Por qu¨¦ lloramos cuando lloramos por f¨²tbol
El bal¨®n es de alguna manera un canalizador de sentimientos m¨¢s profundos (y sensatos), pero no siempre tangibles y concretos
He regresado muchas veces a aquel momento. Fue la tarde noche del 31 de agosto de 1991. El Athletic Club estrenaba la temporada en San Mam¨¦s ante el Sevilla. Era el debut de un nuevo delantero, Ziganda, reci¨¦n llegado de Osasuna. Nosotros est¨¢bamos lejos, en Ojacastro, un peque?o pueblo de La Rioja, donde se celebraba el bautizo de mi primo Tom¨¢s. Yo ten¨ªa 16 a?os y me hab¨ªa peleado con mis padres porque quer¨ªa faltar a la reuni¨®n familiar e ir al partido con mis amigos, pero se mostraron inflexibles. Tenemos una foto en el p¨®rtico de la iglesia. Mis padres y mis hermanos aparecen sonrientes, dir¨ªa que felices. Yo muestro el gesto del adolescente eternamente enfurru?ado. Hasta el ¨²ltimo momento mantuve la esperanza de que nos volvi¨¦ramos pronto a Bilbao y poder llegar a tiempo a San Mam¨¦s. Pero fue en vano. Los brindis se sucedieron y la sobremesa se alarg¨® hasta unirse a la cena. Cuando me di por vencido, ped¨ª las llaves del coche familiar y all¨ª, en soledad, mientras observaba el sol ponerse en ese precioso atardecer estival riojano, me conform¨¦ con escuchar la narraci¨®n en la radio. Perdimos por cero goles a dos. Cuando el ¨¢rbitro pit¨® el final, de pronto sent¨ª que mis manos se agarrotaban. Cre¨ª que los dedos se me iban a romper como palillos. El coraz¨®n me lat¨ªa desbocado y el pecho amenazaba con explotar. Me costaba respirar. Se hizo conmigo una angustia indecible que deriv¨® al fin en un llanto desbordado. Como escribi¨® Girondo, abiertas las compuertas, llor¨¦ empapando el alma y la camiseta, nad¨¦ en las propias l¨¢grimas. En esas mam¨¢ vino al coche, sospecho que a comprobar si fumaba a escondidas, y me pregunt¨® por qu¨¦ lloraba. ¡°Ha perdido el Athletic¡±, contest¨¦, y ella neg¨® con la cabeza.
Yo he llorado mucho por f¨²tbol. He llorado mares, oc¨¦anos enteros por culpa del bal¨®n. He llorado de todas las maneras posibles y en todos los lugares. Y en todas esas ocasiones he necesitado justificarme, porque es cierto que tiene algo feo y ego¨ªsta, en este mundo nuestro lleno de dolor y miserias, llorar por f¨²tbol.
Por eso suelo sostener que los hinchas no lloramos solo por f¨²tbol, sino que de alguna manera el bal¨®n es un canalizador de sentimientos m¨¢s profundos (y sensatos), pero no siempre tangibles y concretos como un gol en contra producto de un penalti a todas luces injusto. Dir¨ªa que el f¨²tbol es como la m¨²sica: no lloramos por la canci¨®n, lloramos con la canci¨®n. Por eso el llanto casi siempre nos sobreviene en los minutos finales del partido, en esos momentos en los que la ficci¨®n del estadio y la realidad del mundo que durante 90 minutos estuvo suspendida se encuentran temporalmente mezclados. El partido termina y la vida vuelve a nosotros (el verdadero origen de nuestra angustia), pero a¨²n los l¨ªmites entre el estadio y lo que queda fuera son borrosos, como cuando acabamos de despertar y en la mente se mezcla el sue?o y la realidad. Por eso creemos que nuestros sentimientos son debidos a la pelota.
Aquella tarde noche de 1991 contest¨¦ a mam¨¢ que hab¨ªa perdido el Athletic y ella neg¨® con la cabeza. Pero he vuelto muchas veces a ese momento y hoy s¨¦ que en realidad mi angustia ten¨ªa otro origen. Terminaba el verano, otra ficci¨®n, como la del estadio. Mi mundo estaba cambiando y ten¨ªa miedo. Pronto ser¨ªan los ex¨¢menes de septiembre, que ya daba por suspendidos. Mis amigos pasar¨ªan de curso y yo quer¨ªa volver atr¨¢s. En unos d¨ªas, adem¨¢s, se cumplir¨ªa un a?o desde que aitite, mi abuelo materno, hab¨ªa muerto. ?Lo echaba tanto de menos! ?l pagaba mi carn¨¦ de socio y mi padre me hab¨ªa advertido ya que ¨¦l no podr¨ªa hacerlo. En enero el club me dar¨ªa la baja. Aquel era uno de los ¨²ltimos partidos de una cuenta atr¨¢s. En definitiva: la vida volv¨ªa, con sus vaivenes, y yo ten¨ªa miedo y por eso lloraba. Pero c¨®mo explicarlo, si apenas yo lo comprend¨ªa. No s¨¦ si mam¨¢ sospech¨® del origen de mi tristeza. Pero despu¨¦s de negar con la cabeza, me sec¨® las l¨¢grimas, me rode¨® con los brazos y susurr¨® algo as¨ª como que no pasaba nada, que no se pierde siempre y que llegar¨ªan tiempos mejores. Y yo pens¨¦ en el Athletic, claro, pero tambi¨¦n apliqu¨¦ esa esperanza a lo que quedaba fuera del estadio.
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