La¨ªn: antimemorias con Espa?a
Han quedado, dispersas por los ¨¢ngulos clasificatorios m¨¢s inveros¨ªmiles de la mesa, tres centenares de fichas. Falta en el libro un ap¨¦ndice esencial: el ¨ªndice de nombres. O tal vez no; porque los nombres, fuera, del contexto, perder¨ªan toda su fuerza de evocaci¨®n y de testimoni¨®. El libro comienza con una escena que recuerda a un intermedio inocente de Malraux; aunque la evocaci¨®n de la ¨¦poca inmediatamente posterior se ci?e, por dentro, a una especie de adivinaci¨®n de Maritain; y La¨ªn ser¨ªa acusado formalmente despu¨¦s, entre tantas cosas, de maritainiano. El libr¨® termina con unos p¨¢rrafos -?Han pasado unas horas. Ya no es blanquecino el azul del aire?imposibles sin una lenta asimilaci¨®n de Manuel Aza?a, que por varios entresijos de estas p¨¢ginas asoma con gesto de figura rom¨¢nica. No se trae aqu¨ª a MaIraux para justificar lo de antimemorias; lo son por, s¨ª mismas. Formalmente; el autor -qu¨ªmico a la vez que m¨¦dico, nos enteramos aqu¨ª- bidestila sus recuerdos, despu¨¦s de decantarlos; en lo que ¨¦l llama epicrisis, m¨¢s cerca de la traslaci¨®n m¨¦dica que de la etimolog¨ªa. Es un doble enfrentamiento del recuerdo con el an¨¢lisis; y una respiraci¨®n simult¨¢nea -ya s¨¦ que el dicho popular resulta fisiol¨®gicamente absurdo- por todas las heridas del alma.
Descargo de conciencia, de Pedro La¨ªn
Barcelona. Barral Editores. 1976.
Confesi¨®n
Descargo de conciencia quiere ser una confesi¨®n. Bordea la apolog¨ªa; pero sin traducirse a ella. Pienso que deliberadamente conserva, en su espontaneidad, los asideros de imperfecci¨®n necesarios para que el lector, si es hostil, pueda recrearse en vengarse del autor. Esta es, para un hombre - el cr¨ªtico- que se siente solidario, lejanamente, con La¨ªn y los suyos, una de las agradecidas grandezas de la obra.La¨ªn se define como un virtuoso de la palinodia; f¨®rmula v¨¢lida para la categor¨ªa musical de su forma literaria, pero que encierra un aliento mucho m¨¢s cristiano; mucho m¨¢s interpretable como metanoia. Su vinculaci¨®n familiar le rompe varias veces; aunque la muerte, con la que aprende a convivir, ahora su ilusi¨®n sin lograr abatirle. Me gustar¨ªa dedicar un largo art¨ªculo a la irrupci¨®n de la guerra civil en su vida; la generaci¨®n de los hijos de la muerte, podemos decir todav¨ªa algo a estas alturas a la generaci¨®n de los hermanos de la muerte; y el encuentro de La¨ªn con su esposa, que ven¨ªa de la zona republicana para enterarse, en la nacional, del asesinato de su padre por los supuestos correligionarios de su marido, vale por todas las consideraciones tr¨¢gicas que puedan hacerse ahora; incluso las del propio La¨ªn, quien con directa experiencia de la muerte, cede alguna vez muy explicablemente, a interpretaciones un tanto desequilibradas sobre la historia com¨²n, sacramental, de aquella muerte.
Reconstrucci¨®n
No s¨¦ si, en medio del fragor y la serenidad impuesta, inacabada, de sus confesiones, ha advertido La¨ªn el enorme valor referencial de su obra para la reconstrucci¨®n hist¨®rica de todo un per¨ªodo cultural. Toda la vida del pensamiento y la anticultura espa?ola contempor¨¢nea -su libro es pura contemporaneidad- quedan reproducidos en su libro, que en esto es rigurosamente plat¨®nico; sus personajes, aun los que llevan nombre propio - hay tambi¨¦n un desfile de entes abstractos, pasmosamente redivivos- resultan m¨¢s bien ideas encarnadas o descarnadas; aunque los nombres- idea se humanizan ac¨¢ y acull¨¢ con un trazo sentimental del autor o del personaje; un trazo que casi siempre, sobre todo en medio de la discrepancia, es el de la gratitud.
