Muhammad Ali en su jard¨ªn, Messi en Miami
En la naturaleza de los m¨¢s grandes de todos los tiempos el instinto lo gobierna todo, hasta un cuerpo viejo o enfermo
Ocurri¨® el 31 de marzo de 1988. Muhammad Ali, desde el jard¨ªn de su casa, le grit¨® a unos curiosos: ¡°Este no se ha enterado de que soy el mejor boxeador de todos los tiempos¡±. Este era Davis Miller, excampe¨®n de kickboxing mucho reconvertido en dependiente de videoclub, diez a?os m¨¢s joven que ¨¦l (35 por 46, una eternidad en el ring) y sano, definitivamente sano; Ali, en cambio, llevaba varios a?os conviviendo con el parkinson. Miller entr¨® en su casa porque vio su autocaravana aparcada dentro, y ¨¦l sab¨ªa que Ali se desplazaba por el pa¨ªs en autocaravanas y autobuses para viajar sin prisas. Miller es el mayor experto mundial en Ali, lleva m¨¢s de medio siglo estudi¨¢ndolo con obsesi¨®n, desde que, en sus palabras, su figura le salv¨® la vida y se la recondujo al deporte cuando era un ni?o. Ese d¨ªa, despu¨¦s de hablar con ¨¦l y de que le firmase unas revistas, Ali le gast¨® una broma y luego se pusieron en guardia.
Es una escena brillante que Miller, que gracias a sus reportajes, perfiles y entrevistas con Ali se convirti¨® en cotizado escritor, escribe con talento en En busca de Muhammad Ali, historia de un amistad (Errata Naturae, 2016). Ali, cuyo parkinson era cada vez m¨¢s visible, hab¨ªa bajado las escalones de la autocaravana con torpeza, a punto de caerse. Y entonces levant¨® la guardia, queriendo boxear. Miller sigui¨® el juego (los golpes no llegaban a menos de 15 cent¨ªmetros del otro), Ali se quit¨® el reloj y grit¨® a los curiosos que se empezaban a amontonar en la valla del jard¨ªn. El m¨¢s grande hab¨ªa vuelto diez a?os despu¨¦s de su retirada. Se coloc¨® en posici¨®n y empez¨® a bailar, soltando las piernas. Quien haya visto en v¨ªdeo boxear a Ali, o en directo si tiene edad y tuvo fortuna, sabr¨¢ que ese baile es algo hipnotizante (¡°vuela como una mariposa y pica como una abeja¡±). ¡°Me lanz¨® otro jab, luego un segundo, y un tercero. No era ni la mitad de la mitad de r¨¢pido que en 1975, cuando entren¨¦ con ¨¦l, pero ten¨ªa los ojos alerta, brillantes como dos trozos de m¨¢rmol negro electrificado; lo ve¨ªa todo, estaba completamente relajado¡±, escribe Miller, que recuerda que ese es uno de los motivos por los que los viejos boxeadores regresan al ring una y otra vez: apenas hay momentos en los que se sientan m¨¢s vivos que cuando boxean.
Miller par¨® los golpes de Ali sinti¨¦ndose culpable: peleaba contra el campe¨®n, pero tambi¨¦n contra un hombre con parkinson. ¡°Voy a dejar que se canse, se cansar¨¢ r¨¢pido¡±, dijo Ali. Y Miller fingi¨® que se cansaba. ¡°?Se ha asustado!¡±, grit¨® el campe¨®n. Ah¨ª estaba uno de los ¨²ltimos combates ganados por Ali, y tambi¨¦n una certeza luminosa que tiene que ver con la naturaleza de un deportista de ¨¦lite, uno de los m¨¢s grandes de todos los tiempos: el instinto lo gobierna todo, hasta un cuerpo viejo o enfermo. Pienso en el retiro de Messi, el futbolista m¨¢s grande, en Miami, y en los a?os que cumplir¨¢ all¨ª y en la forma que tendr¨¢n los rivales de encararlo o sujetarlo. Si llegar¨¢ una temporada en la que el delantero est¨¦ tan lento que un defensa que se dedique al f¨²tbol por ¨¦l, al que la vida le haya cambiado gracias a ¨¦l, le tiemblen las piernas no porque el argentino le pase por encima como un avi¨®n, sino porque le va a quitar la pelota con facilidad y se sienta mal, como uno de esos muchachos que dudan entre matar al padre o levantarlo a hombros y llevarlo ¨¦l mismo hasta la porter¨ªa.
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