D¨ªas felices en Corf¨²
Recuerdo un texto de hace bastantes a?os en el que Jean Rostand defend¨ªa el derecho a ser naturalista, no microbi¨®logo o genetista. Nunca he sabido matem¨¢ticas -ven¨ªa a decir el hijo del creador de Cyrano- ni falta que me ha hecho; lo que quiero es que me dejen tranquilamente observar mis lagartijas o mis insectos, como hicieron Maeterlinck y Fabre, sin obligarme a fingir inter¨¦s por c¨®digos cromos¨®micos o ¨¢cidos nucleicos. La protesta era algo hiperb¨®lica, pues el mismo Rostand tambi¨¦n ha trabajado en temas de qu¨ªmica biol¨®gica, pero resume bien la rebeli¨®n del naturalista descriptivo frente a la marea crecientemente abstracta y descualificadora de la zoolog¨ªa moderna. Tambi¨¦n soy de los que decididamente prefieren leer a Plinio mejor que a Monod y por ello he disfrutado grandemente con la lectura de Gerald Durrell, un naturalista de coraz¨®n ieforzado por un humorista nato.
Mi familia y otros animales, de Gerald Durrel
Madrid. Editorial Alianza Tres. 1975.
En ?Mi familia y otros animales?, Gerald cuenta los a?os pasados en Corf¨² por la familia, Farrell, encabezada por el luego cel¨¦bre Lawrence, entonces poco m¨¢s que un adolescente con pruritos literarios. El propio Gerald era entonces un ni?o de doce a?os, vital y absolutamente apasionado por todas las formas de fauna encerradas en el gigantesco terrario de Corf¨² y las aguas que ba?an la isla griega. Ya su misma familia fascina a Gerry, quien observa a sus parientes con la misma aguda precisi¨®n y con toda la comprensiva simpat¨ªa que dedica al estudio de ara?as y mochuelos, pero Corf¨² le permite ampliar enormemente su n¨®mina de ejemplares humanos interesantes con piezas de verdadero y raro m¨¦rito. As¨ª, junto a una madre deliciosa y comprensiva hasta el desvar¨ªo, pero decididamente horra de todo sentido pr¨¢ctico, un hermano mayor dictatorial y pedantemente envenenado por el virus de la escritura, otro hermano cazador y una hermana enamoradiza, Gerry conocer¨¢ al servicial y dominante Spiro, a una pl¨¦yade de extra?os pedagogos que tratan de rescatarle de su feliz salvajismo, en el que han influido las abrumadoras amistades de sus hermanos mayores. Pese a la atenci¨®n que dedica a esta absorbente fauna humana, Gerry no descuida a los restantes seres vivos de la isla, con algunos de los cuales traba duradera amistad: por ejemplo, con la salamanquesa ?Ger¨®nimo? -cuyo duelo con una mantis religiosa es una de las p¨¢ginas ¨¦picas del libro- o con el mochuelo ?Ulises?, la gaviota ?Alecko? y otros varios pajaros y perros. La visi¨®n que lanza Gerald Durrel sobre todos estos personajes y sus respectivas relaciones recupera perfectamente el entusiasta robinsonismo de una infancia libre e inventiva en un marco afortunadamente poco urbano, de mediterr¨¢nea esplendidez. Travieso y cient¨ªfico, Gerry es una especie de estupenda mezcla entre Guillermo Brown y Konrad Lorenz. El desenfadado humor con que narra todas sus peripecias est¨¢, a veces, mas cerca de los hermanos Marx que de la tradici¨®n, de Jerome K. Serome o Woodhouse; creo que logra uno de los libros m¨¢s decididamente c¨®micos de la literatura inglesa Gerald Durrell ha sabido transmutar su nostalgia en j¨²bilo, a pesar de que aqu¨¦lla -la infancia perdida- aparece aqu¨ª y all¨¢, matizada pero incontenible. El autor se ha divertido escribiendo este libro y sabe contagiar esta diversi¨®n a su lector. Lo que aqu¨ª se narra son los d¨ªas felices en que una misma risue?a y limpia mirada, ingenua, pero nada est¨²pida, recorri¨® la muda brega de los animales y la emparej¨® sin amargura con el juglaresco ajetreo de los humanos. Nunca cae Gerald Durrell en odiosas comparaciones o en rid¨ªculos antropocentrismos: por fortuna, ama demasiado la diversidad de la vida como para querer reducirla a una ¨²nica historia, reiterada con diversos ¨¦nfasis.
Pocos libros devuelven la alegr¨ªa de la lectura con tan gozosa inmediatez como ¨¦ste. Quien ame el humor en literatura har¨¢ mal en perd¨¦rselo.
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