El colombiano Buitrago gana la etapa y Landa avanza en un Giro de Italia de igualdad m¨¢xima
El ciclista vasco ya es tercero en la general de la carrera que sigue liderando el ecuatoriano Carapaz con 3s sobre el australiano Hindley
La etapa, en el lago de Lavarone, junto a una gasolinera, la gana Santiago Buitrago, un bogotano que ten¨ªa 11 a?os, y ya corr¨ªa con dorsal, cuando Nairo gan¨® el Tour del Porvenir. A los 22 llora como un hombre cuando queda segundo, el domingo pasado en Cogne; llora cuando gana y se abraza a Rayan Ajaji, su jefe de prensa, en la meta. No llora cuando se cae, una curva mal tomada descendiendo el Giovo, junto al pueblo de los Moser y de Simoni, ganadores de Giros, blasfema y grita, rabia y dolor, y sacude el brazo. Se monta de nuevo. La testosterona, el golpe, cumple su funci¨®n. La adrenalina. Pedalea m¨¢s fuerte. Gana con el pantal¨®n desgarrado. Corre en el Bahrein. Corre en el Bahrein para Landa, que en la meta le abraza como a un hermano peque?o feliz el d¨ªa de su primera comuni¨®n. Landa avanza. Ya es tercero. 1m 5s, delante, Carapaz. 49s detr¨¢s, bye bye Almeida. ¡°Un d¨ªa duro. Controlamos la ¨²ltima subida. Muy fuertes Hindley, Carapaz, pero estoy feliz por dejar a Almeida¡±, dice. ¡°Y supercontento por Buitrago¡±.
¡°Los tres, Hindley, Landa, yo, estamos muy igualados. Esto se jugar¨¢ en los detalles m¨¢s m¨ªnimos. Las bonificaciones. Los movimientos de equipo¡±, anuncia Carapaz, l¨ªder del Giro por tres segundos.
El Giro se juega al fotofinish. Los escaladores esprintan. Los sprinters trepan, Carapaz acelera los ¨²ltimos 200 metros sobre una serpentina de seda lanzada al azar en la ladera despu¨¦s de un m¨ªnimo descenso. Landa pierde su rueda. Carapaz, m¨¢s plet¨®rico que ning¨²n d¨ªa, le saca seis segundos a Landa, y, por fin, a la cuarta, le ense?a la rueda trasera a Hindley. De la mano de su compa?ero Poels, que le abre huecos, Landa acelera, manos bajas, a tres kil¨®metros de la cima del Menador, y cuando vuelve la cabeza, Almeida ya no est¨¢ ah¨ª. Los otros dos no se lo quieren creer. Colaboran. Aceleran uno detr¨¢s de otro. Est¨¢n rompiendo un encantamiento. Pero Almeida les ve. Est¨¢ a 100 metros detr¨¢s. El Menador, el ¨²ltimo puerto hacia el altiplano de Lavarone, es una carretera excavada en la roca por el ej¨¦rcito austriaco a comienzos del siglo XX, t¨²neles estrechos, abiertos a mordiscos. Las altas presiones envuelven al pelot¨®n. El chubasco abre camino, moja las carreteras, amenaza. Ninguno se moja. Almeida se lleva la mano al bolsillo trasero cuando alcanza el altiplano que domina un valle de abetos y prados verdes verdes que en invierno son pistas de esqu¨ª de fondo, y lagos de aguas limpias abajo. Fiordos de aguas c¨¢lidas, Barcas con cabezas de drag¨®n en la proa. Regatas salvajes. Los dedos de Almeida palpan en el bolsillo. Busca el tacto blando y resbaladizo de un gel. No lo encuentra. A la etapa le quedan ocho kil¨®metros. Unos pocos de falso llano, un piccolo descenso, 700 metros de cuesta final. Almeida, vac¨ªo, cede. El falso llano le duele m¨¢s que las pendientes m¨¢s duras. No encuentra un desarrollo que le haga avanzar. Est¨¢ solo. Siempre.
Mathieu van der Poel, manos desnudas, rompe la etapa subiendo el Tonale, un puerto que abre la puerta a los gigantes, Gavia, Stelvio, de los que este Giro pasa. Kil¨®metro 1. Gu¨ªa a la fuga de 25 a trav¨¦s de las plantaciones de manzanas golden, las melindas (palabro inventado: mela, manzana en italiano, y linda, espa?ol para hermosa) que inundan los mercados mundiales. Sigue delante entre los vi?edos, la uva tirolesa de Trento que tanto gustaba a obispos y cardenales del concilio. A 15 kil¨®metros del final, inicia el Menador en cabeza. Nieto de Poulidor. Rosa en Budapest. Amarillo en Breta?a. Rey de Flandes. Un uomo solo al commando. Le sigue otro holand¨¦s baby face, Gijs Leemreize, un mes m¨¢s joven que Buitrago. Herederos dignos de Wagtmans, el ciclista del mech¨®n blanco que cuando Merckx se lo ped¨ªa aceleraba en los descensos y temblaban de miedo los escaladores espa?oles, los dos ni?os abandonan a todos los fugados bajando el Vitriolo, el primer puerto, no tan sulfuroso como su nombre. Pendientes suaves, curvas amplias, nubes pegadas a la ladera, blancas, blanditas como el cuerpo de Platero. Los dos se lanzan felices. Van der Poel, la belleza de la insensatez, no parar¨¢ hasta que reviente. En el Valico, la v¨ªspera, cruza la cima, con un wheelie a una mano. No entiende el sacrificio del ciclista si no se expresa en plenitud en todas las carreras, todos los kil¨®metros. Todos los d¨ªas de todo el Giro ha entrado en las fugas importantes. Aguantar¨¢ hasta tres kil¨®metros del altiplano. Cada d¨ªa m¨¢s lejos. Le pasan su compatriota rubito, y a este Buitrago, enardecido, flotando, so?ando su sue?o. Contador, como un aficionado m¨¢s, se acerca a Van der Poel en la meta. Le da una palmada en la espalda. Le proclama ¡°capo¡±.
¡°Otro d¨ªa persiguiendo¡±, dice Almeida, portugu¨¦s de Caldas da Rainha. Ciudad balneario. Relax. Almeida es cada vez m¨¢s Agostinho. Duro, duro, duro. ¡°Mentalmente es duro, pero esto no ha acabado. El podio es posible, pero no f¨¢cil¡±. El s¨¢bado, la Marmolada. Fotofinish. Van der Poel. Landa.
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