Arriba los pobres del mundo
El escritor argentino Mart¨ªn Caparr¨®s y el mexicano Juan Villoro mantienen una correspondencia durante todo el torneo y constatan que el bal¨®n sabe tambi¨¦n mucho de amistad
Toquecito a Villoro:
Me consuelas, Granju¨¢n, de la victoria, y tienes toda la raz¨®n: no hay nada m¨¢s extremo. A m¨ª, como bien dices, me hundi¨® en los versos; t¨² me das esperanzas de una cura. Yo la espero, sin duda, para m¨ª; no para ti, est¨¢ claro. Citas, con raz¨®n, al burgu¨¦s gentilhombre de Moli¨¨re: si ¨¦l hac¨ªa prosa sin saberlo, t¨² poetizas con exquisito disimulo. Tus frases cortas no se extienden a lo largo sino a lo ancho, no hacia las puntas sino hacia el interior: reverberan con sentidos y sentidos, consentidos resuenan y consuenan, presentidos. Ojal¨¢ sepas disculparme este exabrupto; te lo lanzo, supongo, por la suave nostalgia anticipada de que esto se termina. ?A qui¨¦n voy a escribirle el martes pr¨®ximo? ?A qui¨¦n dir¨¦le y callar¨¦le tantas cosas, de qui¨¦n leer¨¦ los frescos arabescos?
En fin, para sintetizar: que les ganamos y ahora viene la dif¨ªcil en serio, la que importa, el ¨²ltimo campe¨®n contra el campe¨®n in pectore, tan a menudo in pectore. Es curioso que sean Francia y Argentina: t¨² sabes que he vivido en las dos y creo que conozco una de ellas ¨Cy que la otra me parece incognoscible. Por eso pienso que, guardando las imposibles proporciones, son dos pa¨ªses que ahora se parecen: ambos vacilan y extra?an con pasi¨®n sus viejos buenos tiempos, sus a?os dorados. La ¨²nica diferencia ¨Cmenor, tan elocuente¨C es que Francia s¨ª tuvo a?os dorados.
Ahora, que ya no, se ha vuelto el gran semillero futbol¨ªstico del mundo, y parece casi inexplicable. Porque lo es, se me ocurre una explicaci¨®n que espero que no explique nada: te la cuento, a ver qu¨¦ te parece.
El f¨²tbol europeo cambi¨® tanto. Sabemos que sus equipos se llevan lo mejor del balompi¨¦ sudaca y africano a sus pa¨ªses lo antes que pueden, pero en los mundiales cada cual vuelve a su selecci¨®n. Hubo tiempos en que esos pa¨ªses europeos poderosos se desinflaban cuando deb¨ªan jugar con Brasil o Argentina; ya no. Ahora sus jugadores no son esos brutos muy bien entrenados, muy f¨ªsicos que a veces ganaban porque corr¨ªan m¨¢s que nadie pero eran torpes con la bola. Yo sospecho que es culpa de la formaci¨®n: hasta hace 30 o 40 a?os cada chico aprend¨ªa a jugar al f¨²tbol en su barrio, su plaza, el patio de su escuela: sus modelos eran otros chicos como ¨¦l, los hermanos mayores, los cracks de su manzana ¨Cy entonces lo que pod¨ªan aprender se limitaba a sus entornos. Se manten¨ªan estilos nacionales, habilidades regionales. Ahora, en cambio, los chicos aprenden mirando por la tele a Neymar o Messi o Mbapp¨¦ ¨Cy da lo mismo si est¨¢n en C¨®rdoba o Kinshasa o Kichinau¨C: su origen ya no condiciona su formaci¨®n y sus habilidades. As¨ª que hay belgas o italianos que juegan como si vinieran de la playa de Copacabana: un disparate. Y despu¨¦s tienen buenas escuelas, buena educaci¨®n, buena alimentaci¨®n ¨Cy entonces se destacan.
Pero hay otra cosa. Siempre se habl¨® del hambre, de las ganas que pon¨ªan, adem¨¢s, los jugadores sudamericanos. Cuando el f¨²tbol sudaca era mejor la mayor parte de sus futbolistas ven¨ªan de los m¨¢rgenes, de los barrios m¨¢s pobres. Ahora el f¨²tbol europeo lo emparej¨® y, curiosamente, lo hizo cuando sus futbolistas tambi¨¦n empezaron a venir de los m¨¢rgenes, de los barrios m¨¢s pobres: cuando sus jugadores dejaron de ser clase media blanca local y pasaron a ser, en mayor¨ªa, los hijos de inmigrantes africanos. ?Se podr¨ªa suponer que el f¨²tbol es un deporte donde los pobres son mejores? ?T¨² qu¨¦ piensas, Granju¨¢n? Y, si as¨ª fuera, ?por qu¨¦ lo ser¨ªa?
En cualquier caso la final ser¨¢, sin dudas, una batalla entre viajeros. Las patrias ¨Cesa invenci¨®n francesa¨C se pondr¨¢n en juego; las representar¨¢n dos bandas de reci¨¦n llegados. Un hato de argentinos ¨Cinmigrantes de tercera o cuarta generaci¨®n¨C contra uno de franceses ¨Cinmigrantes de primera o segunda¨C defender¨¢n sus himnos, sus banderas, todo tipo de esencias nacionales. Yo espero que defiendan la creaci¨®n y la alegr¨ªa.
As¨ª ser¨ªamos felices ¨Cpor un rato. Me hablas de tu felicidad y la encuentro feroz: yo tambi¨¦n lo ser¨ªa si escuchara en la puerta de mi casa el grito de los tamales oaxaque?os calientitos. Pero en mi casa solo se oyen mirlos y b¨²hos y abubillas y sobre todo las urracas, esas aves tan despiadadamente bellas. Las miro mucho y me sorprenden: cada vez que bajan a buscar alg¨²n mendrugo ¨Co un pedazo de carne¨C que les tiro, toman infinidad de precauciones. All¨ª donde los otros se abalanzan, ellas calculan, temen. Son cobardes: son las m¨¢s grandes y fuertes y cobardes. Lo cual me sorprend¨ªa ya antes, pero me preocup¨® cuando supe que eran los p¨¢jaros m¨¢s inteligentes. Esa yunta de inteligencia y cobard¨ªa me perturba. Y no quiero, por ahora, por si acaso, decir m¨¢s: ciertas met¨¢foras me pueden.
Disfrutemos, por un rato, del silencio.
Abrazos.
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