Hassan o la muerte en directo en el K2: a la caza de una oportunidad de mejorar su vida
El porteador de altura fallecido fue v¨ªctima tanto de la indiferencia de los que le rodeaban como de su necesidad de extraerse de la miseria
La banalizaci¨®n de la muerte en directo ha llegado, tambi¨¦n, al mundo de la monta?a. La viralizada tragedia del porteador de altura Muhammad Hassan no es, sin embargo, una primicia. Antes se dieron casos muy parecidos en el Everest, y en otros ¡®ochomiles¡¯, sin nadie que lo grabase y lo colocase en la pira de le?a de las redes sociales. Con todo, cabe recordar el caso de David Sharp, con circunstancias similares en su desgracia: en el Everest decenas de personas pasaron sobre sus piernas mirando hacia otro lado, camino del techo del planeta. Contemplada la evidencia, es decir el gesto repetido de pasar por encima del cuerpo de un ser humano que agoniza, solo falta conocer c¨®mo es posible alcanzar tama?o desapego. Y a¨²n as¨ª, puede que lo inexplicable siga si¨¦ndolo despu¨¦s de darle la vuelta a las circunstancias que han tra¨ªdo im¨¢genes tan descorazonadoras.
El pakistan¨ª Hassan era porteador de altura por circunstancias de la vida. Muy pocas personas en Pakist¨¢n sue?an con ser alpinistas: sue?an, eso s¨ª, con salir de la pobreza. Y el dinero de los turistas de monta?a es un atajo estupendo si est¨¢s dispuesto a trabajar y a perder eventualmente la vida en el empe?o. La alternativa para Hassan era de sobra conocida: trabajar la tierra, cortar y portear le?a, recoger y poner a secar albaricoques y pastorear un humilde reba?o de cabras. Ten¨ªa 27 a?os, mujer y tres hijos. Y, seg¨²n han recalcado varios testigos, su experiencia en alta monta?a era exigua. Una circunstancia que puede explicar ciertas cosas.
En el arte de rentabilizar divisas extranjeras, los nepaleses le han comido la tostada en un visto y no visto a los pakistan¨ªes, casi unos intrusos en sus propias monta?as. La fiebre de cumbre del Everest se ha quedado peque?a para los trabajadores de la etnia sherpa y estos llevan un lustro abriendo nuevos mercados. El K2, la segunda monta?a m¨¢s elevada del planeta, la m¨¢s respetada, donde Hassan lo ha perdido todo, es el nuevo patio de recreo oneroso de las empresas de gu¨ªas de Nepal.
El pasado 27 de julio, un centenar de personas se colaron en la cima del K2. Una barbaridad, si se tiene en cuenta las exiguas estad¨ªsticas hist¨®ricas de ¨¦sta monta?a y el mal tiempo que asolaba esa jornada la monta?a. Antes, solo los alpinistas pisaban la cima del K2. A veces acompa?ados por porteadores locales o sherpas. Ahora, los turistas son legi¨®n, dato que tambi¨¦n contribuye a explicar el desesperante caso de Hassan acontecido ese mismo d¨ªa.
Durante d¨¦cadas, una realidad se impuso en el discurso de los himalayistas: por encima de los 8.000 metros, en la zona de la muerte, nadie pod¨ªa ayudar a nadie. Hab¨ªa que ser aut¨®nomo y aceptar su destino. El paso del tiempo ha alterado notablemente este axioma y, tambi¨¦n, los gestos de los que nunca lo aceptaron como tal. As¨ª que lo que se ve¨ªa como realidad inmutable se ha tornado en media falacia: s¨ª se puede ayudar a alguien en apuros por encima de los 8.000 metros. Solo hace falta tres cosas: voluntad de hacerlo, medios humanos y, en ocasiones, dinero (aunque valdr¨ªa con que se diesen solo las dos primeras circunstancias). Hassan sufri¨® un accidente en uno de los peores lugares posibles: en la traves¨ªa bajo el gigantesco bloque de hielo que domina el Cuello de Botella del K2.
