Y volver, volver, volver
Piqu¨¦ es como es en lo bueno y en lo otro, seguro que ya est¨¢ persiguiendo al siguiente porteador de la llama para decidir ¨¦l sobre el destino de su pr¨®ximo relevo
Cuando me preguntan sobre qu¨¦ se siente cuando te retiras del f¨²tbol suelo utilizar una situaci¨®n de mi vida para ilustrarlo. Situ¨¦monos en el 24 de julio de 1992. La antorcha ol¨ªmpica llegaba a Barcelona tras un recorrido por todo el mundo y anunciaba los JJ OO de Barcelona 92, tan a?orados, tan magn¨ªficos, tan lejanos como inolvidables, y yo ten¨ªa el honor de recoger el testigo de su llama en la entrada al distrito del Eixample, por aquel entonces mi barrio.
Y all¨ª estaba yo, un d¨ªa antes de irnos de pretemporada, vestido enteramente de blanco, a nadie le pareci¨® un anatema, con una antorcha magn¨ªfica, repasando las instrucciones que me hab¨ªan dado y pensando que, vaya l¨ªo si, entre antorcha y antorcha, entre llama y llama, en el trasvase se nos apagaba el fuego eterno que llegaba desde Olimpia, cuando los gritos de la multitud me hicieron saber que el momento hab¨ªa llegado. Y entre la marea humana llegaba un tipo vestido como yo, pero con el fuego en su mano.
El trasvase fue perfecto, la llama prendi¨® en mi antorcha y sal¨ª corriendo, ni muy lento, ni muy r¨¢pido, cumpliendo las instrucciones, asunto nada dif¨ªcil cuando uno piensa que era portero. Me dispuse a disfrutar del momento. Caras ilusionadas, gritos de ¨¢nimo, aplausos m¨²ltiples, alegr¨ªa en estado puro y chispas en los ojos de los m¨¢s cercanos al ver esa llama que significaba que era verdad y que los Juegos se iban a disputar en Barcelona.
Cuando me fui acercando al siguiente relevista fui mentalmente repasando las instrucciones del traspaso de llama y con cuidado, con firmeza, traspas¨¦ el sagrado legado, le gui?¨¦ el ojo a mi sucesor y le vi partir en medio de una nube de luz y alegr¨ªa.
Y fue ah¨ª, justo ah¨ª, tal vez ni un minuto despu¨¦s de haber estado en medio de toda la atenci¨®n, cuando empec¨¦ a sentir que ya nadie me miraba, nadie me aplaud¨ªa, nadie sab¨ªa ni tan siquiera qui¨¦n era, vestido de una forma estrafalaria a la una de la ma?ana y con un extra?o artefacto entre las manos. Esper¨¦ que llegara alguien de la organizaci¨®n para saber c¨®mo segu¨ªa la fiesta pero todos se hab¨ªan ido con la llama, con los focos, con los aplausos, con las emociones encendidas. No me qued¨® otra que empezar a caminar de forma tranquila con destino a mi casa, rezando con que alguien me abrir¨ªa la puerta porque todos hab¨ªan salido a disfrutar de esa noche hist¨®rica.
No hay nada m¨¢s surrealista que un relevista sin relevo o una antorcha sin llama, no hay nada que ense?e m¨¢s que esa masa que te jalea y que cinco minutos m¨¢s tarde sigue la nueva llama, la nueva luz, la nueva estrella. Menos mal que en el paseo me encontr¨¦ con los de mi familia, un milagro en aquellos tiempos sin m¨®vil y sin selfies. Con la antorcha encendida y con ellos fuimos acerc¨¢ndonos a casa entre an¨¦cdotas, chistes y bromas.
En todo eso pensaba cuando, con sorpresa igual que usted, igual que casi todos, supe que Gerard Piqu¨¦ dejaba de jugar al f¨²tbol, se bajaba del tren en la estaci¨®n que hab¨ªa elegido y que por propia voluntad, o no tanto, soplaba en la antorcha y apagaba la llama de su enorme carrera deportiva.
Pero como Piqu¨¦ es como es en lo bueno y en lo otro, seguro que ya est¨¢ persiguiendo al siguiente porteador de la llama para decidir ¨¦l sobre el destino de su pr¨®ximo relevo, de su pr¨®xima etapa, del pr¨®ximo fuego que le alimente. Solo desearle que los vientos le sean favorables¡ o ya se encargara ¨¦l de hacerlos soplar hacia donde m¨¢s le interese. Solo que ah¨ª fuera, Gerard, hay muchos que tambi¨¦n saben soplar. Y mucho.
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