Al ritmo atacante de Pogacar, el Tour de Francia es devastador
Gana en Tignes el australiano O¡¯Connor y llega a poner en peligro temporal el maillot amarillo del esloveno, quien vuelve a sacar tiempo a sus rivales
Como la lluvia fr¨ªa que congela a los corredores y pone en duda las cualidades impermeabilizadoras y calefactoras de sus ropas en los Alpes, donde, dice el parte meteorol¨®gico, las cumbres est¨¢n en las nubes, y all¨ª querr¨ªan estar los ciclistas tambi¨¦n, el Tour de Francia que siempre retorna empapa la Francia entera.
No hay m¨¢s que poner en el coche France Musique, la emisora de m¨²sica cl¨¢sica, para darse cuenta. Nada m¨¢s arrancar, suena la Marcha Imperial, de la Guerra de las Galaxias, evidente homenaje a la marcha devoradora de Tadej Pogacar la v¨ªspera en Romme y la Colombi¨¨re, junto a la cartuja carmelita. A mitad de camino, el Bolero de Ravel, que no de Matxin, como el director de Pogacar en el UAE, marca el ritmo que marcar¨¢ Pogacar, el monotema, punto y contrapunto todo en uno, cuando le apetezca, y le apetece al final, ya casi despu¨¦s de que el australiano Ben O¡¯Connor, culminando el mejor d¨ªa de su vida sobre una bici, hubiera ganado la etapa. Llega solo y con tanta ventaja el ciclista que ya gan¨® en el Giro pasado en la Madonna di Campiglio de Pantani, que Pogacar teme por su tesoro amarillo, que no es el maillot, sino el peluche. As¨ª lo dice el monstruo esloveno, un Mozart de la bici con ¨¢nimo depredador, mientras se abraza al le¨®n del l¨ªder, ¡°lo quiero, me da calorcito, y hace mucho fr¨ªo. He atacado para ganarme otro¡±.
Miente a medias Pogacar, manga corta en el pelot¨®n, el ¨²nico, como Charly Gaul, el luxemburgu¨¦s del 58, que amaba la lluvia y el fr¨ªo, cuando todos tos¨ªan. Al empezar el segundo d¨ªa alpino, tan corto y m¨¢s fr¨ªo a¨²n que el primero, nueve grados en Tignes, 2.100 metros, y viento, y sensaci¨®n t¨¦rmica invernal, O¡¯Connor, escalador digno, marchaba 14? en la general, a 8m 13s, y llega a tener, a ocho kil¨®metros de la cima, 8m 15s de ventaja. Pero no es el esloveno el primero que ataca, sino, como todos los d¨ªas, el perseverante Richard Carapaz, y su objetivo no es tanto el inalcanzable can¨ªbal de Komenda, el pueblo de Pogacar, sino los otros. Le aceleran sus fieles Castroviejo y Geraint Thomas recuperado, mira para atr¨¢s, las caras ateridas, rictus inexpresivos, de los coristas que con ¨¦l pugnan por dos puestos del podio, Enric Mas, y su cadera golpeada unos kil¨®metros antes, de Rigo Ur¨¢n, de Jonas Vingegaard, de Wilco Kelderman, de David Gaudu¡
Acelera Carapaz y m¨¢s que atacar lanza a Pogacar, quien le deja y se va solo, siempre, again. ¡°Fue un ataquito preventivo¡±, se justifica como si tuviera que justificarse por hacer lo que m¨¢s le gusta y por lo que m¨¢s quiere, ganar. ¡°Si no lo hago, los otros se habr¨ªan movido tambi¨¦n y habr¨ªa sido una pesadez¡±. A O¡¯Connor le dicen los de su equipo que tranquilo, que tiene la etapa ganada, pero ¨¦l duda, se vuelve, respira. ¡°Los ¨²ltimos kil¨®metros estaba aterrorizado. Pensaba que en cualquier momento aparecer¨ªa Pogacar y me adelantar¨ªa¡±, confiesa el australiano. Las mismas palabras pronunciadas la v¨ªspera por el ganador del d¨ªa, Dylan Teuns. El mismo temor que todo el pelot¨®n, que entra en modo supervivencia nada m¨¢s comenzar a pedalear. Se paran muchos en las cunetas a mitad de etapa a cambiarse de ropa, culotte, maillot, chubasquero, impermeable, guantes, todo seco, todo c¨¢lido. Pero de poco les sirve. Los estragos del d¨ªa son tremendos. Tres ciclistas abandonan. Siete llegan fuera de control. Terminan el d¨ªa 165: 106 de entre ellos han llegado a m¨¢s de media hora de O¡¯Connor. As¨ª de devastador marcha el Tour, que solo ha cumplido una semana y les parece a todos un siglo.
