Cuando Ullrich no reconoci¨® a Armstrong
El viaje del ciclista norteamericano a Canc¨²n para rescatar al alem¨¢n de una cl¨ªnica psiqui¨¢trica y devolverlo a Europa
Solo varios a?os despu¨¦s de haber colgado la bicicleta empez¨® Lance Armstrong a hablar con Jan Ullrich, el enemigo ciclista al que m¨¢s tem¨ªa y al que aniquil¨® mentalmente, antes que f¨ªsicamente. Le redujo a la nada, paso necesario para derrotarlo en el Tour. Tanto miedo le ten¨ªa Ullrich que cuando Armstrong ten¨ªa un problema mec¨¢nico o sufr¨ªa una ca¨ªda, ¨¦l se paraba en su ataque, le esperaba, y luego quedaba paralizado cuando el tejano sin compasi¨®n le hund¨ªa el cuchillo con un ataque decisivo, y otro Tour para su nombre. Despu¨¦s de destruirlo, a?os despu¨¦s, necesit¨® revivirlo.
No hay mejor leyenda que la de dos rivales irreconciliables que se dan la mano, y se dicen algo as¨ª como ¡°mi vida sin ti no habr¨ªa tenido sentido¡±. La de dos h¨¦roes de los a?os oscuros que se lloran uno a otro lamentando c¨®mo la misma sociedad que les hizo dioses les condenara tan duramente cuando sus casos de dopaje salieron a la luz. Sobre todo llora Ullrich, tan dura fue la Alemania luterana con sus errores. Nunca lo pudo superar. Solo nueve meses despu¨¦s de salir su nombre en la Operaci¨®n Puerto, Hijo de Rudicio, el n¨²mero uno en las listas de Eufemiano Fuentes, Ullrich, con 33 a?os reci¨¦n cumplidos, dej¨® el ciclismo. Y Ullrich se fue sin decir nada, sin culpar a nadie, sin reconocer que hubiera pecado justo por hacer lo que hac¨ªan todos.
Y as¨ª cuentan los amigos de Armstrong c¨®mo naci¨® la nueva relaci¨®n entre dos campeones del ciclismo del pasado que convivieron a?os en el pelot¨®n sin decirse m¨¢s que buenos d¨ªas, y eso solo los d¨ªas en que cruzaban la mirada. Hasta octubre de 2021, aplazada dos a?os por la pandemia, no pudieron Lance Armstrong y George Hincapi¨¦ llevar a cabo la excursi¨®n de una semana por Mallorca en bicicleta acompa?ados por 15 millonarios que en apenas seis horas agotaron todas las plazas puestas a la venta para gozar del privilegio de pedalear por la isla en compa?¨ªa del ciclista quiz¨¢s m¨¢s famoso de la historia. Ya en la isla, a Armstrong le esperaba una sorpresa. Uno de los clientes del viaje, un millonario holand¨¦s, le llam¨® en un aparte y le cont¨® que se hab¨ªa permitido invitar a tres personas, tres exdeportistas. Uno de ellos era Jan Ullrich.
A Ullrich no lo ve¨ªa Armstrong desde hac¨ªa tres a?os. Aquella visita en Alemania, d¨ªas despu¨¦s de que la polic¨ªa liberara al alem¨¢n de una detenci¨®n previa despu¨¦s de que intentara asfixiar a una mujer, le hab¨ªa marcado para siempre. Con un viaje en el que, tan americano, convenci¨® a Ullrich de que sus fantasmas mentales pod¨ªan desaparecer si aplicaba a su tratamiento la misma fuerza, la misma voluntad, que derrochaba sus a?os ciclistas para bajar en primavera el peso acumulado en invierno, para ascender Arcal¨ªs sentado y potente, m¨¢s r¨¢pido que ¨¢giles escaladores sobrealimentados como Pantani o Virenque, Armstrong logr¨® reeditar los v¨ªnculos de dependencia. Ullrich se recuper¨® de la crisis de un brote psic¨®tico desencadenado por exceso de alcohol, drogas y violencia en una cl¨ªnica de desintoxicaci¨®n suiza y el resto de sus d¨ªas vivir¨ªa besando el suelo por donde pisara el americano.
