¡®Rust¡¯, el border collie que rescat¨® a una senderista perdida en la Patagonia
Un perro adiestrado por una doctora de la zona encuentra a una mujer que se hab¨ªa ca¨ªdo tres d¨ªas antes en un paraje salvaje a los pies del Cerro Torre, uno de los epicentros del alpinismo
Fueron dos ladridos que sonaron como dos disparos. Romina Z¨¢rate se despert¨® creyendo que lo hab¨ªa so?ado, que su cabeza aturdida por el estr¨¦s y un cansancio insondable empezaba a jugarle malas pasadas. Volvi¨® a cerrar los ojos y entonces escuch¨® nuevos ladridos de perro. Si hab¨ªa un perro podr¨ªa haber un grupo de rescate. Solo que no ten¨ªa fuerzas para ponerse en pie, para gritar, para salvarse. Entonces, el miedo a morir le concedi¨® fuerzas: de mala manera se irgui¨® sobre sus pies descalzos, sangrantes, semi helados y empez¨® a gritar, record¨® que iba vestida de negro y que nadie la ver¨ªa de esa guisa, as¨ª que agarr¨® su mochila gris y roja y la levant¨® por encima de su cabeza, agit¨¢ndola como pose¨ªda. Entonces, alguien grit¨® a su espalda: ¡°La veo¡±. Pocos minutos despu¨¦s, se abrazaba a un rescatador.
50 voluntarios, habitantes y escaladores de visita en El Chalt¨¦n, un diminuto enclave perdido en la Patagonia argentina, llevaban tres d¨ªas buscando una aguja en el inmenso pajar de terreno que rodea a las ic¨®nicas monta?as de la zona: el Cerro Torre y el Fitz Roy. Se trata de uno de los lugares de la Tierra m¨¢s salvajes y aislados, una tierra sometida, adem¨¢s, a una meteorolog¨ªa enloquecedora. Tambi¨¦n es uno de los epicentros del alpinismo y el senderismo, un lugar que recibe enormes masas de turistas de monta?a que van y vienen, arriba y abajo, pese a que no existe un servicio de rescate profesional ni hay helic¨®pteros. La Comisi¨®n de Auxilio de El Chalt¨¦n est¨¢ compuesta por voluntarios, y ahora mismo el h¨¦roe de este grupo heterog¨¦neo se llama Rust y es un perro de raza border collie de ocho a?os entrenado para dar con personas perdidas. El de Romina es su primer rescate.
La due?a del perro es Carolina Cod¨®, tambi¨¦n la doctora del lugar y la creadora del servicio de rescate. Con la ayuda de adiestradores profesionales, Carolina form¨® a su perro y no ha dejado de entrenarlo met¨®dicamente desde hace a?os. Por si acaso, porque en este lugar todas las ayudas son pocas. Pero el d¨ªa que m¨¢s se necesitaba la labor de Rust, la doctora estaba lejos, de vacaciones, y el perro, al cuidado de una de sus mejores amigas, Angie Felgueras, cuya casa dista apenas unos metros. ¡°La he visto a Caro tantas veces entrenar a Rust que me sab¨ªa las ¨®rdenes que ten¨ªa que darle para que empezase a buscar, as¨ª que junto a un amigo escogimos una zona y nos pusimos a caminar. De normal, el perro siempre trata de jugar, nos trae palos, se los tiramos, pero al darle la orden dej¨® los juegos y se puso a buscar sin descanso¡±, explica Angie.
Romina, de 36 a?os, se extravi¨® el viernes 21 de abril. Dej¨® su hospedaje en el Chalt¨¦n a las nueve de la ma?ana y no dej¨® dicho ad¨®nde se dirig¨ªa, una de las recomendaciones m¨¢s repetidas por las instancias que rigen el mundo del monta?ismo: ¡°Es un error que asumo¡±, dice. A media tarde, tras pasar por la cima de la Loma del Pliegue, la senderista se dio cuenta de que no estaba regresando por el mismo camino que hab¨ªa empleado para ascender. Consider¨® dar media vuelta, pero convino que le ser¨ªa muy complicado encontrar la senda por la que llevaba ya un rato progresando. Poco despu¨¦s, supo que se hab¨ªa perdido, pero se consol¨® a sabiendas de que el pueblo no quedaba lejos y que ser¨ªa capaz de dar con una forma de regresar¡ antes del anochecer. Adem¨¢s, si lograba dar con el r¨ªo Fitz Roy, que es un afluente del r¨ªo de las Vueltas, que pasa por El Chalt¨¦n, seguirlo le bastar¨ªa para regresar a la civilizaci¨®n. Poco despu¨¦s, vio un torrente y lo sigui¨®, convencida de que la llevar¨ªa hasta el curso de agua. Pero el terreno cada vez m¨¢s vertical y resbaladizo, unido a las crecientes prisas por evitar que cayera la noche, le jug¨® una mala pasada: cay¨® unos ocho metros, rebotando entre rocas musgosas y golpe¨¢ndose con violencia todo el costado izquierdo.
