Caruso ataca, Egan resiste: 30 kil¨®metros lo separan de ganar el Giro en el Duomo de Mil¨¢n
El siciliano ataca en descenso con Pello Bilbao, gana la etapa y hace pasar al colombiano por ¡°el momento m¨¢s complicado¡± de todo el Giro de Italia
Caruso sono, afirma, a lo Montalbano, el ciclista siciliano en la cima de Alpe Motta, por encima del valle oscuro, a 1.600 kil¨®metros de su Punta Secca luminosa, donde el sol se refleja siempre en el Mediterr¨¢neo claro. Imposible estar m¨¢s lejos de su casa sin salir de Italia. Damiano Caruso, que casi siempre est¨¢ ah¨ª, que casi nunca gana, es, dice, el hombre m¨¢s feliz del mundo. Tiene ya 33 a?os. Se ha afeitado el rid¨ªculo bigote rojo que se hab¨ªa dejado porque le hab¨ªan dicho que daba suerte, y ha ganado con la cara limpia, con la mirada cansada y el cuerpo infatigable. E Italia se conmueve ante un monumento al trabajo y al coraje hecho carne y huesos, m¨²sculos y coraz¨®n ¨Cy le proclaman campe¨®n del coraz¨®n-, ¡°y un gramo de locura¡±, a?ade ¨¦l, que el domingo terminar¨¢ segundo en el podio del Duomo de Mil¨¢n en un Giro de Italia que ganar¨¢, si no se produce un cataclismo, Egan Bernal, grande. Antes de los 30 kil¨®metros contrarreloj, el colombiano aventaja en 1m 59s al siciliano, y en 3m 23s a Simon Yates, a quien la falta de sol, de color en el valle, le deprime, y no aguanta el ritmo de Bernal al final.
El ataque a 50 kil¨®metros de la meta, y dos subidas a¨²n por delante, ha hecho da?o. Detr¨¢s de ellos, nunca a m¨¢s de 45s Egan y sus compa?eros de Ineos, el pelot¨®n se deshace en decenas de corredores que intentan aguantar la rueda que tienen delante, y la mayor¨ªa no pueden. Ha hecho dudar a Egan Bernal. Ha acabado con las esperanzas de Simon Yates. Caruso ejemplifica a la raza m¨¢s vieja del ciclismo, la del luchador que nunca se rinde, que pelea contra enemigos superiores; que, acostumbrado a trabajar para las estrellas, para el Mikel Landa que se cay¨® el quinto d¨ªa, duda antes de lanzarse, y, cuando termina, Caruso sono, a su servicio, solo sabe que hablar de su compa?ero Pello Bilbao, al que debe el 70% de su victoria, dice, y al que, de proletario a proletario, le da dos palmadas en la espalda cuando el ciclista de Gernika, ya vac¨ªo, deja de tirar de ¨¦l, a 6,5 kil¨®metros de la meta, ya en la ¨²ltima ascensi¨®n, en el inicio de la subida a Alpe Motta, una carretera antigua tallada en la roca a mano como una obra de arte, y ¨¦l hace de la roca sudor, y entran en el valle oscuro y h¨²medo de Spluga, estrecho y alto, casi tanto como el vecino de Maloja, que por la ruta del doctor Ferrari lleva hasta Sankt Moritz, y de all¨ª surgi¨® Giacometti y sus esculturas de figuras que se elevan buscando un sol que los inviernos solo les llega gracias al reflejo de grandes espejos muy bien estudiados.
Caruso ha intentado ganar el Giro. Ha atacado a la Nibali, su jefe tantos a?os, en una bajada, en el descenso de San Bernardino, al que los aficionados rebautizaron San Bernaldino en honor a un Egan Bernal que tiembla en su descenso, donde ataca Romain Bardet a la rueda de dos compa?eros b¨¢rbaros que muerden las 72 curvas cerradas, tan cerradas que no se le pueden llamar curvas de herradura. Son ¨¢ngulos agudos, picudos, en los que vale m¨¢s cerrar los ojos, cruzar los dedos, rezar quien crea, que la t¨¦cnica, y, temerariamente relanzar de nuevo a la salida de cada esquina. Caruso lo ve, y habla con su Bilbao. Vamos para adelante, le dice. El vizca¨ªno, uno de los mejores bajadores del pelot¨®n, elegante, seguro, maestro de las trazadas, no duda. Para adelante es para adelante. Alcanzan a los de Bardet, alcanzan a los fugados, y uno de ellos, Giovanni Visconti, tambi¨¦n siciliano, aunque de Palermo, se deja la piel tirando de su paisano. El Giro, una vez m¨¢s, comienza. Bernal tiembla.
¡°El momento m¨¢s complicado del Giro¡±, dice el colombiano, al que no le da tiempo a relamerse con el juego del Bernaldino, ni tampoco a pensar que debajo de la nieve dura que cubre todo lo que su vista abarca crece la hierba verde de los mism¨ªsimos prados de Heidi donde florecen los Edelweiss, pues por all¨ª ten¨ªa una casita inspiradora Johana Spyri, la escritora que la invent¨®. Solo tiene o¨ªdos para el gestor jefe de su empresa, Jonathan Castroviejo, vizca¨ªno como Pello Bilbao, que comanda las operaciones de explotaci¨®n de todos los trabajadores, que marca los ritmos, que gu¨ªa y aconseja y tranquiliza, que espera a Dani Mart¨ªnez, un bajador no muy all¨¢, pues le necesita su jefe para la subida final. Y con su ritmo de tren constante, Castroviejo lleva a Egan a rueda como le gusta al colombiano. A 7,5 kil¨®metros, se aparta Castro. Es el momento del pr¨ªncipe de Soacha, que no falla. Explosivo. Alado. Guiado por el deseo de morir al servicio de su patr¨®n si es necesario. A su rueda Egan mantiene siempre a Caruso a 20s-25s. A su rueda gana el Giro. ¡°He hecho toda la etapa a rueda¡±, resume Egan, que cedi¨® finalmente 30s al siciliano. ¡°Salvo el ¨²ltimo kil¨®metro. Ahora me quedan 30 para poder decir que he ganado el Giro¡±.
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