Roglic atormenta a Evenepoel en el Giro de Italia
El campe¨®n del mundo entra en p¨¢nico ante un ataque del esloveno en una cuesta de tres kil¨®metros y pierde 14s en una etapa ganada por Ben Healy
El Giro es un juego de apariencias. El primer d¨ªa, en un carril bici, Remco Evenepoel rueda a 58 por hora y da la impresi¨®n de que nadie en la vida podr¨¢ alcanzarle nunca, all¨¢ donde vaya. En t¨¦rminos exactos, es una contrarreloj de 43s sobre Primoz Roglic, el rival. El s¨¢bado siguiente, en una cuesta que m¨¢s parece apropiada para un clasic¨®mano, como el Ben Healy irland¨¦s que gana la etapa con un ataque a 50 kil¨®metros a la gran fuga de 13 en la que participaba, que para un pretendiente al Giro, Roglic acelera sin mirar atr¨¢s a orillas del pl¨¢cido Metauro y su puente circular, zonas de 18%, ideales para sus piernas de dinamita, y Evenepoel muere intentando seguirle. Vi¨¦ndolo as¨ª, nadie duda de que el esloveno ganar¨¢ f¨¢cil el Giro, y ese mensaje le ha enviado, mat¨®n de colegio prepotente, al campe¨®n del mundo, mira, puedo hacer contigo lo que quiera, yo de ti no estar¨ªa seguro de nada. Son en realidad, 14s de diferencia. ¡°Todo estaba planeado¡±, dice Marc Reef, director del Jumbo de Roglic. ¡°Sobre todo queremos meter presi¨®n a Evenepoel. Ya sab¨ªamos que en esa subida, a cinco kil¨®metros de meta, no ¨ªbamos a sacar m¨¢s que unos segundos¡±.
En la clasificaci¨®n, a 8s del noruego Andreas Leknessund, que resiste de rosa, Evenepoel sigue segundo, con 30s sobre Roglic. As¨ª llegan a la contrarreloj de Cesena, 35 kil¨®metros llanos, donde Evenepoel quiere cimentar su victoria final. ¡°Le sacar¨¦ un minuto a Roglic¡±, dice Evenepoel. Y Marc Reef responde: ¡°Ya veremos. Roglic est¨¢ muy muy bien¡±.
En los Estados Pontificios, en bosques oscuros, cuestas malvadas, caminos tortuosos, sin respiro, Primoz Roglic se maneja con la malicia de un cardenal. A 15 kil¨®metros de la meta de Fossombrone, peque?as colinas, en la cuesta de Montefelcino, el esloveno que va de veterano hace acelerar a su compa?ero Bouwman, que le da tan duro como si lanzara un sprint. Y al poco, s¨²bitamente, se para en seco. Roglic ya no est¨¢ a su rueda. No est¨¢ siquiera en el grupo de los mejores, reducido a una veintena en un d¨ªa largo, acelerado, m¨¢s de 45 de media, en persecuci¨®n de una fuga de 13. El esloveno reaparece poco despu¨¦s. Tranquilo. Se hab¨ªa parado a orinar en la cuneta. Gran teatro. Gran desconcierto de Evenepoel, un ni?o de nuevo, totalmente colgado de los juegos malabares de Roglic.
Podr¨ªa pensarse que al esloveno, a su sentido del humor tan serio, le bastaba con un juego de amague, un gallito, cuidado, que te doy, que aqu¨ª hay cuestas suficientes para hacerte da?o. La ilusi¨®n, al menos tranquiliz¨® a Evenepoel, que asalta relajado, retrasado la segunda subida a la cuesta de los Capuchinos, 2.800 metros matadores, y cuando ataca Roglic solo ve un rayo amarillo acelerar por su derecha y hacer un hueco de 20 metros en sus mismas narices. Evenepoel era sexto o s¨¦ptimo del grupo, que el Bora de Lennard K?mna hab¨ªa estirado. Viendo as¨ª a Roglic, Evenepoel se derrite. V¨ªctima del p¨¢nico, acelera loco como si en dos pedaladas pudiera alcanzarle. Necesita estar cerca. Necesita el olor del esloveno. Se acerca a cinco metros, lo tiene ya ah¨ª al esloveno cuando, plaf, se mira las piernas, mira su ordenador, se acaba. Le pasa la pareja del Ineos, Tao Geoghegan-Geraint Thomas, siempre de la manita, que se coloca f¨¢cil a rueda de Roglic y sin darle un relevo m¨¢s que en los ¨²ltimos 500 metros, se va con ¨¦l. ¡°Y yo tendr¨ªa que haber hecho como Thomas, acercarme gradualmente, y no haberme dejado llevar por el p¨¢nico. Ten¨ªa las piernas para estar con ellos, y he reventado. He sido un est¨²pido¡±, dice Evenepoel. ¡°Una lecci¨®n m¨¢s que he aprendido¡±.
Evenepoel y Roglic miden los esfuerzos, los ataques, y de cada uno que hacen quieren sacar petr¨®leo, pues su Giro no acaba cada noche, sino el d¨ªa 28, y tienen los vatios contados. Tambi¨¦n hay ciclistas cuyo sino es derrochar, vivir cada d¨ªa como una cl¨¢sica, sin ma?ana. De estos, de los que no tienen problemas en gastarse todos sus vatios un d¨ªa, es Ben Healy, amante de los d¨ªas feos, fr¨ªos, duros, esp¨¦cimen mezcla Chiappucci-Bettini, por poner ejemplos italianos, con rasgos de Kelly y Roche, por honrar las ra¨ªces irlandesas de sus abuelos, que le han permitido a ¨¦l, nacido en Birmingham en el a?o 2000, el a?o del genio Evenepoel tambi¨¦n, correr orgulloso como tricolor irland¨¦s, torcer el cuello, agarrar estrecho el manillar, acelerar la frecuencia de pedalada, ligera, alada, y atacar decidido a 50 kil¨®metros de la meta, en el primer paso por el 18% de la cuesta de los Capuchinos (en la cima hay monjes franciscanos, no leche espumosa te?ida de caf¨¦), trampol¨ªn hacia la victoria en Fossombrone, y el amor de la afici¨®n, que solo lamenta que el uso obligatorio del casco no permita disfrutar de sus melenas, casi gre?as, volando libres a impulsos de sus pedaladas y golpes de ri?¨®n, ya sea en el Giro, ya en la Amstel, donde solo Tadej Pogacar omnipotente pudo con ¨¦l.
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