Antimemorias
Estas son unas antimemorias por m¨¢s motivos. No s¨®lo porque muestran la cara oculta de todo un per¨ªodo conflictivo, equ¨ªvoco, injusto y en ocasiones, por uno y otro lado, criminal. No s¨®lo porque est¨¢ es la historia de una decepci¨®n personal y nacional; sino porque la decepci¨®n es tambi¨¦n, despu¨¦s de las d¨¦cadas, com¨²n. No s¨®lo por que La¨ªn justifica sus errores, ni solamente los vitupera; sino por que logra sublimar, sin reconciliarse del todo consigo mismo, la autocr¨ªtica; porque no espera sencillamente el perd¨®n, ni la comprensi¨®n, ni siquiera el reconocimiento de su sinceridad; porque al buscarlo todo, en el fondo no busca ni pretende nada.?No puede tener entonces esta cr¨ªtica un final moderadamente feliz? En el plano personal no hace falta. Por puro instinto de defensa, la generaci¨®n de los hijos de la muerte no puede identificarse, ni siquiera en la comprensi¨®n, con la de los hermanos de la muerte. El cr¨ªtico piensa que alg¨²n repudio del autor sigue siendo innecesario; y alguna apolog¨ªa, extempor¨¢nea. El final feliz, si acude a la pluma, es a lomos del t¨ªtulo: antimemorias con Espa?a.
En este libro -b¨²squenla- est¨¢ la m¨¢s asombrosa definici¨®n de patria que recuerdo; est¨¢, m¨¢s que una inc¨®gnita, un planteamiento. Es un libr¨® esencial, necesario; que desnuda al lector -por joven que sea- m¨¢s que al autor. Que, para un conjunto humano e hist¨®rico, puede todav¨ªa ser piedra angular, y no simple, arrebatador epitafio.
Libro de historia
Insiste La¨ªn, desde el comienzo, en que ¨¦ste no es un libro de historia. Pero lo es; aunque se trata de una historia espiritual y una historia ¨ªntima de la cultura espa?ola dispersa y traicionada por las personas, por los totalitarismos, por Europa suicida... quiz¨¢ por el propio ser anticultural de la Espa?a invertebrada. Hay varios momentos de enorme tensi¨®n hist¨®rico- cultural: la formaci¨®n y actuaci¨®n del grupo intelectual- period¨ªstico de Pamplona; la creaci¨®n del servicio nacional de propaganda; los intentos de recuperaci¨®n, de continuidad, de reanudaci¨®n en la primera y segunda posguerra; la experiencia del Rectorado en los a?os cincuenta. Nace de este libro una consecuencia di¨¢fana: el r¨¦gimen de Franco se mostr¨® absolutamente incapaz de asimilar y de fecundar las iniciativas intelectuales que nacieron en su seno; y - que tal vez pudieron - al menos lo intentaron a fondo- transformarle y hacerle evolucionar hacia una Europa bien diferente a la que ampar¨® su nacimiento improvisada como tal r¨¦gimen.
Dureza
Pedro La¨ªn ha sido muy duro con algunos personaje s de la pen¨²ltima historia, como Jos¨¦ Ib¨¢?ez Mart¨ªn. Ha sido excepcionalmente generoso con otros, como Ram¨®n Serrano S¨²?er y Rafael Calvo Serer; en este ¨²ltimo caso la generosidad parece un poco menos explicable, dado el tremendo impacto personal que la pol¨¦mica sobre Espa?a como problema hubo de producir en la trayectoria de La¨ªn y de su intento. Pero la generosidad es siempre encomiable, aunque sea parcial; aunque resulte incompleta.Por caminos distintos a los que muchos pronosticaban, Pedro La¨ªn Entralgo, que cita merecidamente a Garc¨ªa Escudero, ha venido a ser el maestro de varias generaciones. Este libro acaba de situarle ya en el plano magistral de los Aza?as y los Madariagas: dentro de todo, al margen de todo. Sus palabras son comunes, comunitarias. Sus posibles culpas, ahora lo vemos, nunca destruyeron su inocencia esencial. Es un ejemplo vivo de lo que pudo ser, sin una guerra civil, la cultura espa?ola que ven¨ªa imparable de una Edad de Plata. Desde el fondo de la tragedia es un restaurador; un reanudador.
Babelia
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