La Monarqu¨ªa y otras cosas
?Es que ustedes esperaban algo m¨¢s que hermosas palabras de la declaraci¨®n program¨¢tica gubernamental? Hermosas han sido, a fe; casi podr¨ªamos decir que divinas palabras. Pero f¨ªjense en esto: si para concertar un juego de palabras que consiga el eterno objetivo de los ¨²ltimos seis Gobiernos de Franco, incluido ¨¦ste -llegar al verano-, el homog¨¦neo Gobierno de las Juventudes Financieras ha tenido que v¨¦rselas con la madrugada, ?qu¨¦ ser¨¢ a la hora de los hechos? Hay, en el Gobierno, una clar¨ªsima divergencia generacional; pero los veteranos lo son, adem¨¢s, en sentido profesional estricto. No se trata de un equilibrio entre lo que antes se llamaba poder civil y poder militar, sino de un evidente desequilibrio entre los juniors partners y los senadores de la milicia. Los tenientes generales ofrecen una imagen de coherencia y de seriedad que no logra contrapesar el c¨ªrculo de amigos que representan los intereses medrosos del capitalismo espa?ol cl¨¢sico; porque ni siquiera vemos, entre ellos, al capitalismo moderno. El bloque castrense -cumbre de lo que venimos designando como el ala derecha del generalato- debe mirar, en los Consejos, a sus colegas con una mezcla de admiraci¨®n paternal -son, en definitiva, los hijos del r¨¦gimen, casi los nietos- y de asombro ante tantos alardes de audacia. Que han culminado, justo al celebrarse el cuarto centenario de Bodino, con la afirmaci¨®n de que la soberan¨ªa reside en el pueblo. Gran tema para una declaraci¨®n ministerial.Anda pues el pueblo en declaraciones; pero jam¨¢s ha estado m¨¢s ausente de la mesa del Consejo de Ministros. All¨ª se sientan dos grandes fuerzas ra¨ªces de la gran derecha espa?ola. Una de ellas quiere renovar; quiere negociar. La declaraci¨®n de los ministros civiles es sincera; pero su ejecuci¨®n es inviable. Porque ellos est¨¢n ah¨ª no por sus propios m¨¦ritos, que son innegables, sino por su vinculaci¨®n e incluso su representatividad respecto de una fuerza constitutiv am ente reaccionaria, aunque deseosa de que todo cambie para que riada cambie. Las directrices de la otra fuerza que comparte -y mantiene- el poder, est¨¢n claras en las declaraciones recientes de sus miembros.
La devaluaci¨®n y el anticomunismo
De la declaraci¨®n, punto por punto, no conviene decir mucho m¨¢s. Su parte pol¨ªtica es una amable pantalla. Su cap¨ªtulo econ¨®mico no es un programa, sino una exposici¨®n de buenos deseos; ni siquiera de principios. Durante la pesadilla Villar Mir, reg¨ªan nuestro vac¨ªo econ¨®mico los principios elementales, dir¨ªase brutales, del empresario simplificador, que sabe c¨®mo ganar dinero, pero ni siquiera por qu¨¦ lo gana. Ni un solo economista, entre los muchos de primer orden con que cuenta la naci¨®n, endosaba un solo acto del osado director de Altos Hornos; sobre todo despu¨¦s de la estrepitosa despedida con que termin¨® la primera y ¨²ltima mesa redonda organizada en enero por el ministro de Hacienda, con participaci¨®n de economistas y hacendistas. El nuevo equipo parece decidido a regir la Hacienda P¨²blica con criterios nacidos al socaire de la finanza privada; la declaraci¨®n gubernamental muestra que no tenemos un equipo econ¨®mico, sino un conjunto gestor. El cronista, que s¨®lo conoce, en econom¨ªa, los principios del sentido com¨²n, deduce una sola cosa cierta de la mal llamada declaraci¨®n program¨¢tica; que antes de septiembre,y despu¨¦s de negarlo un par de veces, el Gobierno nos sorprender¨¢ de madrugada, que es su hora preferida, con el anuncio de una importante devaluaci¨®n. Pienso que por ah¨ª podr¨ªan venir los tiros del viaje presidencial a Par¨ªs. S¨®lo pensar¨¦ que la cosa tiene remedio si por fin el profesor Enrique Fuentes acepta asesorar al Gobierno, previa promesa de que van a hacerle caso. Pero ni siquiera ¨¦l es capaz de evitar la devaluaci¨®n.Las persistentes Cortes de Franco mantienen, erre que erre, una de las equivocaciones fundamentales del r¨¦gimen de Franco, creador, como se sabe, de la fuerza actual del Partido Comunista, a fuerza de fascinaci¨®n anticomunista. La cosa tiene much¨ªsimos bemoles. Primero, las Cortes discuten enconadamente si admiten a examen las conclusiones de una comisi¨®n interna que ellas mismas hab¨ªan designado. Con grandes trabajos, admiten la discusi¨®n; pero rechazan las conclusiones. Con un talante, una argumentaci¨®n y un sofisma de base que parecen calcados de los que exhibi¨® y utiliz¨® la Segunda Rep¨²blica para expulsar, sin tampoco nombrarla, a la Compa?¨ªa de Jes¨²s, con la eficacia final que ustedes conocen.
