El nieto de Poulidor cumple con el encargo en su primer Tour de Francia
Mathieu van der Poel ataca en las dos subidas al M?r de Breta?a, gana la etapa y consigue el maillot amarillo que le hab¨ªa pedido su abuelo
En el hotel, el domingo por la ma?ana, se oye a Mariza, y Breta?a es un Portugal con iglesias de granito y barcas de piedra, melanc¨®lica, cielo gris, oc¨¦ano sin l¨ªmites, y as¨ª lo cuenta la due?a del hotel mientras prepara huevos revueltos, c¨®mo le gusta la niebla del fado. Tambi¨¦n les pega a los ciclistas que en otros hoteles se levantan el domingo por la ma?ana, se asoman por la ventana, lluvia tonta, y deciden que estar¨ªan mejor en cualquier otro sitio, y recuerdan c¨®mo docenas de ellos terminaron el s¨¢bado, haciendo cola en el hospital donde les hac¨ªan resonancias y radiograf¨ªas para ver cu¨¢ntos huesos se hab¨ªan roto en las dos ca¨ªdas tremendas del s¨¢bado.
En la radio suena, como un lamento interminable, m¨²sica tzigane, los cantos de los pueblos roman¨ªes del oriente, n¨®madas en caravanas perpetuas como lo son los ciclistas, siempre en movimiento, y las canciones tristes hablan de ellos, y tambi¨¦n suena el preludio de Trist¨¢n e Isolda. Y si est¨¢ m¨²sica le conviene tan bien al ¨¢nimo de condenados de los corredores tambi¨¦n les dice, les recuerda, que ellos ya no son los protagonistas del Tour de Francia, que la carrera preferir¨ªa que sonaran todos los d¨ªas, a todas horas, La cabalgata de las valquirias y la obertura de Guillermo Tell cabalgando para liberar Suiza mientras el domingo los ciclistas suben y bajan cuestas con el viento tres cuartos de cara como equilibristas por carreteras colgadas sobre los acantilados de la costa norte que sobrevuelan playas heladas y cultivos de vieiras, y hasta la primera tienda de ultramarinos de monsieur Leclerc, el bret¨®n que construy¨® un emporio de hipermercados a los que ha vestido de lunares como los del maillot de la monta?a.
Y que suenen m¨¢s fuerte a¨²n, claro, cuando Mathieu van der Poel, el niet¨ªsimo del ciclismo mundial, se adelanta a todos en el M?r de Breta?a, una, en el primer paso, y dos veces, en la meta final, y alcanza el maillot amarillo que el domingo, s¨ª, homenajear¨¢ a su abuelo, Raymond Poulidor, muerto hace a?o y medio, que nunca lo visti¨®, v¨ªctima de dos monstruos, Jacques Anquetil y Eddy Merckx, cinco Tours cada uno, detr¨¢s de quienes qued¨® tres veces segundo y cinco veces tercero. Mathieu, tan ni?o, se emociona y llora a moco tendido. Emoci¨®n verdadera, llanto vivo, que las c¨¢maras convierten en espect¨¢culo. Un punto m¨¢s para el Tour. ¡°Estoy orgulloso, estoy orgulloso, el amarillo en mi primer Tour. Qu¨¦ foto m¨¢s bonita se habr¨ªa hecho mi abuelo con ¨¦l¡±, responde luego Van der Poel, de 26 a?os, y se sigue secando las l¨¢grimas. ¡°Papy me lo hab¨ªa pedido y he llegado tarde para que lo viera, pero he llegado. He tenido que atacar dos veces para conseguir los segundos necesarios. Era mi ¨²ltima oportunidad. El primer d¨ªa el estr¨¦s y la ansiedad me bloquearon, pero hoy me he liberado. Puedes so?ar toda tu vida con un guion, pero que ese guion se haga realidad es incre¨ªble¡±.
