Esperando a los t¨¢rtaros
Lo que no es un autorretrato, que abunda en este oficio, suele ser una copia. La disyuntiva es dar la tabarra al lector sobre ti mismo o intentar reproducir lo que hizo otro antes
El escritor y periodista Dino Buzzati imagin¨® el Desierto de los T¨¢rtaros entre 1933 y 1939, los a?os que pas¨® en la redacci¨®n del Corriere della Sera. La rutina nocturna, ¨¢spera y mon¨®tona agrietaba sus sue?os. Pasaba el tiempo e, inevitablemente, se preguntaba si siempre iba a ser as¨ª. Si las inquietudes de juventud, la esperanza y la ambici¨®n por lograr grandes empresas sucumbir¨ªan a la inutilidad. Algo parecido a lo que sufr¨ªa el protagonista de su novela, el segundo teniente Giovanni Drogo, destinado a la fortaleza Bastiani, que deb¨ªa proteger de un enemigo casi imaginario a la espera de la ¡°gran ocasi¨®n¡± para demostrar su valor. Esa ausencia le alejaba cada vez m¨¢s del mundo, de su propia naturaleza. Y cuando vuelve a su casa de permiso, ya es un hombre alienado incapaz de comprender su entorno.
Hace tres a?os, despu¨¦s de pasar un tiempo prudencial en Italia, el entonces jefe de Deportes me dej¨® escribir columnas sobre el calcio en esta secci¨®n. Pepe S¨¢mano es un gran tipo con un car¨¢cter tirando a fuerte. Supongo que los jefes eran as¨ª, pero a m¨ª me segu¨ªa impresionando hablar con ¨¦l. Lo ¨²nico que me advirti¨® aquel d¨ªa despu¨¦s de darme la alternativa por tel¨¦fono fue: ¡°No te pases con los adjetivos, chaval. Y no intentes copiar a Enric¡±. Asent¨ª, claro. Aunque sab¨ªa que solo podr¨ªa comprometerme a lo primero.
Lo que no es un autorretrato, cosa que sobra a raudales ya en este oficio, suele ser una copia. La disyuntiva es dar la tabarra al lector sobre ti mismo o intentar reproducir lo que hizo otro antes de que t¨² llegases. Durante mucho tiempo, consult¨¦ con tenacidad de auditor todas las cr¨®nicas que escribieron mis predecesores en Italia. Pensaba que, sin quererlo, o a punta de navaja, tambi¨¦n se me habr¨ªa ocurrido algo tan bueno. Sucedi¨® as¨ª durante mucho tiempo. Y, por supuesto, tambi¨¦n revis¨¦ una y otra vez lo que hab¨ªan hecho periodistas como Ramon Besa o el propio Enric, que era Enric Gonz¨¢lez, que tiene la costumbre de salir a dar una vuelta fuera de la fortaleza cada cierto tiempo.
La idea era contar Italia desde su religi¨®n laica. Muy original, claro que s¨ª. Adem¨¢s, aqu¨ª llevaban haci¨¦ndolo d¨¦cadas, impulsados por la heroicidad del ciclismo, titanes como Mario Fossati, el ¨²ltimo periodista que glos¨® las grandes aventuras de Fausto Coppi y Gino Bartali con su prosa honesta y tan austera como una pel¨ªcula neorrealista. O su inseparable amigo Gianni Brera, inventor de t¨¦rminos como libero al teclado de su vieja Olivetti Lettera 62 roja. Incluso Gianni Mura, hijo natural de todos ellos, fallecido en 2020 despu¨¦s de pasar un calvario en los ¨²ltimos a?os de su vida. Y, por supuesto, el propio Buzzati, enorme escritor deportivo. Supongo que tambi¨¦n aprendieron los unos de los otros. Y murieron arremangados en las redacciones de sus peri¨®dicos. Dir¨ªa que inventaron esto, como tantas otras cosas que nosotros copiamos mal y tarde de Italia. Tambi¨¦n el arte de la derrota.
Saber perder suena ahora fascinante. Sucede a partir de cierta edad, cuando los que ganan siempre comienzan a producirte un rechazo at¨¢vico. Eso no lo saben los ni?os todav¨ªa, claro, cuyo primer impulso darwinista los empuja a comprar la camiseta del equipo con las estrellas cosidas al pecho. Especialmente, cuando el apego emocional trasciende las fronteras nacionales y toca elegir un equipo de fuera. En aquel tiempo, los preferidos eran el Milan, la Juventus o el Inter de Milan. Nada m¨¢s arrebatador. Baggio, Maldini, Donadoni, Totti, Del Piero¡ Pero ese mundo, aunque ahora presente brotes verdes con un Inter o un Mil¨¢n que podr¨¢n llegar a la final de Champions, tambi¨¦n desapareci¨® poco a poco. Se derrumb¨® con la ca¨ªda de las grandes empresas italianas como Parmalat o Cirio, y con el comp¨¢s de estancamiento de un pa¨ªs que siempre tuvo alergia a las reformas. Desapareci¨®, en suma, como se esfumaron tambi¨¦n Brera, Fossati y compa?¨ªa. Como se marchan los maestros de una redacci¨®n. Quedar¨¢ esperar a los t¨¢rtaros.
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