Mendilibar y Mourinho, dos miradas opuestas en el f¨²tbol
Pocas veces una final reunir¨¢ a dos entrenadores m¨¢s dispares. A uno le distingue la nobleza y la sinceridad. El otro prefiere la aproximaci¨®n maliciosa y los juegos mentales
La Europa League desemboca este mi¨¦rcoles en Budapest, capital d¨¦cadas atr¨¢s de una de las escuelas futbol¨ªsticas m¨¢s importantes del f¨²tbol, cuna de la selecci¨®n h¨²ngara que en 1952 destruy¨® a Inglaterra en Wembley, ocasi¨®n que ha pasado a la historia como el Partido del Siglo. Aquel inmenso prestigio comenz¨® a evaporarse en los a?os 80, hasta perderse en la nebulosa actual, pero permanece la indeleble huella de jugadorazos como Puskas, Boszik, Kocsis y Florian Albert. Gran escenario, por tanto, para la final que disputar¨¢n el Sevilla y la Roma, dirigidos por Mendilibar y Mourinho, dos entrenadores que han recorrido el f¨²tbol con perfiles opuestos y caminos muy diferentes.
No hay posibilidad de disociar la temporada del Sevilla del impacto de Mendilibar, contratado en marzo hasta final de temporada, con el equipo precipit¨¢ndose en la clasificaci¨®n, en medio de una angustia que nadie imaginaba en un club acostumbrado a jugar la Liga de Campeones y a ganar la Europa League. Mendilibar lleg¨® a un Sevilla ag¨®nico, dividido por guerras internas y asomado a los ¨²ltimos puestos de la Liga. El rescate pasaba por salvar los muebles en el campeonato espa?ol. A la aventura europea se le conced¨ªa un valor secundario.
El Sevilla reclam¨® a Mendilibar por una trayectoria que ha discurrido fundamentalmente en equipos sometidos al doble v¨¦rtigo del ascenso y el descenso, delgada l¨ªnea que ha recorrido en el Valladolid, Osasuna y Eibar. En ese territorio inh¨®spito, Mendilibar adquiri¨® la excelente reputaci¨®n que mereci¨® la llamada del Sevilla, sin ninguna contraindicaci¨®n aparente. Hombre de car¨¢cter, sin tonter¨ªas, entregado al f¨²tbol con una honestidad y una pasi¨®n admirables, entrenador de futbolistas, no de figurines, provisto de un modelo tan claro y conocido como exigente, Mendilibar ha entrado en el Sevilla como un guante.
Durante toda la temporada, el Sevilla se hab¨ªa acostumbrado al enredo y la insatisfacci¨®n. Perdi¨® toda su luz un equipo acostumbrado al ¨¦xito. Jugadores de empaque, algunos de ellos recientes ganadores del Mundial, decepcionaban ante la perplejidad general, hasta el punto de cuestionarse su calidad real. A favor del Sevilla y de Mendilibar funcionaba una conexi¨®n: a trav¨¦s de Dmitrovic, Jord¨¢n y Bryan Gil -ex jugadores del Eibar- el club ten¨ªa las mejores noticias del t¨¦cnico, que a su vez pod¨ªa aprovechar perfectamente una plantilla con numerosos futbolistas a su medida.
Otro aspecto esencial en la carrera de Mendilibar ha sido su capacidad para jugar a lo grande con equipos peque?os, destinados a un f¨²tbol de ataque, con los jugadores en campo rival, los laterales profund¨ªsimos, los extremos bien abiertos y delanteros de corpach¨®n, cabeceadores. Todo eso estaba en la plantilla y no perdi¨® ni un minuto en aprovecharlo, a cambio de un compromiso absoluto de los jugadores, en todos los partidos y frente a cualquier equipo. La respuesta fue instant¨¢nea, primero en la Liga, luego en la Europa League, ante el Manchester United y la Juve, dos potencias hist¨®ricas del f¨²tbol.
Al Sevilla le caracteriza ahora el fuego perdido durante muchos meses. Lleva la marca impresa por su entrenador, uno de esos personajes que convienen al f¨²tbol. Lo hacen m¨¢s saludable. En Budapest se enfrentar¨¢ a la Roma, dirigida por Mourinho, t¨¦cnico que ha pasado por los mejores equipos del mundo y ha ganado todos los trofeos imaginables. Los designios del f¨²tbol y varias decepciones anteriores le han llevado ah¨ª.
A Mourinho se le adora en Roma, como a Mendilibar en Sevilla. Pocas veces una final reunir¨¢ a dos entrenadores m¨¢s dispares en su recorrido profesional y en su mirada del f¨²tbol. A uno le distingue la nobleza y la sinceridad. El otro prefiere la aproximaci¨®n maliciosa y los juegos mentales.
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