Santana, un grande de hoy, ayer y ma?ana
Fue tal su onda expansiva que hasta cambi¨® el esmirriado urbanismo espa?ol. De repente, all¨¢ por finales de los sesenta y principios de los setenta, proliferaron las pistas de tenis como champi?ones
El pujante deporte espa?ol de estos tiempos tiene deudas may¨²sculas. Con Severiano Ballesteros, ?ngel Nieto, Paquito Fern¨¢ndez Ochoa, Federico Mart¨ªn Bahamontes, y, desde luego, con Manolo Santana. Un grande muy grande, pionero entre pioneros. Tan gigante que no se entender¨ªa a Rafa Nadal sin la huella de este genio madrile?o que se busc¨® la vida en favor de lo que amaba: el tenis. S¨ª, el tenis, pero no el tenis glamuroso de hoy, sino el tenis de barbecho, cuando en Espa?a solo el f¨²tbol y el boxeo y alguna ¨¦pica ciclista ten¨ªan portadas.
Santana fue el embri¨®n de Santana, del tenis espa?ol. Y todo por su cuenta, en tiempos de franciscana austeridad, del rancio franquismo y con el deporte entroncado al paleol¨ªtico. ?l, ni?o buscavidas como recogepelotas, se ganaba la vida como Seve de cargapalos en Pedre?a o Nieto como ayudante de un taller mec¨¢nico de su amigo Tom¨¢s D¨ªaz Vald¨¦s. Tal era la precariedad que el propio Manolo contaba que en las hist¨®ricas finales de aquella Espa?a en tanga de la Copa Davis en Australia contra los aussies ¨¦l viajaba a costa de que sus rivales John Newcombe o Rod Laver le prestaran una habitaci¨®n en su casa.
A ellos les debe Espa?a su mejor y eterna retrospectiva. Al so?ador Santana, al llanero solitario Bahamontes, al gas de Nieto cuando nadie aceleraba, al caddy Seve cuando a ojos espa?oles el golf era asunto de los pavos reales brit¨¢nicos, al Paquito de Navacerrada que flu¨ªa sobre la nieve como un loco en un pa¨ªs de verbena veraniega. A todos debe el deporte espa?ol su vuelo.
S¨ª, de un vuelo quijotesco a lo que ahora a muchas recientes generaciones amn¨¦sicas les parece lo de toda la vida. No, el pregonero Santana y su testamento fueron ¨²nicos, la gloria improvisada. En su caso, como dir¨ªa el maestro Eduardo Galeano, un viaje del placer al deber, por m¨¢s que Manolo siempre sintiera m¨¢s placer que deber, porque toda la exigencia era la que ¨¦l mismo se pon¨ªa. C¨®mo no exigirse, si con su padre en una c¨¢rcel franquista, su madre y sus tres hermanos compart¨ªan una vivienda madrile?a en la que hac¨ªan cola en el ba?o hasta 12 familias.
Fue tal su onda expansiva que hasta con Santana cambi¨® el esmirriado urbanismo espa?ol. De repente, all¨¢ por finales de los sesenta y principios de los setenta, proliferaron las pistas de tenis como champi?ones. Cemento, blanco inmaculado de los jugadores, raquetas de una tonelada de madera y a pelotazos. Con Santana supimos lo que era un ace, un break, un passing shot¡ Con Manolo supimos que el tenis no era el juego de combusti¨®n de hoy, cacharrazo a cacharrazo, sino un deporte de ingenio y lazarillos. ?Qu¨¦ mu?eca la de Santana! Un locatis, dir¨ªan los modernos. Un ¡°majara¡± sol¨ªa decir Nieto. Lo mismo da. Un deportista de f¨¢bula, un grande muy grande de ayer, hoy y ma?ana. Porque m¨¢s all¨¢ de sus trofeos, Santana se gan¨® un Grand Slam ¨²nico: la inmortalidad.
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