Pidcock triunfa en Alpe d¡¯Huez y Vingegaard resiste los ataques de Pogacar en el Tour de Francia
El esloveno siente que ha recuperado la energ¨ªa despu¨¦s de atacar dos veces al l¨ªder del Jumbo en la subida de las 21 curvas
Pogacar est¨¢ vivo. Extrae de sus m¨²sculos los vatios que saca siempre, sus piernas parecen frescas, su pedalada ligera, su sonrisa, siempre. Y ataca, ataca dos veces, cuando al Alpe d¡¯Huez le quedan menos de cinco kil¨®metros, en la recta m¨¢s empinada, al 11,5%, cuando ya por delante se prepara para levantar los brazos, ganador, Tom Pidcock, el bicho raro del Ineos, campe¨®n mundial de ciclocross, campe¨®n ol¨ªmpico de mountain bike. Y una curva en lo que ¨¦l, como todos los inventores de su nuevo significado, llama la subida m¨¢s ¡°ic¨®nica¡± del ciclismo.
Tiene 22 a?os y tendr¨¢ una curva, la 12, compartida con un antiguo ganador, el m¨¢s hermoso de los trepadores, con el colombiano Lucho Herrera, la esencia de los escaladores, dios. Lo que quiz¨¢s, si no fuera porque est¨¢ de amarillo en el camino de ganar el Tour entero, querr¨ªa ser Vingegaard, un Jardinerito dan¨¦s, un escarabajo que ante el viento no agachaba la cabeza, ni ante las monta?as, a las que desaf¨ªa, en las que aguanta sin dudar, el ¨²nico que lo hace, la rueda de Pogacar, que antes de buscar la miseria del rival busca reencontrarse con su ser lo antes posible. Ataca dos veces Pogacar, una entre las quinta y cuartas curvas, otra ya en las rectas finales, y una vez lanzado su sprint, comprobado sus efectos en su organismo, y el da?o que adivina en los dem¨¢s, levanta el pie. Comprueba entonces que Vingegaard est¨¢ a su lado. Le mira, le sonr¨ªe al dan¨¦s, que le devuelve la sonrisa. Le cita para los Pirineos, quiz¨¢s. ¡°Vuelvo a ser yo¡±, dice. ¡°Lo importante es que ya s¨¦ lo que me pas¨® en el Granon¡±. No dice lo que es, pero igual que a Mas le destroz¨® el flato, a Pogacar le hundi¨® un descuido alimentario.
Los antiguos no se sonre¨ªan. Se escup¨ªan si pod¨ªan. Se insultaban. Oca?a puso a su perro Merckx, para darle ¨®rdenes e ilusionarse pensando que el can¨ªbal le obedec¨ªa, y no el can. Merckx es Pogacar hoy, dos Tours ganados, intocable, la promesa del destino de que ser¨ªa el m¨¢s grande. El esloveno no es el Merckx de entonces. No arde en ¨¦l el fuego que lleva a la desmesura. Tampoco Jonas Vingegaard, sus ojos l¨ªquidos, su piel tan blanquita, es Oca?a, la cabezoner¨ªa, el empe?o, la necesidad de poder un d¨ªa con el belga. ¡°Las sonrisas son se?al de respeto¡±, dice el dan¨¦s. ¡°Yo le respeto much¨ªsimo a Tadej, es quiz¨¢s el mejor corredor del mundo. Es eso¡±. Y el esloveno, que le sonr¨ªe a todo el que pasa, lo ratifica. ¡°Va a ser dur¨ªsimo derrotar a un escalador como ¨¦l¡±.
El Tour ser¨¢ ¨¦l contra el dan¨¦s. No solo. ?l, contra un equipo que cada d¨ªa tiene un plan, que no busca tanto que sus l¨ªderes, el rey Vingegaard, la reina Van Aert, el alfil Roglic, y torres y caballos, y no peones, se conviertan en h¨¦roes individuales, sino crear, como en las revoluciones, y el Jumbo la lleva a cabo, un ¨²nico h¨¦roe colectivo, que ser¨ªan ellos, y podr¨ªa ser todo el pelot¨®n. Tambi¨¦n los que intentan aguantar a sus ruedas, Geraint Thomas, Enric Mas lo consiguen. Empiezan a fallar Bardet, Gaudu, Nairo, Yates.
Pidcock, un talento al que no se pueden poner bridas, un hombre libre, es el 31? ganador en el puerto de los holandeses. No hay curvas para todos en el Alpe, un pliegue m¨¢s grande que la monta?a que lo acoge, una toalla reci¨¦n usada arrojada a un rinc¨®n, donde se queda arrugada, hay 21 giros cerrados como horquillas del pelo, anfiteatros al vac¨ªo del que surge la vida, del que llegan los ciclistas para asombro de espectadores embriagados, extasiados, asustados por el calor, por el sol que a esas alturas, m¨¢s de 1.500 metros, sin una nube que lo matice, no quema, sino que pica, como si a cada rostro le diera un pellizco de monja, le pinchara con un alfiler. Del vac¨ªo, entre la afici¨®n que jalea, asciende el Jumbo en demostraci¨®n colectiva, relevos interminables, sprinters marcando el ritmo en la Croix de Fer, una tortura de puerto, al ritmo salm¨®dico, el tran tran que duerme, de Laporte. Qu¨¦ lejos del rap del Galibier el d¨ªa anterior, que solo algunos relevos locos de Van Aert parecen revivir. ¡°Nuestro plan es hacer muy dura la carrera para que todo el mundo llegue cansado al ¨²ltimo puerto¡±, explica Vingegaard. ¡°Eso es lo mejor para m¨ª, que no soy explosivo. As¨ª evitamos ataques que me rompen¡±. Suben a ritmo constante el Alpe d¡¯Huez, solo roto con las descargas de Pogacar, en 39m 6s, 2m 40s menos que Pidcock. El tiempo que se preve¨ªa, sus vatios habituales, 6,3 por kilo. Los dos est¨¢n en su momento.
El ingl¨¦s ha estado fugado desde el principio, en el Lautaret al salir de Brian?on, en el Galibier al que siempre se regresa, subiendo desde la otra vertiente, la Croix de Fer. Descensos de v¨¦rtigo, de diletante que encuentra placer en la trazada, y en la memoria de cuando era ni?o, no hace tanto, e iba a las cinco de la ma?ana a la escuela en bici, y aprend¨ªa a manejarla en situaciones l¨ªmites, en los bald¨ªos de Leeds, en las carreteras peligrosas. Comparte fuga con Froome, cuatro Tours y ninguna curva en el Alpe. La busca. No puede con el Pidcock que ten¨ªa 13 a?os y le ve¨ªa ganar su primer Tour por la tele. Ahora parece su abuelo. Frenando en los descensos. Moviendo la cabeza. Pero con la humildad necesaria para ser capaz de volver a empezar. Roto y descoyuntado a los 37 a?os. Y toda una vida tras ¨¦l.
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