F¨²tbol est¨²pido, paranoico, maravilloso
Este deporte sigue siendo popular en cuanto provocador de conversaciones, por la sugesti¨®n identitaria y porque partidos como el Barcelona - Atl¨¦tico de Copa nos pueden hipnotizar

El mundo cambia y el f¨²tbol no quiere quedarse atr¨¢s. Alarga el paso, pero no le dan las piernas porque es hijo de un tiempo ya remoto. Le cuesta adaptarse. Le sienta mal. Este juego naci¨® en exclusivas universidades inglesas, pero la industrializaci¨®n lo cambi¨® de mano. Fen¨®meno cultural que los pobres le arrebataron a los ricos. Ciento cincuenta a?os despu¨¦s, ya se lo est¨¢n devolviendo. La cadena de consecuencias es preocupante.
El dinero ha aumentado su protagonismo y me parece sano que la gesti¨®n civilice las cuentas de los clubes. Lo preocupante es que el dinero se haya personado para que los milmillonarios y los fondos de inversi¨®n hagan su juego especulativo con una causa popular.
Tambi¨¦n se person¨® la tecnolog¨ªa. Para empezar a los ni?os les cambi¨® la calle por una silla. Que no nos extra?e si un d¨ªa el f¨²tbol deja de ser nuestro juego favorito porque la IA haya inventado una alternativa. Desde hace alg¨²n tiempo ya mand¨® a los algoritmos a olfatear nuestros deseos y no tardar¨¢ en inventar juegos que satisfagan nuestras altas y bajas pasiones de una moderna manera.
Para sustituir la calle creamos las academias, que achican el campo del aprendizaje. Si es social, porque te cobran, y si es profesional, porque solo hay sitio para los excelentes. La calle, en cambio, nos admit¨ªa a todos y nos ense?aba algunas cosas que ten¨ªan que ver con el f¨²tbol y otras que ten¨ªan que ver con la vida.
En cuanto al hincha, lo convirtieron en un animal televisivo, que mira a su equipo con la rabia de la emoci¨®n y con la rabia de la exclusi¨®n. Una entrada resulta inalcanzable para la econom¨ªa de un trabajador. Hubo un tiempo, no muy lejano, en que la gente vibraba de pie con una entrada accesible. Luego los estadios mudaron a clase media, con la afici¨®n sentada para civilizar sus reacciones. Ahora se est¨¢n convirtiendo en palacios con zonas VIPS car¨ªsimas, turistas que buscan experiencias y ultras m¨¢s o menos adiestrados.
En esta invasi¨®n de intrusos, en donde hay una escala de importancia medi¨¢tica que pone en primer lugar a los ¨¢rbitros, en segundo lugar a los entrenadores y solo en tercer lugar a los jugadores, llegamos a la ¨²ltima aberraci¨®n: la de complicar el reglamento hasta hacerlo incomprensible y la de introducir el VAR para volvernos paranoicos.
Deporte que sigue siendo popular en cuanto provocador de conversaciones, por la sugesti¨®n identitaria y porque pervive en nosotros el amor al f¨²tbol que nos infecta desde la infancia. Pero si el juego es caro, si los ¨ªdolos son inalcanzables, si los hinchas son tratados como clientes, si para las mentes digitales es lento, si es m¨¢s deporte que juego y si el reglamento lo est¨¢ convirtiendo en un juego est¨²pido, ?no habr¨¢ llegado el momento de preocuparse?
En todo esto ven¨ªa pensando hasta que a altas horas de la noche la Copa del Rey nos trajo un maravilloso Bar?a ¨C Atl¨¦tico y el f¨²tbol volvi¨® a hipnotizarme con su poder de seducci¨®n. Ah¨ª estaban la entrega y la ambici¨®n de todos y la calidad superlativa de Lamine, Pedri o Juli¨¢n Alvarez a los que les bastaba tocar el bal¨®n para que el juego alcanzara cimas m¨¢gicas. En los minutos finales un Bar?a dominante y con un marcador holgado jugaba bajo la banda sonora de hirientes ol¨¦s. Fue entonces cuando del banquillo de su rival salieron dos puntas desequilibrantes y antag¨®nicas del infinito f¨²tbol: ?ngel Correa, con su habilidad de potrero, y Sorloth, con su intimidante y n¨®rdica presencia. El Atl¨¦tico revolvi¨® el partido y el resultado a todo orgullo. Y nos permiti¨® recordar porque, a pesar de todo, queremos tanto a este juego.
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