En un principio, nadie se puso de acuerdo sobre qu¨¦ fue lo que caus¨® su desgracia: ?Una avalancha? ?el impacto de un bloque de hielo? ?su ox¨ªgeno artificial agotado? ?Una ca¨ªda? ?todo casi al mismo tiempo? En cualquier caso, algo dej¨® postrado a Hassan, quien, se dijo, estaba es ese lugar para colaborar en la colocaci¨®n de las cuerdas fijas, enviado por la agencia que le hab¨ªa contratado. ¡°Al parecer¡±, explica Luis Miguel Soriano, alpinista y c¨¢mara de altura (un asiduo en las expediciones de Carlos Soria) ¡°lo que ocurri¨® realmente es que sufri¨® una mala ca¨ªda y qued¨® colgado boca abajo de la cuerda fija. La huella era muy estrecha bajo el gran serac y si pisabas fuera de ella resbalabas peligrosamente. El peso de las bombonas de ox¨ªgeno hizo, presumiblemente, que al caer quedase colgado cabeza abajo sin poder reincorporarse. As¨ª estuvo un rato hasta que un sherpa con el que habl¨¦ me explico que le ayud¨® a regresar a la huella. Al d¨ªa siguiente, cuando pas¨¦ por ese lugar de noche camino de la cima no advert¨ª que el bulto arrinconado en mitad del flanqueo fuese una persona: solo lo descubr¨ª a la luz del d¨ªa, durante el descenso y en ese momento llevaba horas muerto¡±.
Seg¨²n los testimonios recabados, en la larga cola de aspirantes a cima y trabajadores hab¨ªa ox¨ªgeno embotellado suficiente y personal cualificado para improvisar un delicado rescate. Pero, al parecer, hab¨ªa otros asuntos en juego: fijar la cuerda que permitiese a los clientes progresar, satisfacer sus exigencias, regresar al campo base lo antes posible. Es decir, salvo un par de excepciones que trataron de reanimar a Muhammad, el resto no crey¨® que tuviese que involucrarse en su ayuda. O no consider¨® que el esfuerzo mereciese la pena dado el lugar del accidente y las escasas posibilidades de sobrevivir que presentaba el herido. Pero cabe recordar que varios alpinistas han sido rescatados pr¨¢cticamente de la cima del Everest, conducidos hasta un campo de altura inferior y extra¨ªdos en helic¨®ptero. En Pakist¨¢n, en cambio, no existe un servicio de rescate a¨¦reo y los helic¨®pteros del ej¨¦rcito solo vuelan en situaciones muy especiales . ?C¨®mo puede ser una persona rescatada del techo del planeta? Con la promesa de un buen dinero capaz de movilizar a media docena de sherpas bien surtidos de ox¨ªgeno artificial, empleando con sabidur¨ªa las cuerdas fijas e improvisando descuelgues en la nieve. Lento, costoso, peligroso¡ pero posible. Nadie, al parecer, pudo o quiso desde el campo base ofrecer dinero a cambio del rescate del desafortunado. Nadie vio motivo alguno para ponerse manos a la obra de motu propio.
Una de las descripciones m¨¢s repetidas de Hassan, hechas por sus colegas de campo base, dejaba claro que carec¨ªa de pedigr¨ª no ya como alpinista sino como porteador de altura: que si llevaba ropa anticuada, material vetusto y poco adecuado para la tarea, que si su ropa era de otra ¨¦poca¡ ¡°S¨ª, esto lo puedo corroborar¡±, explica Soriano: ¡°estaba muy mal equipado y no llevaba buzo de pluma, como lo hacemos todos, y a al caer, adem¨¢s de provocarse heridas con los crampones, se da?¨® la espalda y la parte de arriba de la ropa cedi¨® y qued¨® casi con el tronco al descubierto, lo cual a esa altitud por encima de los 8.000 metros era m¨¢s que grave. Enseguida empez¨® a convulsionar y no s¨¦ lo que pudo tardar en morir¡± ?Habr¨ªa cambiado algo si un cliente adinerado hubiera sufrido el accidente? El turismo de monta?a funciona as¨ª: algunos pagan por escalar una monta?a, y al hacerlo creen adquirir un derecho sobre fen¨®menos tan incontrolables como la enfermedad, los accidentes o la meteorolog¨ªa. As¨ª que presionan a las agencias, a los trabajadores e insisten en que tienen derecho a lanzar un ataque a cima. Hace apenas una d¨¦cada, nadie en su sano juicio hubiese buscado la cima con un peligro latente de avalanchas.