Cuando se puso en pie, su mu?eca izquierda estaba quebrada. Pero el r¨ªo quedaba a la vista. Cruzarlo casi acaba con ella. Segundos despu¨¦s de empezar a chapotear, la corriente, de aspecto benigno, la arrastraba sin remedio, as¨ª que tras perder pie, se dej¨® llevar bocarriba. El agua estaba congelada. ¡°Empezaba a no sentir los pies, puesto que la fuerza del agua se hab¨ªa llevado mis botas. Me dije que si no llegaba a la orilla r¨¢pido, nunca lo conseguir¨ªa. No s¨¦ c¨®mo, pero acert¨¦ a ponerme de pie y salvar los seis metros finales¡±, recuerda en conversaci¨®n telef¨®nica. Estaba al otro lado, pero en un terreno espantoso de matojos, rocas, vegetaci¨®n tupida y con un peque?o cerro o monta?a frente a ella. Decidi¨® subir, pero descalza, sus pies enseguida eran un cuadro de calcetines destrozados y dedos ensangrentados.
Sin saberlo, estaba en la cima del Cerro de los C¨®ndores, desde donde vio algo que la llen¨® de esperanza: la luz roja de la torre de telefon¨ªa de El Chalt¨¦n. Milagrosamente, pese al ba?o, su tel¨¦fono a¨²n funcionaba y ten¨ªa cobertura. Pudo hablar con su hermano, en Buenos Aires, y con toda la calma que pudo reunir le pidi¨® que alertase a la Comisi¨®n de Auxilio. ¡°Y volv¨ª a cometer un error de bulto, porque olvid¨¦ decirle d¨®nde estaba, qu¨¦ excursi¨®n hab¨ªa emprendido, lo que hubiera acelerado mi rescate¡±. Ya no lo pudo remediar, porque su tel¨¦fono dej¨® de funcionar poco despu¨¦s de efectuar la llamada. Desde esa cima tambi¨¦n advirti¨® un sendero (el que lleva al Cerro Torre), pero cuando trat¨® de buscar la manera de alcanzarlo, comprob¨® que un cortado le borraba las esperanzas. Adem¨¢s, anochec¨ªa ya, y decidi¨® esperar ah¨ª mismo el amanecer.
Mientras, Angie y Rust regresaron a casa sin haber encontrado rastro de la desaparecida y ahuyentados por un viento que apenas permit¨ªa a los rescatadores mantenerse en pie. Romina encontr¨® un lugar entre unas rocas y se tumb¨®, barrida tambi¨¦n por un viento feroz que, al menos, la sec¨® por completo. Se hab¨ªa vendado los pies con las perneras de sus pantalones, pero estos eran ya jirones lastimosos. Se puso tambi¨¦n los guantes en los dedos de los pies. Todo para no congelarse. ¡°La noche fue horrible, angustiosa. No pod¨ªa creer lo que me estaba pasando¡±, explica. A la ma?ana siguiente, la sed la hizo desandar el camino y descender hasta el r¨ªo, donde quiz¨¢ la viesen m¨¢s f¨¢cilmente. Esper¨® en vano casi todo el d¨ªa y decidi¨® regresar al atardecer a su vivac. No lleg¨®. Los pies destrozados, el terreno abrupto, los ara?azos y golpes para no perder pie acabaron pronto con sus fuerzas, as¨ª que se tir¨® en el lugar menos inc¨®modo que encontr¨®. Empez¨® a llover, sac¨® su chubasquero-capa, pero este no lograba taparla del todo: los pies quedaban al aire si se cubr¨ªa la cabeza, y a la inversa. La noche volvi¨® a ser de pesadilla.
Angie, su amigo y Rust salieron antes del amanecer, escogiendo esta vez la Loma del Pliegue. El perro parec¨ªa haber encontrado un rastro y cuando alcanz¨® el r¨ªo empez¨® a ladrar, mirando a la ribera y a Angie de forma alternativa hasta que empez¨® a jugar: su labor hab¨ªa terminado. ¡°Es alucinante: dio con el sitio exacto por donde Romina cruz¨® el r¨ªo¡±, se felicita Angie. ¡°Dej¨¦ varios rastros de orina. Quiz¨¢s eso ayud¨® a Rust¡±, apunta Romina.
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