Vuela Simon Yates, Egan Bernal pliega las alas: el Giro de Italia comienza de nuevo
Primer d¨ªa malo del l¨ªder colombiano, quien cede casi un minuto al ingl¨¦s en la subida m¨¢s dura de la carrera, donde gana el irland¨¦s Dan Martin
Brilla el sol. Simon Yates canta. Simon Yates vuela. Egan Bernal pliega las alas. Resiste. La espalda dolorida, plegada sobre la bicicleta. Una sombra en su mirada. ¡°Brilla el sol, brillo yo¡±, dice el ingl¨¦s, erguido, ¨¢gil, sobre los pedales en los ¨²ltimos kil¨®metros de la ascensi¨®n a Sega di Ala, a los prados a 1.246 metros de altura sobre Trento, sobre el lago de Garda, donde los pastores suben a sus vacas en verano y duermen en chozas con tejados de piedra, donde Yates ataca una, dos, tres veces. Egan responde a la primera. Egan responde a la segunda. Egan no puede con la tercera, propiciada, ir¨®nicamente por el propio compa?ero del colombiano, Daniel Mart¨ªnez, el pr¨ªncipe de Soacha, quien en su esp¨ªritu solo pensaba en acelerar para lanzar a su jefe, a su amigo.
Yates sigue volando, un alcot¨¢n, un aguilucho, un harrier, como dicen los ingleses, que as¨ª llaman a sus cazas y a sus clubes de atletismo. Vuela pero su vuelo no le da para alcanzar a Dan Martin, el irland¨¦s que se fug¨® temprano con 18 m¨¢s y resiste, es su oficio, es su vida, resistir, es su estilo, y gana. El sobrino de Stephen Roche, de 34 a?os, con su maillot de vino tinto derramado, ya tiene en su cuaderno de caza dos victorias de etapa en el Tour, otras dos en la Vuelta. Ya ha ganado en las tres grandes.
Quedan tres kil¨®metros para el final de la subida m¨¢s dura del Giro de Italia. Mart¨ªnez tira de Egan. Se vuelve y le amenaza con el pu?o, le exige, le pide que no ceda, le obliga. Y en ese momento, explica, la cabeza manda. La raz¨®n l¨®gica se impone al p¨¢nico. Egan calcula: a Yates le saca m¨¢s de cuatro minutos en la general, le puede dejar margen; por detr¨¢s viene Caruso, el segundo en la general, a poco m¨¢s de dos minutos. Piensa y act¨²a. Intenta recuperar aire, bajar las pulsaciones, prepararse para cuando le alcance Caruso y pegarse a su rueda. Y resistir. Y, el ciclismo es siempre iron¨ªa, finalmente, Caruso alcanza a Egan y tora de ¨¦l, le ayuda. La rueda del segundo que lucha para ser segundo es la mejor rueda para el primero. Solo cede finalmente 3s al siciliano, quien sigue segundo, a 2m 21s; 57s con Yates, que ya es tercero, a 3m 23s. ¡°Fue un mal d¨ªa, pero me ha ido bien¡±, dice Egan y sonr¨ªe.
¡°Me equivoqu¨¦, me equivoqu¨¦, me equivoqu¨¦¡±, se arrepiente tres veces Egan, quien sabe que si hubiera conocido la subida, tan dura, con tantas rampas a m¨¢s del 15%, con un final muy suave, dos kil¨®metros casi en falso llano, habr¨ªa actuado mejor; que reconoce que no debi¨® seguir tan r¨¢pido a Yates en un ataque tan explosivo como el del ingl¨¦s, tan doloroso para el colombiano, que se queda sin aire, y p¨¢lido como los Dolomitas que le coronaron; que piensa que s¨ª, que quiz¨¢s, el d¨ªa de descanso no le sent¨® tan bien; que reconoce la superioridad de Yates en el terreno tan duro. ¡°Y Yates iba tan fuerte¡±, apostilla el colombiano, ¡°que ni siquiera el mejor Egan habr¨ªa podido alcanzarle¡±. Y tambi¨¦n podr¨ªa haber sumado un cuarto error, pues fue su Castroviejo quien, recordando el ciclista que en los Juegos de Londres, donde ¨¦l solito acab¨® con Bradley Wiggins y con todo el equipo brit¨¢nico, ha dejado al pelot¨®n en nada, en media docena, durante la ascensi¨®n a los pasos de Sega. De su rueda se han ido despegando Vlasov, Carthy, Ciccone. Y Egan sonr¨ªe, se siente fuerte entonces.
Mikel Nieve cumple 37 a?os y no los celebra soplando las velas de una tarta sino sudando las velas, tirando del pelot¨®n en la interminable ascensi¨®n de San Valentino, el puerto previo a la subida final. El navarro de hierro trabaja para su equipo, el BikeExchange. No le distrae nada, ni siquiera el recuerdo, la memoria de su gran d¨ªa cuando en el descenso inicial desde el Valle de Fassa hacia Trento y sus vi?edos verdes y h¨²medos una rotonda le se?ala la carretera de Gardecchia, donde hace a?os gan¨® la etapa m¨¢s dura que se recuerda. Tiene un trabajo que hacer. Tiene que endurecer la carrera. Tiene que lograr que cuando Yates ataque, Bernal est¨¦ muy solo. Trabajo de gregario, trabajo de ciclista de oficio que no concluye en la cima, sino abajo, en el valle, en la salida una curva a derechas del descenso en la que se han ca¨ªdo Nibali y Ciccone, y con ellos tropiezan unos cuantos, Nieve tambi¨¦n. Detr¨¢s llega Remco Evenepoel, un pel¨ªn distante, bajando con mucha prudencia. Frena. Intenta evitar el mont¨®n de huesos, gemidos y bicis que bloquean el paso. Se va hacia la derecha, pero no puede controlar la bici y salta sobre el elevado guardarra¨ªl. Se levanta el prodigio belga que est¨¢ aprendiendo a ser ciclista de la manera m¨¢s dura, a golpes, y se queda de pie en la cuneta. Y Nieve, un hermano mayor, 16 a?os mayor, un padre, se acerca a consolarlo, a darle ¨¢nimos. Remco no abandona. Se sube en la bici y contin¨²a, duro de cabeza, una venda en su brazo izquierdo, con su aprendizaje. Llega a la cima a m¨¢s de 36 minutos de Martin.
Quedan cuatro etapas de Giro. Dos finales en alto a¨²n, una contrarreloj de 30 kil¨®metros. La emoci¨®n, la memoria de Yates, su deseo, dicen que el Giro de Italia comienza de nuevo. El l¨ªder que parec¨ªa intocable, tan superior, ha mostrado debilidad un d¨ªa. Los rivales ya le temen menos. As¨ª, con un d¨ªa malo, una gota que fue el inicio de una catarata, empez¨® el ingl¨¦s tan superior hasta entonces, tan fresco, a perder el Giro del 18 con Froome. Egan reconoce que s¨ª, que el plan era no gastar tanto como ha gastado en la primera semana, pero que lo necesitaba, que le emocionaba volver a sentirse fuerte, que la adrenalina pod¨ªa con su voluntad. Pero quiere decir ahora que no pasa nada, asegura que todo est¨¢ bajo control, aunque, claro, a?ade, ¡°sigo con los pies en la tierra, esto no acaba hasta Mil¨¢n¡±. ¡°Pero no soy imbatible¡±, dice. ¡°Nadie es imbatible¡±.
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