Dos goles y un apret¨®n de manos
Menotti me estaba esperando en la boca del t¨²nel y con su voz de bar¨ªtono me pregunt¨®: ¡°?Qu¨¦ ha hecho, nene?¡± y me dio la mano como si no fuera un nene, sino un hombre
Semana FIFA para las selecciones. Los aviones privados salen de aqu¨ª para all¨¢ trasladando a grandes estrellas del f¨²tbol. Por contraste, viene a mi memoria el d¨ªa de mi debut. Existen cr¨®nicas, pero ni una sola imagen de aquel partido. Era otra edad geol¨®gica. Es junio de 1975 y la selecci¨®n Argentina se enfrentar¨ªa a Uruguay. Cesar Luis Menotti hizo su lista de convocados, pero River y Boca se negaron a ceder a varios de sus jugadores. Un mes antes yo hab¨ªa sido campe¨®n del Mundial Juvenil de Toul¨®n (Francia) bajo las ¨®rdenes de Menotti y estuve entre los nuevos elegidos. Un llamado urgente para rellenar la convocatoria.
Vamos a la secuencia. Newel¡¯s Old Boys de Rosario, mi equipo, jugaba de local. Despu¨¦s del partido, el entrenador me dio la noticia: estaba citado para viajar con la Selecci¨®n. Era mi¨¦rcoles por la noche y el partido se jugar¨ªa el viernes en Montevideo. Ya de madrugada encontr¨¦ un precario tren nocturno para hacer el viaje hacia Buenos Aires, en asientos con listones de madera que me dejaban el cuerpo a rayas cuando intentaba dormir. De la estaci¨®n, a toda prisa, al aeropuerto donde esperaba la delegaci¨®n. Era mediod¨ªa del jueves y yo era un zombi.
Fui suplente. Entre los titulares hab¨ªa dos grandes ¨ªdolos: Bochini, un talento puro fascinante, y el ¡°Beto¡± Alonso, jugador de una elegancia superior. Verlos de cerca justificaba el viaje. Cuando se llevaba una hora de partido calent¨¦ durante algunos minutos y en el 67 entr¨¦ sustituyendo al Loco Houseman, un genio d¨ªscolo. Uruguay acababa de empatarnos: 1 a 1.
Pisando el minuto 80, un centro medido me encontr¨® en el segundo palo. Le pegu¨¦ un frentazo cruzado hacia abajo, la pelota bot¨®, peg¨® en el palo y entr¨®. Para morirse de alegr¨ªa: era mi debut, era el estadio Centenario, hac¨ªa veinte a?os que Argentina no le ganaba a Uruguay y el centro me lo hab¨ªa servido el Beto Alonso. Todo eso junto no hab¨ªa entrado en ninguno de mis grandes sue?os.
Cinco minutos despu¨¦s, en la mejor jugada del partido, Alonso y Bochini empezaron a tirar paredes como alba?iles de un palacio, y me propusieron entrar en la sociedad. Bochini me dio una pelota y se la devolv¨ª; me dio una segunda y tambi¨¦n la devolv¨ª¡ Si alguien le daba una pelota a Bochini y sal¨ªa corriendo hacia el ¨¢rea contraria, lo normal era encontrarse al arco de frente. Fue lo que ocurri¨® y, para que no me acusaran de t¨ªmido, casi le arranco la cabeza al portero. 3 a 1 para Argentina. Uruguay, que nunca se rinde, marc¨® el segundo poco antes del final.
Yo estaba en el cl¨¢sico momento esto no me est¨¢ pasando a m¨ª. Pero era verdad porque Menotti me estaba esperando en la boca del t¨²nel y con su voz de bar¨ªtono me pregunt¨®: ¡°?Qu¨¦ ha hecho, nene?¡± y me dio la mano como si no fuera un nene, sino un hombre. Baj¨¦ las escaleras y me encontr¨¦ a un fot¨®grafo de la revista El Gr¨¢fico, que hab¨ªa visto de lejos la escena. Me pidi¨® que le volviera a dar la mano a Menotti para la foto. Entre que El Gr¨¢fico era mi biblia futbol¨ªstica y que yo no pod¨ªa estar m¨¢s feliz, obedec¨ª.
Sub¨ª, le toqu¨¦ el hombro y cuando Menotti se gir¨®, puse cara de triunfador y le dije: ¡°Cesar, este se?or dice que nos demos la mano otra vez para hacer una foto¡±. Contest¨® con la voz m¨¢s ronca a¨²n: ¡°Nene, la mano se da una sola vez y en serio¡±.
Me tir¨¦ de cabeza a la boca del t¨²nel y desaparec¨ª. Pero visto desde la distancia, fue una gran tarde: dos goles para Argentina en mi debut y una lecci¨®n de vida.
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