Una copa alejada de los bares
Los jugadores acuden a la Liga de Naciones porque no les queda otro remedio y los hinchas recelan de su car¨¢cter mercantil
Hace tiempo aprend¨ª que el verdadero valor de una competici¨®n se debe calibrar en los bares: ah¨ª est¨¢ todo. Existen otros deportes que se prestan a diferentes tipos de formatos y disfrute, pero no al de la muchedumbre enfervorizada en un bar. El golf, por ejemplo, que no necesita del calor ajeno para acercarnos a la pantalla intuyendo la en¨¦sima resurrecci¨®n de Tiger Woods. O la nataci¨®n, que no permite la bronca de barra, el sarcasmo o el grito colectivo salvo cuando se ahoga alg¨²n protagonista, que no suele ser el caso.
Los bares son los verdaderos templos del f¨²tbol. Poseen vasos comunicantes con el estadio, se entrelazan con las gradas mediante un sistema de cuerdas invisibles que nos hace fantasear con la propia presencialidad. Generan ruido, nos hacen sentir vivos y, a poco que uno sepa d¨®nde mirar, nos proporcionan algunas de esas historias que agrandan la leyenda de dicha uni¨®n.
Juan Tall¨®n, que ha escrito libros sobre bares y tambi¨¦n sobre f¨²tbol, me contaba una vez la experiencia de Irvine Welsch, el autor de Trainspotting, durante el Mundial de Espa?a. Se enfrentaban Escocia y la URSS en el partido definitivo de la primera fase, y el escritor entr¨® en un bar de Edimburgo para seguir el choque. A su lado, un parroquiano comenz¨® a tomarla con Graeme Souness, al que dedicaba lisuras del tipo ¡°?Pedazo de burro! ?Ser¨¢s bastardo, in¨²til de mierda!¡± ¡ Cosas por el estilo. Welsch, un tanto inc¨®modo, pregunt¨® al due?o del bar qui¨¦n era aquel loco y este le contest¨® que se trataba de Mr. Souness, el padre del futbolista del Liverpool.
Es el tipo de fragor y reacciones que uno no imagina para la todav¨ªa balbuceante Liga de Naciones, una competici¨®n de nuevo cu?o que despierta el recelo de los aficionados por su car¨¢cter netamente mercantil. A nadie le importa demasiado, salvo a los propios interesados, principalmente a una UEFA que se ha entregado al negocio por encima de cualquier otra consideraci¨®n. Los futbolistas acuden a la llamada de sus selecciones porque no les queda otro remedio, algunos con la cabeza puesta en Ibiza, o en el despacho de sus abogados, mientras los seleccionadores aprovechan para hacer pruebas de todo tipo. La exigencia es tan escasa que el ¨¦xito se puede medir por la ausencia de excusas, total para qu¨¦.
?C¨®mo tensionar al aficionado cuando los propios protagonistas se mueven entre la desidia y la precauci¨®n, al menos en esta primera fase?
Olviden los datos de audiencia, las gr¨¢ficas comparativas, los an¨¢lisis estad¨ªsticos¡ Basta con bajar al bar de la esquina para ver todo un Espa?a-Portugal y descubrir que la cosa no funciona, que no prende, que no engancha: pocos aficionados con ganas de compartir un duelo que fing¨ªa tron¨ªo y demasiados televisores sintonizando Antena 3, con el rosco de Pasapalabra entreteniendo a una clientela que solo muda sus costumbres cuando el f¨²tbol con may¨²sculas la empuja a ello. Algunos expertos apuntan hacia un exceso de oferta, que termina por restar inter¨¦s: es una opini¨®n. Otra ser¨ªa que el f¨²tbol tiene mucho de liturgia, de tradici¨®n, y que cualquier nueva competici¨®n necesita tiempo para arraigar en el imaginario popular, para llenar de calor ¡ªy tambi¨¦n de color¡ª nuestros bares de referencia.
¡±Inglaterra sigue bebiendo¡±, escribi¨® Julio Camba en una de sus primeras cr¨®nicas tras el final de la guerra. Lo hab¨ªan enviado a las islas para tomar el pulso de la sociedad brit¨¢nica y decidi¨® entrar en un bar: no es un museo, ni en un mercado. Sab¨ªa de la vida ¡ªque es puro f¨²tbol con matices¡ª m¨¢s que nadie.
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