Hinchada hay una sola
El escritor argentino Mart¨ªn Caparr¨®s y el mexicano Juan Villoro mantienen una correspondencia durante todo el torneo y constatan que el bal¨®n sabe tambi¨¦n mucho de amistad
Un cantito a Villoro:
Como sabes, Granju¨¢n, Argentina ya es campe¨®n mundial. De f¨²tbol todav¨ªa no ¡ªeso habr¨¢ que tramitarlo ma?ana¡ª pero s¨ª de hinchadas: si para algo sirvi¨® este campeonato fue para que el mundo se apiadara de Messi y se rindiera ante la fanaticada azul y blanca. (Notar¨¢s que, en un esfuerzo demagogo, acabo de escribir ¡°fanaticada¡±: qu¨¦ palabra turbia. Pero ¡°parcialidad¡± suena a expediente, ¡°la afici¨®n¡± a un espa?ol con puro y carraspera y ¡°los seguidores¡± me recuerdan al Correcaminos.)
Se murmuraba, no se proclamaba. Ya hace mucho que nuestra mayor exportaci¨®n cultural son los cantitos de cancha, que se corean desde el Azteca al Yokohama, pero en estos d¨ªas ha quedado sentado que nadie hincha como los argentinos: numerosos, fervorosos, tesoneros, vocingleros, grandes maestros de la superstici¨®n en acto y otras formas de creernos que participamos. Grandes maestros, tambi¨¦n, del f¨²tbol como epopeya y drama.
Es un triunfo: parece que hemos encontrado algo donde nadie nos discute y estamos encantados de llevar esa medalla ¡ªy hacemos todo para conservarla¡ª. Ahora los medios patrios rebosan de historias de hinchas que se hipotecaron o perdieron el coche o la novia o el trabajo para sentirse parte de esta gesta. As¨ª, consolidan la idea de que ¡°ning¨²n pa¨ªs vive el f¨²tbol como la Argentina¡±. Y se arma el c¨ªrculo: hinchamos bien porque somos buenos hinchas y ahora hinchamos mejor porque todos creen que somos buenos hinchas y entonces m¨¢s se creen que somos buenos hinchas y entonces hinchamos mejor y as¨ª de seguido. Como se grita siempre en nuestras canchas: ¡°Hinchada,/ hinchada,/ hinchada hay una sola./ Hinchada es la argentina,/ las dem¨¢s hinchan las bolas¡±.
As¨ª, en las calles de Qatar se pasea la vanguardia de este movimiento ¨Dy millonarios y lobbistas y periodistas y pol¨ªticos¨D pero las calles argentinas se inundan de alegr¨ªa: t¨² hablabas, ayer mismo, de la Abuela transformada en amuleto. Porque m¨¢s all¨¢ de ese nuevo orgullo nacional, ¡ªel hinchismo o hinchamiento o hincher¨ªa superiores¡ª hay algo m¨¢s central, que es pura hip¨®tesis berreta y espero me perdones: se dir¨ªa que hace mucho que los argentinos quer¨ªan alegrarse por algo, sentirse unidos, querer a alguien todos juntos sin reparos, querer algo que se puede conseguir. Se podr¨ªan pensar, quiz¨¢, metas m¨¢s influyentes, objetivos que mejoren las vidas; si no los encontramos nos queda el fulbo ¡ªque no las cambia pero las endulza¡ª.
Porque su arma secreta es su capacidad de convertirte, por un rato, en un ser a quien lo ¨²nico que le importa es eso que les pasa a esos muchachos sobre ese pasto bien cuidado. Es lo que alguna vez llam¨¦ ¡°mi espacio de la salvajer¨ªa feliz¡±, el momento en que suspendo el juicio y mis formas habituales de mirar el mundo y me concentro como casi nunca en eso que, a fin de cuentas, no me cambia nada. Lo hago, como tantos, pero reconozco mi incapacidad para prolongar ese momento: al rato se me pasa y mi vida vuelve a ser mi vida. La clave del hincha verdadero es que consigue que esos 90 minutos configuren su vida.
