Berlusconi, el hombre que futboliz¨® la pol¨ªtica
Encontr¨® en el deca¨ªdo Milan el club perfecto para proyectarse, pero primero era necesario alcanzar el ¨¦xito deportivo
El f¨²tbol, tal y como lo conocemos hoy, arranc¨® a mediados de los a?os 80, promovido por Silvio Berlusconi, empresario de Mil¨¢n que vio las infinitas posibilidades pol¨ªticas y econ¨®micas de un juego hasta entonces tan popular como parroquial. Tampoco se entender¨ªa la pol¨ªtica actual sin la precursora figura de Berlusconi, ex presidente del Milan y posteriormente primer ministro de la Rep¨²blica italiana, creador en los a?os noventa de Forza Italia, proclama b¨¢sicamente futbolera para el partido que demoli¨® el viejo sistema de equilibrios en la pol¨ªtica italiana.
Berlusconi lleg¨® a la presidencia del Milan en 1986, en un periodo de incertidumbre en el club, salpicado por esc¨¢ndalos y dos descensos a Segunda Divisi¨®n. En aquella Italia, el poder en el f¨²tbol estaba en manos de grandes familias, propietarias de empresas que establec¨ªan un relato de corte paternalista con sus seguidores. Los Agnelli, es decir la Fiat, gobernaban la Juventus en Tur¨ªn. En el Inter de Mil¨¢n, la familia Moratti, vinculada al negocio petrolero, dirig¨ªa el Inter. Los intereses pol¨ªticos del clan Agnelli, o de los Moratti, no se ventilaban en los campos de f¨²tbol. Su inmensa influencia se esponjaba en el ¨¢mbito parlamentario, preferiblemente de manera discreta.
La pol¨ªtica pod¨ªa intervenir en el f¨²tbol de manera m¨¢s o menos difusa, pero el f¨²tbol no interven¨ªa en la pol¨ªtica. Tampoco en el negocio. Los grandes clubes eran una extensi¨®n de la rama empresarial que, en el mejor de los casos, pod¨ªan dar lustre a sus propietarios y en el peor, generarles algunas deudas, encajadas en las cuentas generales de la empresa matriz.
En el f¨²tbol italiano se establec¨ªa la relaci¨®n m¨¢s cercana al mundo empresarial y al mundo de las finanzas. Esa realidad se configuraba en su Liga, la m¨¢s atractiva para las estrellas mundiales y la que mejor pagaba a los ¨ªdolos, con una consecuencia inevitable: el fervor de la gente al campeonato que oficiaba como destino obligado de las grandes figuras.
Berlusconi detect¨® en el f¨²tbol todo tipo de ventajas, desaprovechadas hasta entonces: valor emocional, comercial, representativo, medi¨¢tico y pol¨ªtico. Encontr¨® en el deca¨ªdo Milan el club perfecto para proyectarse, pero primero era necesario alcanzar el ¨¦xito deportivo. Lo consigui¨® tan r¨¢pido que su respetabilidad como presidente se dispar¨®. El siguiente paso consisti¨® en emparejar el ¨¦xito futbol¨ªstico con la singularidad corporativa.
Fue curioso el Milan de Berlusconi, un hombre de excesos, vanidoso y amoral, gobernante de un equipo de jugadores intachables, asc¨¦ticos, dirigidos por Arrigo Sacchi, un entrenador extremadamente meticuloso, a contrapelo del estilo italiano, articulado en torno a tres fen¨®menos holandeses: Gullit, Van Basten y Rijkaard. Aquel Milan revolucion¨® el f¨²tbol, no s¨®lo en el campo. El equipo acud¨ªa a hoteles que hasta entonces estaban vetados a los jugadores Los futbolistas se uniformaban con ternos de las mejores firmas italianas. La ciudad deportiva de Milanello era una Meca a visitar, un centro de entrenamiento con el aire de un exclusivo resort.
Berlusconi singulariz¨® al Milan. Cre¨® una marca impactante que trascendi¨® los l¨ªmites del f¨²tbol. Su naciente imperio medi¨¢tico y el club se retroalimentaban sin la menor competencia en Italia. Y siempre visible la figura del fact¨®tum, del hombre que utiliz¨® el f¨²tbol c¨®mo un formidable trampol¨ªn de sus intereses empresariales y sus ambiciones pol¨ªticas. Atr¨¢s quedaba el f¨²tbol como un pasatiempo para el pueblo llano y el patronazgo aristocr¨¢tico. Para Berlusconi, el f¨²tbol no fue el fin, sino el mejor medio para proyectarse en la escena mundial. Lo consigui¨® con tanta rapidez que de un plumazo cambi¨® el f¨²tbol, desde entonces en la direcci¨®n que tom¨® el Milan, y la pol¨ªtica, futbolizada por Berlusconi y la saga de Berlusconcitos que pululan por el mundo.
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