Cristiano Ronaldo y los televisores peque?os
El astro portugu¨¦s se parece mucho a un mortal en esta Eurocopa, pero no conviene confiarse. La Bestia sigue dentro de ¨¦l, esperando el instante definitivo en que resurgir de sus cenizas
Cristiano Ronaldo fall¨® un penalti que podr¨ªa haber sido decisivo en la pr¨®rroga frente a Eslovenia y se puso a llorar como un ni?o desconsolado. O como Mar¨ªa de Medeiros en alguna de sus pel¨ªculas, sobre esto no hay unanimidad entre la cr¨ªtica, ni tampoco entre el p¨²blico. Luego marcar¨ªa otro en la tanda definitiva que sirvi¨® para que Portugal avanzase a los cuartos de final, pero ya nada fue lo mismo en su cabeza de destructor de mundos, de devorador insaciable. Por eso se dirigi¨® a la grada pidiendo perd¨®n a los miles de aficionados lusos que se empe?aban en animarlo y puede que tambi¨¦n a ¨¦l mismo, pues nadie espera tanto de Cristiano Ronaldo como el propio Cristiano Ronaldo.
Regodearse en su declive tiene algo de natural y algo de perverso, pues su carrera ha sido un continuo ¡°yo contra el mundo¡± y el mundo, nos guste o no, est¨¢ lleno de personas con demasiado tiempo libre que van armando su existencia en base a unas pocas filias y un mont¨®n casi infinito de fobias. Odiar a Cristiano Ronaldo siempre ha sido una postura c¨®moda si tenemos en cuenta la naturaleza del personaje, su rivalidad con Leo Messi, que es un bendito, y la insistencia del cristianismo ronaldeo en forzar la realidad para ajustarla a su discurso de injusticia planetaria, de persecuci¨®n global hacia un muchacho que no ten¨ªa la culpa de ser tan buen futbolista, tan guapo y famoso que hasta la cr¨ªtica m¨¢s tolerable se convert¨ªa en una cruenta cuesti¨®n personal.
Esperaban algunos de Cristiano Ronaldo que se rindiese al primer fogonazo del genio argentino. O que calcinase al Real Madrid desde dentro, puro fuego en un vestuario empapelado de leyendas sobre el compa?erismo, la humildad, el teorema del buen adalid y aquellos versos antiguos de ¡°cuando pierde, da la mano¡±. Sue?os nobles, al fin y al cabo, pues desde siempre hemos visto a los futbolistas del eterno rival como yernos ideales a los que daba hasta pereza criticar. Pero no se rindi¨® el portugu¨¦s, ni se ajust¨® a las normas estandarizadas del antimadridismo, as¨ª que cada triunfo suyo, personal o colectivo, lo celebraba con un grito en el vac¨ªo del gol en contra, una mirada desafiante y una sonrisa millonaria que amenazaba con comprar nuestras casas para desahuciarnos del mundo. O construir uno nuevo creado a su imagen y semejanza, puede que con una gran estatua de sus piernas en cada plaza y con la advertencia ¡°me respetareis¡± justo debajo, grabada en piedra.
El Cristiano Ronaldo de esta Eurocopa se parece mucho a un mortal, a un futbolista cualquiera de la ¨¦lite moderna, a Morata, o a Marcus Thuram, pero no conviene confiarse. Lo vemos tirar desmarques en cada transici¨®n, apretar a los centrales, desesperarse con su poca fortuna e incluso aplaudir a sus compa?eros, como esos generales que ven cerca la muerte y empiezan a preocuparse de que vaya alguien a su entierro. Pero la Bestia sigue dentro de ¨¦l, agazapada, esperando el instante definitivo en que resurgir de sus cenizas y recordarnos aquello que siempre ha sabido y nosotros no: que en esta vida y en las sucesivas todos estamos equivocados menos ¨¦l.
¡°La gente cree que nuestra vida es sencilla, pero si queremos cambiar los muebles de esta casa no los podemos vender en Wallapop, son demasiado grandes¡±, dec¨ªa Georgina, su pareja, en el reality que le dedic¨® Netflix. Me parece una explicaci¨®n casi perfecta de lo que est¨¢ ocurriendo con un Cristiano Ronaldo al que tantos desean ver por fin empeque?ecido sin reparar en el min¨²sculo tama?o de nuestros televisores.
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