los grandes clubes (con el Madrid al frente) y el de las grandes asociaciones (UEFA y FIFA), frente a frente. No era f¨¢cil elegir bando. El aborto del nuevo proyecto volvi¨® a cambiarme la mirada. La Superliga, que se present¨® en sociedad subestimando a los aficionados, al espesor cultural del f¨²tbol y a la fuerza de la tradici¨®n, al grito de ¡°venimos a salvarlos¡±, dur¨® 48 horas. Afortunadamente, por fin llegaron los buenos de verdad. ?Qui¨¦nes son? La gente, por supuesto, ¨²nica due?a del f¨²tbol, que decidi¨® salvarse sola.
Salvavidas ingl¨¦s
Seamos justos, el freno lo apret¨® la gente, s¨ª, pero la gente inglesa. Los aficionados y los grandes protagonistas del f¨²tbol espa?ol miraron el problema con la distancia del espectador. Una reacci¨®n tibia m¨¢s relacionada con el amor a su equipo que con el amor al f¨²tbol. Los aficionados del Madrid, el Bar?a o el Atl¨¦tico pueden no estar de acuerdo con las decisiones de sus clubes, pero entienden que hay algo de traici¨®n a la patria en criticarlas y su manera de entender la lealtad es callando. En cambio, en Inglaterra el f¨²tbol es sagrado y defienden su esencia con orgullo de propietario, que por algo son los inventores. Alegatos de l¨ªderes de opini¨®n, jugadores y t¨¦cnicos desafiando a sus propios clubes, aficionados ganando la calle y pol¨ªticos afilando su instinto para subirse a la ola, se alinearon en son de guerra para defender el f¨²tbol como una cuesti¨®n de todos y no solo de algunos.
El fracaso
La Superliga ten¨ªa una ambici¨®n recaudatoria que no sabemos si era real, porque las grandes plataformas desmienten el optimismo de sus n¨²meros, y una intenci¨®n solidaria con los equipos medianos que tampoco sabemos si era aut¨¦ntica, porque de la mano invisible del mercado solo sabemos que es tan invisible que no existe. Ten¨ªa tambi¨¦n la intenci¨®n de realizar un campeonato donde no era necesario el m¨¦rito para participar, seguramente porque ignoran que el f¨²tbol es aventura y que no hay aventura sin riesgos. M¨¢s a¨²n, la Superliga, tal y como se present¨®, traicionaba una idea de Europa que la actual Champions contribuye a vertebrar. Al proyecto, grandioso (como todo lo revolucionario), fr¨¢gil (como se demostr¨®), improvisado (con un cartel incompleto e invitados de ¨²ltima hora), y antipopular (porque los ricos no lo son), solo le faltaba presentarse en El chiringuito para que fuera tomado como una chirigota. Cuesta creer que algo tan grande tuviera una base tan d¨¦bil.
Pero seguimos teniendo un problema¡
Ahora bien, el f¨²tbol, tal y como lo conocemos, necesita ser repensado con medidas valientes porque los tiempos van en direcci¨®n contraria a su conservadurismo. La Superliga no logr¨® un consenso m¨ªnimo, de modo que est¨¢ lejos de ser la mejor soluci¨®n. Ahora bien, ha tenido la virtud de hacernos pensar sobre la necesidad de cambios profundos y no solo cosm¨¦ticos. Hay que humanizar los calendarios con menos partidos de las ligas nacionales, hay que fortalecer el espect¨¢culo con medidas que hagan al juego m¨¢s atractivo y, por qu¨¦ no, provocar m¨¢s enfrentamientos entre los grandes clubes de Europa. La fugaz Superliga nos dej¨® como antes, solo que m¨¢s divididos. Pero no es momento de pasar facturas, porque es tan necesario un organismo regulatorio como la presencia de los grandes clubes. Hay que bajarse del orgullo y sentarse a negociar pensando en el f¨²tbol. Esto es, hacer lo que hizo la gente en Inglaterra.
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