Armstrong regres¨® a Colorado superafectado, cuenta su gente. Decidido a estar siempre informado sobre los avatares del alem¨¢n, pr¨¢cticamente todos los meses llamaba a una de las pocas personas que aguantaban a Ullrich, un amigo de juventud de Merdingen, la ciudad del sur de Alemania en la que Ullrich vivi¨® con Sara, su segunda mujer, que lanza la voz de alarma cuando es necesario.
Pero no se alarm¨® Armstrong, todo lo contrario, cuentan, cuando volvi¨® a encontrarse con Ullrich el pasado oto?o. Le vio tan sano, tan fuerte, tan bien de forma, que hasta le envidi¨®. Y, llevando la contraria al sentido com¨²n, le dio por curado, tan buena impresi¨®n le dio el sonriente y bromista alem¨¢n, un ni?o de nuevo, sobre todo cuando en sus salidas en bicicleta se picaban ¨¦l e Hincapi¨¦, atacaban al grupo, y ve¨ªan sorprendidos c¨®mo el mism¨ªsimo Ullrich sal¨ªa a su rueda, les aguantaba y luego les dejaba clavados.
Eso ocurri¨® apenas dos meses antes de que Armstrong recibiera una llamada alarmada del amigo de Merdingen. Jan, le cont¨®, se hab¨ªa ido solo a Cuba. Hab¨ªa organizado d¨ªas antes un viaje a la isla caribe?a con su nueva novia, una joven cubana a la que hab¨ªa conocido en Mallorca, pero justo antes de volar, la pareja hab¨ªa discutido. La novia se qued¨® en Alemania. Ullrich vol¨®. ¡°Pero all¨ª se puso muy mal, muy mal¡±, alert¨® el amigo a Armstrong, ¡°en pocos d¨ªas ha echado a perder el trabajo de varios a?os. ?l quer¨ªa quedarse en Cuba, desaparecer del mundo, de la vista, pero le convenc¨ª de que regresara a casa, que eran Navidades, que volviera¡±. Se meti¨® en el avi¨®n de vuelta pero estaba incontrolable. Organiz¨® tal esc¨¢ndalo en el vuelo que le obligaron a bajarse en una escala en Canc¨²n. Le dieron una patada y se qued¨® all¨ª tirado. Dos o tres d¨ªas por las calles de mala manera.
Brote psic¨®tico
El amigo sigue contando a Armstrong, al que se le ha hecho una bola en el est¨®mago, que justo hac¨ªa nada le hab¨ªan llamado desde un hospital de Canc¨²n. Que no sab¨ªan c¨®mo, pero all¨ª estaba Jan Ullrich. ¡°Algo hay que hacer¡±, le exigi¨® al norteamericano, ¡°hay que llevarlo a Suiza, hay que volver a ingresarlo en la cl¨ªnica de desintoxicaci¨®n, esto tiene muy mala pinta. Y adem¨¢s necesitamos que su seguro se haga cargo de los gastos¡±.
Sobrecogido, Lance Armstrong vuela de Colorado a Texas y de all¨ª a Canc¨²n. Recorre varias cl¨ªnicas hasta que encuentra el lugar en el que est¨¢ internado Ullrich. Llega hasta su cama. Se encuentra ante un cuerpo que apenas reconoce, ante una mirada vac¨ªa, ajena, ausente, que ni lo reconoce a ¨¦l. Le han sedado, haloperidol, le explican los m¨¦dicos. ¡°Estaba superagresivo cuando ingres¨®. No pod¨ªamos hacer otra cosa. No es tanto un problema de abuso de sustancias como un brote psic¨®tico¡±.
Al d¨ªa siguiente, Armstrong volvi¨®. Ullrich, ya m¨¢s tranquilo, lo reconoci¨®. ¡°Te vamos a devolver a Europa, a Suiza, a la cl¨ªnica que ya te cur¨®, Jan¡±, le dijo el tejano. Y aunque Ullrich insist¨ªa en que no quer¨ªa volver, en que quer¨ªa desaparecer del mundo, Armstrong le convenci¨®. Convenci¨® tambi¨¦n a la compa?¨ªa de seguros de que le pagara un avi¨®n medicalizado, y a los dos d¨ªas ya estaba de vuelta.
Los amigos de toda la vida, la gente que le conoce de siempre, piensa que Ullrich no tiene salvaci¨®n. Armstrong, que le necesita m¨¢s que nadie, sigue creyendo.
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