Muere Tom Hornbein y el Everest pierde a un aventurero
El legendario alpinista norteamericano firm¨® hace 60 a?os una de las ascensiones m¨¢s valientes y arriesgadas en la historia del techo del planeta
Tom Hornbein acaba de fallecer a sus 92 a?os, en plena temporada alta de asedio al Everest, apenas a dos semanas de celebrar el 60 aniversario de una de las ascensiones al techo del planeta m¨¢s audaces que la historia del alpinismo recuerda. Tanto ha cambiado nuestra sociedad en estas seis d¨¦cadas, que en el Everest cabe ahora lo inimaginable, lo convencional, el negocio, la caza del selfie, las colas del absurdo y tambi¨¦n cierta tristeza. Con Hornbein se va ¨¦se tipo de ser humano curioso, valiente, rebelde, nunca una oveja, alguien que nada tiene que ver con aquellos que ahora se amontonan agarrados a una cuerda como ni?os amarrados a la mano de su madre. No quieren siquiera imaginar qu¨¦ podr¨ªa ser eso de buscar un camino desconocido hasta la misma cima: la seguridad ante todo, proclaman, pero Hornbein podr¨ªa responder que la seguridad en monta?a pasa por la autonom¨ªa, por la experiencia, por la maestr¨ªa necesaria para imaginar retos que se desmarquen de lo banal. Con todo, siempre elegante, Hornbein nunca critic¨® la deriva de los acontecimientos en el techo del planeta. Pas¨® por all¨ª, hizo lo que quiso, y dibuj¨® su reverencia: sigui¨® escalando y caminando toda su vida pero no volvi¨® a integrar ninguna gran expedici¨®n. De hecho, sol¨ªa referirse a su paso por el Everest como ¡°una aventura m¨¢s que a?adir a las muchas aventuras que pude vivir a los largo de los a?os en diferentes monta?as¡±. Escalar un ¨¢rbol o el tejado de una casa fueron sus primeras grandes aventuras, esas que el tiempo no borra porque se quedan grabadas en el ADN.
Pero ?qu¨¦ hizo Tom Hornbein para que ya se le eche en falta? Fue un gran m¨¦dico, profesor e investigador (notablemente en fisiolog¨ªa en altitud) y vivi¨® por y para la medicina. Vaya por delante. Despu¨¦s, siempre le gust¨® escalar. No buscaba la gloria, ni las marcas, ni otra cosa que no fuese disfrutar. A secas. Y para esto ¨²ltimo precisaba enfrentarse a s¨ª mismo, a sus miedos y a su enorme curiosidad. Por eso no le gustaban los caminos conocidos, por eso renunci¨® a convertirse en el primer norteamericano en alcanzar la cima del Everest. ?Si ya lo hab¨ªan hecho otros, qu¨¦ m¨¢s daba ser el primero o el cuarto? Lo interesante estaba ah¨ª, antes sus narices y la vista se le giraba una y otra vez hacia la obvia y majestuosa arista oeste de la monta?a, virgen, recortada contra el cielo, una estampa que le seduc¨ªa tanto como para decirse: si est¨¢ ah¨ª, ?C¨®mo no ir a echar un vistazo?. El 22 de mayo de 1963, Hornbein y Willy Unsoeld salieron de su tienda ubicada a 8.300 metros chupando oxigeno embotellado (entonces se cre¨ªa que el ser humano no sobrevivir¨ªa sin esa ayuda en la cima) pero en perfecto estilo alpino, como si se hubiesen escapado de la escuela para ir a ver qu¨¦ escond¨ªa la loma detr¨¢s de sus casas. Hornbein se guiaba por una fotograf¨ªa borrosa que mostraba una canal de nieve para evitar los ¨²ltimos tramos de roca. La imagen le hab¨ªa seducido tanto como las monta?as que descubri¨® de ni?o en Estes Park (Colorado): m¨¢s que una imagen fue un se¨ªsmo interior, el p¨¢lpito de que la vida no ten¨ªa porque ser rutinaria. Lo que vio fue una necesidad: la aventura. Si Hornbein hizo su carrera de m¨¦dico en Seattle, al jubilarse regres¨® a Estes Park, donde muri¨® el pasado 6 de mayo. Segu¨ªa paseando, recorriendo sus senderos de tierra, y hace una d¨¦cada todav¨ªa, a sus 80 a?os, se escapaba de casa, trepaba una modesta pared y pasaba la noche embutido en su saco. Solo para contemplar un buen ato las estrellas y recordando, quiz¨¢, c¨®mo su amigo Unsoeld perdi¨® los dedos de los pies por cuidar de los suyos. Si, ambos alpinistas alcanzaron la cima del Everest por donde nadie lo hab¨ªa hecho jam¨¢s (y pr¨¢cticamente nadie lo ha vuelto a hacer) y firmaron de paso la primera traves¨ªa de un ochomil, a sabiendas de que el premio ten¨ªa impl¨ªcito un peaje: pasar la noche al raso, sin ox¨ªgeno artificial, a 8.530 metros. Durante toda la noche, Unsoeld agarr¨® los pies de su amigo, los masaje¨®, los introdujo contra su vientre, devolviendo la vida a sus dedos. ?Puede alguien olvidar ese gesto? Cada a?o, hasta que Willy Unsoeld desapareci¨® sepultado por una avalancha de nieve en el Monte Rainier, ambos se llamaban por tel¨¦fono el d¨ªa del aniversario de su cima en el Everest. Cuando Unsoeld ya no estuvo, a partir de 1979, Hornbein perpetu¨® la costumbre telefoneando a su viuda cada 22 de mayo, y cada 4 de marzo, fecha de la muerte de su amigo.
De su experiencia en el Everest, Tom Hornbein escribi¨® un libro (Everest: la arista oeste) en el que no se trata de narrar una gesta sino de analizar un viaje interior. Fue su manera de agradecer a la literatura lo que tanto le hab¨ªa dado: conocimiento y deseo de salir a las monta?as. Sin libros, opinaba, existir¨ªa un gran vac¨ªo en la educaci¨®n de aquellos que persiguen sue?os. A su entender, la creatividad de escritores, fot¨®grafos o cineastas siempre ha sido crucial para que el mensaje se perpet¨²e en la comunidad alpin¨ªstica. Tambi¨¦n se convirti¨® en un h¨¦roe, a su pesar, para numerosas generaciones de escaladores. ¡°Yo nunca quise ser conocido como el doctor que escal¨® el Everest, y a Willi tambi¨¦n le molestaba la etiqueta y sol¨ªa describir su sensaci¨®n de manera graciosa: es como tener un albatros revoloteando junto al cuello. No hay manera de quit¨¢rselo de encima¡±, explicar¨ªa Hornbein en el Denver Post.
Estos d¨ªas, 500 clientes y al menos otros tantos sherpas esperan ansiosos en la vertiente sur del Everest una ventana de buen tiempo para salir en estampida camino de la cima. Nunca ha habido tantos candidatos reunidos. La mayor¨ªa no habr¨¢ nunca o¨ªdo hablar de Tom Hornbein ni sabr¨¢ que en el Everest fue feliz hace 60 a?os porque solo buscaba divertirse.
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