El 27 de julio, varios testigos aseguran haberse dado la vuelta tras verse envueltos en aludes. La cuerda fija les salv¨®: unos renunciaron y otros siguieron. Hab¨ªan pagado por una cima y nada les iba a separar de su destino, ni aunque tuviesen que alargar la zancada para sortear un bulto negro y amarillo. Antes, los que m¨¢s arriesgaban para alcanzar el punto culminante de una monta?a, se dec¨ªan pose¨ªdos por la ¡®fiebre de cima¡¯. Sol¨ªan ser expertos. Ahora, esa misma fiebre de cima, de una cima mil veces conquistada y apenas un premio para enmarcar en el sal¨®n de casa, parece legitimar el ego¨ªsmo de unos cuantos. ¡°Hassan ten¨ªa muy pocas posibilidades de sobrevivir tras su accidente, y un rescate en esa situaci¨®n era realmente complejo, lo que no quita, bajo mi punto de vista, que habr¨ªa que haber intentado algo, por condenado que estuviese.
Despu¨¦s, ver las im¨¢genes de la gente pasando por encima de su cuerpo cuando a¨²n viv¨ªa es muy chocante y no quiero disculparlos pero es cierto que van como zombis y solo ven un paso tras otro. Van muy justos f¨ªsicamente y caminan como aut¨®matas. Esa gente no estaba preparada ni f¨ªsica ni t¨¦cnicamente para intentar un rescate y los sherpas que iban con ellos tienen que cuidar de sus clientes, garantizar que no les pase nada y eso deja poco margen para ayudar a otros¡ lo que no quita que habr¨ªa que haber intentado salvar a Hassan porque su vida era m¨¢s importante que cualquier cima¡±, opina Soriano.
Pero la falta evidente entre los turistas de autonom¨ªa en el medio o de una aut¨¦ntica cultura de monta?a tampoco explica lo sucedido. Expertos alpinistas han dejado atr¨¢s a compa?eros ampar¨¢ndose en la media verdad de que no era altura para implicarse en un rescate. Otros en cambio, como el rumano Horia Colibasanu, prefiri¨® exponerse a morir antes que abandonar a I?aki Ochoa de Olza. De haber sufrido el mismo 27 de julio un accidente Kristin Harila, por citar al personaje m¨¢s medi¨¢tico de la comitiva, ?hubiese habido un rescate? ?hubiese merecido m¨¢s atenci¨®n que Hassan? ¡°Hassan estaba encuadrado al grupo de Seven Summits Club, con el que yo viajaba¡±, explica Soriano. ¡°Curiosamente, Alex Abramov, el jefe de expedici¨®n dio la orden dos d¨ªas antes del accidente a todos los porteadores de altura pakistan¨ªes de regresar al campo base porque los sherpas del equipo se estaban quejando de que enfermaban, su trabajo no resultaba productivo y consum¨ªan recursos como el ox¨ªgeno embotellado o el gas para cocinar. Todos los pakistan¨ªes descendieron salvo Hassan: para ¨¦l era muy importante porque ten¨ªa muy poca experiencia y en su caso alcanzar la cima le hubiera permitido subir varios pelda?os en la jerarqu¨ªa social y laboral del pa¨ªs. Cuando falleci¨® no estaba trabajando¡±.
En ¨²ltima instancia, su destino vino condicionado por sus or¨ªgenes humildes, un simple hombre a la caza de una oportunidad de cambiar su vida gracias al negocio cada vez m¨¢s cruel del turismo de monta?a en el Himalaya y el Karakoram.
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