Detr¨¢s, Alaphilippe intenta defender su t¨²nica, pero no puede, y los siameses eslovenos temporizan, se marcan, se desaf¨ªan, se esprintan en las dos subidas al M?r por orgullo y por segundos de bonificaci¨®n, y en ambas gana el joven, Pogacar. Los dem¨¢s favoritos, en reba?o, a 2s de los eslovenos y a 8s del holand¨¦s hijo de una francesa, Corinne Poulidor, que se enamor¨® de un ciclista holand¨¦s, Adri van der Poel, de vacaciones en Martinica. El hijo vive en B¨¦lgica y quiere ganar el oro ol¨ªmpico en mountain bike. Solo Geraint Thomas, condenado por la aceleraci¨®n de su equipo para Carapaz, y Superman ceden algo m¨¢s, 23s.
Tony Martin, el ciclista alem¨¢n que lleg¨® limando por la cuneta el s¨¢bado para comerse a la nietecita que, de espaldas a la carrera, saludaba a sus abuelitos, la llama est¨²pida, idiota, sin darse cuenta, quiz¨¢s, que ella, su estupidez, sus ganas de salir en la tele, o los graciosos que se disfrazan de zanahoria, y la c¨¢mara los busca con fruici¨®n, les hace estrellas, forma parte del Tour tanto como ¨¦l, el ciclista al que se aplaude y que, estresado y acelerado por miles de ¨®rdenes contradictorias y urgentes que le asedian desde el pinganillo, tanto casi como las tomas a¨¦reas de castillos, catedrales y paisajes que salpican las retransmisiones o como la caravana publicitaria.
El Tour es un show que al d¨ªa siguiente hace protagonistas a la nietecita, a la madre que salva, por los pelos, a su hijito y a su m¨®vil, lanz¨¢ndose a un foso, de la furia de los ciclistas abatidos a 60 por hora, al chaval sentado en su bici en la cuneta al que arrollan varios ciclistas despedidos del asfalto como un torbellino. ¡°?Una matanza, una carnicer¨ªa!¡±, vocifera en los peri¨®dicos el director del Tour, Christian Prudhomme, que elige bien las palabras m¨¢s llamativas, m¨¢s espectaculares, para describir unas ca¨ªdas que los viejos del Tour, fatalistas por obligaci¨®n, las dan por descontadas todos los a?os. Y tambi¨¦n los j¨®venes, como David Gaudu, bret¨®n ca¨ªdo: ¡°Es triste, pero esta es la ley del ciclismo¡±.
Otra m¨²sica suena en los coches de los equipos, donde, en un ritornelo casi barroco que nunca falla desde los primeros d¨ªas del ciclismo, se oye el lamento de los due?os de los equipos, qu¨¦ crueldad, algo hay que hacer, el ciclismo camina hacia su autodestrucci¨®n, lo de la nieta es una an¨¦cdota, no la raz¨®n. As¨ª clama Eusebio Unzue, cuyo Movistar perdi¨® en las ca¨ªdas a un ciclista, a Marc Soler, que se rompi¨® ambos codos, y casi a otro, a Superman L¨®pez, su l¨ªder, que perdi¨® 1m 49s, y vuelve a pedir al ciclismo que permita las sustituciones, como el f¨²tbol, que se deje de tanto espect¨¢culo, que busque f¨®rmulas para encontrar una v¨¢lvula que libere la presi¨®n que no hace sino crecer. Y a los ciclistas les dan cada d¨ªa bicicletas m¨¢s r¨¢pidas, llantas ligeras, aerodin¨¢micas, cambios electr¨®nicos, con desarrollos que hace nada se consideraban imposibles, 55/10 (12 metros por pedalada) incluso en etapas llanas, con los que se ponen en nada a 60 por hora y a 80 a¨²n pueden seguir pedaleando, y alcanzar velocidades que convierten a las bicis en caballos salvajes, incontrolables. ¡°Suena a herej¨ªa¡±, dice Unzue. ¡°Pero podr¨ªamos plantearnos limitar los desarrollos de las bicis, ?no?¡± Porque, reconoce, tan importante es el Tour para todos que nadie puede permitirse dejar de acelerarse y entrar en su juego, en el show.
Un espect¨¢culo que solo hacen verdadero Poulidor y su nieto obediente, las vidas y las leyendas con las que el Tour teje su trama y su maillot amarillo desde hace 118 a?os.
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