Pogacar llega a seis minutos de O¡¯Connor. Su ¡°ataquito¡±, casi en las calles de Tignes, estaci¨®n gigantesca, deja clavados a todos, a los que saca medio minuto m¨¢s en dos pedaladas, y salvo O¡¯Connor, que avanza a segundo en la general (a 2m 1s), y se apunta al coro de los del podio, todos los m¨¢s fuertes est¨¢n a m¨¢s de cinco minutos: a 5m 18s, Rigo Ur¨¢n; a 5m 32s, Vingegaard, el reemplazante de Primoz Roglic, tan herido que ni sali¨® en la etapa, en las oraciones del Jumbo; a 5m 33s, Carapaz, y a 5m 45s, Mas, el chaval de Art¨¤ (Mallorca) para quien France Musique hace sonar, entrando en Tignes, nada menos que la voz de Line Renaud cantando su Bal aux Bal¨¦ars (Bailando en las Baleares).
Las pistas de Tignes son un music hall. ¡°Llega la fiesta, escucha las guitarras, es el baile, el baile en las Baleares. Las m¨¢scaras de seda negra sonr¨ªen a los domin¨®s¡±. Y Mas baila y hace bailar a su grupito a su ritmo, pese a que le duele la cadera izquierda, y le chilla, para, no sigas, deja el baile. La tiene hinchada pese a que desde su cabriol¨¦ los m¨¦dicos le han aplicado bolsas de hielo en carrera porque se cay¨® en el kil¨®metro 30, en Domancy. Le espera Valverde, que le presta su bici, y luego le acompa?a en su regreso al pelot¨®n. Le arropa, le anima, le gu¨ªa el viejo Valverde, que encuentra un sentido al d¨ªa. Y Mas, el balear, se siente tan bien que baila y hasta rictus de su rostro helado es una sonrisa. Un d¨ªa m¨¢s cerca el podio, piensa.
Pero antes, de repente, le dan cancha a Gustavo Dudamel. Poder latino. La cosa promete, Colombia ataca. Seguro. Se anima el d¨ªa, y, en efecto, bajo el diluvio, Nairo Quintana se desnuda sobre la bici, se pone ropa seca, y se va con Sergio Higuita en el descenso peligros¨ªsimo del Cormet de Roselend, tan temido, y el de Tunja y el de Medell¨ªn, abrazo con abrazo, se marcan un Danz¨®n de Arturo M¨¢rquez al ritmo que marca la batuta del director venezolano. Dicen los pensadores de la danza que la coreograf¨ªa es el espacio en el que se re¨²nen el cerebro y el cuerpo. Higuita es una inteligencia conectada a unos pedales, lo saben todos, nacido para danzar sobre la bici, y Nairo le sigue los pasos con todo el coraz¨®n. Es una etapa con tres cumbres, Saisies, Pr¨¨ y Tignes, tric¨²spide como la v¨¢lvula por la que fluye la sangre de la aur¨ªcula al ventr¨ªculo en el coraz¨®n de Nairo, tan grande que esprinta en todos los puertos para ganarse el maillot de lunares. A rueda de los dos danzantes feroces, O¡¯Connor, tranquilo, espera su momento. Cuando Higuita y Nairo est¨¢n agotados, los deja y se va. A Tignes, hace dos a?os, no pudo llegar ganador Egan Bernal. Sus compatriotas no han podido borrar el error.
A O¡¯Connor solo le empuja el miedo a que el monstruo Pogacar se le aparezca y le devore. Y para ese miedo ni hay m¨²sica ni hay baile. Ni tampoco para los abandonos anunciados de Mathieu van der Poel, que se va a descansar y a preparar la prueba de mountain bike de los Juegos de Tokio, ni del herido Primoz Roglic.
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