Y el problema, tambi¨¦n, es definir al ¡°hincha verdadero¡±. Muchas veces los que ocupan ese lugar en la escenograf¨ªa y la liturgia son los ¡°barrabravas¡±, esos se?ores que trabajan de hinchas, que forman grupos mafiosos que reciben dineros y prebendas de los dirigentes de los clubes para mantener el orden ¨Dque ellos mismos amenazan¡ª y que controlan en la cancha los robos, drogas, entradas falsas, estacionamientos y viven de todo eso ¡ªtan bien que pueden, por ejemplo, trasladar sus negocios a Qatar para la temporada¡ª. Por desgracia suelen ser el coraz¨®n de las hinchadas, los que crean los cantitos, los que marcan el ritmo con el bombo, los que producen la mitolog¨ªa. Yo fui muchos a?os a la cancha de Boca y lamentaba los poderes de su barra, la Doce, la m¨¢s potente del pa¨ªs. Pero tuve que reconocer que, un par de tardes en que los excluyeron, la cancha ¡ª?de Boca!¡ª fue un murmullo chato. Sin las ¡°barras bravas¡± las canchas argentinas son mucho menos calientes, menos argentinas. Eso, tambi¨¦n, es lo que estamos exportando.
Pero bueno, ya es hora de callarse: llega el f¨²tbol, la final del mundo. Ahora todo depende de una duda rara: si Francia tiene un autocontrol espeluznante ¡ªque le permiti¨® reservarse en los partidos anteriores y hacer solo lo necesario y parecer un equipo masomenos¡ª o eso es lo que es. Parece tonter¨ªa, pero yo prefiero no confiarme: l¡¯esprit fran?ais nos enga?¨® con tantas cosas tantos siglos que una m¨¢s no ser¨ªa una sorpresa. Mira si no, por ejemplo, nuestras madres alguna vez prendadas de Lacan, nuestros padres de Althusser o de Sartre, tantos amigos de Emmanuel Carr¨¨re. Con ellos nunca hay que confiarse: en cuanto te das vuelta te convencen de algo.
En cualquier caso, ma?ana los dos empleados mejor pagados de Qatar llegar¨¢n a la final de Qatar dispuestos a llev¨¢rsela. El duelo entre el futuro y el ¡ªpr¨®ximo¡ª pasado es un ingrediente extraordinario, incienso y mirra del Oriente. (Y ayuda que ambos trabajen en el equipo qatar¨ª franc¨¦s y que fueran un presidente de Francia y su futbolista m¨¢s famoso convertido en bur¨®crata corrupto quienes m¨¢s influyeron para que Qatar se pudiera comprar este torneo. Si lo ganaran ser¨ªa un gran triunfo de la corruptela. As¨ª que ahora, ya lo ves, somos los justicieros.)
El partido ser¨¢, seguramente, una de esas mesetas que este Mundial prodiga, con sus dos o tres picos de emoci¨®n ¡ªojal¨¢ de los nuestros¡ª. Un periodista dec¨ªa ayer que ahora todos juegan tan parecido que lo ¨²nico que hace la diferencia es la ¡°capacidad de sufrimiento¡±; se mofaba pero parece cierto. La Argentina deber¨ªa tenerla a manos llenas: eso es lo que aprendimos. Y esta vez, a diferencia de muchas otras, son un equipo: eso es lo que aprendieron.
La ¨²ltima vez que la Argentina sali¨® campeona del mundo, hace 36 a?os, dos tercios de los argentinos de hoy no hab¨ªan nacido: nunca vivieron esa fiesta. Yo tengo 65: la vi ganar dos veces la final, a mis 21 y a mis 29; la vi perder dos veces la final, a mis 33 y a mis 57. Y nunca estuve en mi pa¨ªs cuando sali¨® campe¨®n del mundo: ni en el ¡®78 ni en el ¡®86, as¨ª que espero que esta vez tambi¨¦n funcione. Pero creo que hay una diferencia grande: que, pese a lo que se pueda creer sobre los tiempos de la dictadura, nunca hubo tanta desesperanza en la Argentina como ahora, nunca la sociedad argentina estuvo tan jodida ¡ªun 40% de pobreza¡ª y, por eso, el f¨²tbol es el espacio donde viven todas las ilusiones. Es, por un lado, conmovedor; por otro es triste.
Es lo que hace que el partido de ma?ana sea tan importante; es lo que lo hace, al mismo tiempo, tan extra?o. Espero, Granju¨¢n, que podamos gritar dos o tres goles y que, al terminar, la pausa para escribirnos nuestras ¨²ltimas cartas interrumpa la fiesta ¡ªo la prolongue¡ª.
Abrazos.
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