Nuevo f¨²tbol y mediocridad
Si lo ¨²nico que importa es ganar, la belleza se convierte en una aspiraci¨®n ingenua
El Madrid perdi¨® despu¨¦s de mucho tiempo y las consecuencias fueron las de siempre: buscar el culpable antes que las causas. Simplificando: falt¨® juego. Buena excusa para hablar de la peligrosa tendencia del f¨²tbol industrial de estos d¨ªas.
El resultado es, para los entrenadores, una cuesti¨®n de supervivencia. Y si lo ¨²nico que importa es ganar, la belleza se conv...
El Madrid perdi¨® despu¨¦s de mucho tiempo y las consecuencias fueron las de siempre: buscar el culpable antes que las causas. Simplificando: falt¨® juego. Buena excusa para hablar de la peligrosa tendencia del f¨²tbol industrial de estos d¨ªas.
El resultado es, para los entrenadores, una cuesti¨®n de supervivencia. Y si lo ¨²nico que importa es ganar, la belleza se convierte en una aspiraci¨®n ingenua. La percepci¨®n nos dice que el m¨¦todo aten¨²a el riesgo y la creatividad lo acent¨²a. Por ello, un jugador que vive de su inspiraci¨®n es un enemigo del control, due?o y se?or del nuevo f¨²tbol.
Las tendencias son pacientes, pero aceleran desde los s¨ªmbolos. Nada expres¨® mejor el cambio de rumbo que la muerte del diez y Arrigo Sacchi escribi¨® el epitafio: ¡°El media punta es medio jugador¡±. Primero perdieron su lugar. El eslab¨®n intermedio que era el creativo del equipo pas¨® a ser segundo delantero, extremo o suplente. Los desalojaron. Despu¨¦s de quitarles el lugar les quitaron la confianza.
En las siguientes generaciones al creativo lo atac¨® la tendencia desde los primeros pasos. Los chicos diferentes, que no son ni r¨¢pidos ni fuertes, se van quedando en el camino porque en el f¨²tbol formativo los entrenadores tambi¨¦n quieren ganar y es m¨¢s f¨¢cil hacerlo con un jugador grande que con uno bueno. La supervivencia de los peores, un darwinismo inverso.
Hoy un buen equipo juega a tenerla. Es como si escribiendo me perdiera en frases subordinadas sin encontrar el final. Para terminar la frase hay que concluir. Y en f¨²tbol, para concluir sirve el golpe de vista y la finura t¨¦cnica para el pase filtrado, la pausa para que aparezca el espacio, la sofisticaci¨®n del amague, la pared, el regate¡ Eso, cuando hablamos de equipos que juegan para ganar. A los que juegan a no perder les basta con poner dos l¨ªneas de cuatro para hacerle la vida imposible al rival. Lo malo es que tambi¨¦n le hacen la vida imposible al aficionado. Porque todas las jugadas son la misma jugada en un ejercicio repetitivo insoportable. No es un problema t¨¦cnico (todos saben controlar y pasar a la perfecci¨®n) sino que tiene que ver con la falta de imaginaci¨®n. Y la imaginaci¨®n es algo que traen de f¨¢brica los buenos jugadores, nunca un entrenador. Los mediocampistas de moda van y vienen de ¨¢rea a ¨¢rea a toda velocidad porque todos corren que se las pelan, hasta que chocan. Imprevisto f¨¢cil de prever porque a tanta velocidad no hay manera de pensar. De modo que al imperio de la t¨¢ctica hay que agregarle el de la superioridad f¨ªsica. Esto es visible: cada vez jugadores con mejor presencia y m¨¢s m¨²sculo. Un f¨²tbol demasiado sincero cuando el enga?o fue siempre el gran sustento de los grandes jugadores. Sin el eslab¨®n creativo da igual la categor¨ªa de los delanteros porque no recibir¨¢n el alimento de un bal¨®n en buenas condiciones.
Los jugadores no est¨¢n preparados para pensar el partido y tomar decisiones. Ese ¨¢mbito sagrado ya le pertenece en exclusiva al entrenador, acompa?ado de diez colaboradores y toda la tecnolog¨ªa a su alcance para medir el f¨²tbol, desde GPS hasta drones. Pero el entrenador no hace, sino que hace hacer. Y siguiendo con ese ejercicio de delegaci¨®n, en la puerta espera la IA para redondear la confusi¨®n. El f¨²tbol es un juego exageradamente humano. A la IA le resultar¨¢ f¨¢cil mejorar este art¨ªculo y su inteligencia estad¨ªstica podr¨¢ imitar a Picasso, pero no podr¨¢ hacer f¨ªsica la inteligencia que se necesita para jugar al f¨²tbol. De modo que la tendencia, ya impaciente por la velocidad de los tiempos, amenaza con llevarnos hasta el peor de los destinos: el de la mediocridad.