Un crimen pol¨ªtico
Hasta las siete y media de la tarde del s¨¢bado 3 de julio, la alternativa republicana parec¨ªa excluida sine die del horizonte pol¨ªtico espa?ol, gracias a la admirable credibilidad lograda por la actuaci¨®n de los Reyes durante la transici¨®n; y como respuesta popular, advertida y captada por todos los grupos pol¨ªticos de la oposici¨®n, a esa credibilidad ganada a pulso. Cuando se conocieron los nombres para una crisis -incluso antes del informe famoso-, pareci¨® cuartearse, ante la general decepci¨®n, el delicad¨ªsimo pacto pol¨ªtico-popular que preservaba, m¨¢s que pantalla legal o formal alguna, la virtualidad de la Corona para el futuro. Tal vez venga por ah¨ª la estrech¨ªsima cuenta que alg¨²n d¨ªa podr¨¢ pedir la historia a los forjadores y ejecutores de la desmesurada maniobra. Pero desde entonces, aparte de Rafael Garc¨ªa Serrano, cuya alergia antimon¨¢rquita se expresa en el diario El Alc¨¢zar de forma particularmente grosera (pese a lo cual el peri¨®dico sigue viviendo del estipendio que le pasa, nadie sabe por qu¨¦, el Gobierno de Su Majestad), han mencionado el tema Rep¨²blica, y concretamente el tema Tercera Rep¨²blica, Luis Gonz¨¢lez Seara, en un meditado art¨ªculo de Cambio; representantes de la oposici¨®n, en ruta para una gran evocaci¨®n republicana en Venecia; y numerosos particulares en conversaciones que empiezan a parecer obsesivas. Cuando un error es, adem¨¢s de inmenso, gratuito, merece, en pol¨ªtica, el nombre de crimen.El Rey ha querido romper un punto muerto m¨¢s que secular en las relaciones del Estado y la Iglesia; y ha renunciado al anacr¨®nico privilegio de presentaci¨®n. Es una noble y arriesgada medida. Se reservar¨¢, si, al Gobierno, la instrumentaci¨®n pol¨ªtica y jur¨ªdica de las consecuencias. Pero a la vez se muestra la voluntad regia de apuntarse una decisi¨®n hist¨®rica tomada y realizada en un plano personal, sin el refrendo que parec¨ªa exigir la Constituci¨®n. ?Ser¨¢ posible que el Gobierno, preocupado con sus juegos de palabras, no haya advertido la dif¨ªcil situaci¨®n en que le deja la regia iniciativa? Con tanto discutir sobre las habilidades del Consejo del Reino, hemos podido olvidar algo muy importante: que el Gobierno, en cualquier constituci¨®n y en cualquier situaci¨®n, mon¨¢rquica, incluso en ¨¦sta, consiste, por encima de cualquier atribuci¨®n, en ser y actuar primordial y exclusivamente como Consejo del Rey.
Un poco de historia: una decisi¨®n as¨ª en el reinado de don Alfonso XIII hubiera provocado, de manera instant¨¢nea, la dimisi¨®n del Gabinete.
Repasen, por favor, la jornada del Rey en Galicia, mientras el Gobierno hablaba de sus cosas. Televisi¨®n Espa?ola y Radio Nacional concedieron al viaje real honores de tercera o cuarta p¨¢gina; y eso que forman en el Gobierno quienes se rasgaban las t¨²nicas por caricaturas inocentes. Me impresion¨® el marcial juramento de los nuevos oficiales de Marina. En el reinado anterior, la f¨®rmula se iniciaba as¨ª: ?Jur¨¢is a Dios y promet¨¦is al Rey. ? No escuch¨¦, en la nueva f¨®rmula, menci¨®n del Rey en ese lugar; el Rey, que estaba delante, pudo comprobarlo. En cambio pude o¨ªr en directo, que entre las causas por las que un oficial debe verter la ¨²ltima gota de su sangre, est¨¢ la de ?defender el orden interior?.
Poseo las mejores pruebas, a nivel personal y corporativo, sobre la eficacia y el alto sentido c¨ªvico de las fuerzas de orden p¨²blico. Me doli¨®, como a ellas, la boutade final del se?or Fraga al declarar que no era un guardia civil, aunque pudiera parecerlo. Pero alguien debe explicar por qu¨¦ algunos miembros de fuerzas de orden p¨²blico manifiestan p¨²blicamente su animadversi¨®n contra algunos medios informativos, y en concreto contra EL PAIS.
Desde los primeros tiempos del R¨¦gimen de Franco, puede advertirse el designio de forma ideol¨®gica y pol¨ªticamente a las fuerzas de orden p¨²blico con criterios que hoy nos parecen claramente de extrema derecha. La presencia del se?or Com¨ªn Colomer en la direcci¨®n de la Escuela de Polic¨ªa, por ejemplo, es uno de los varios datos que pudieran aducirse. No es ning¨²n secreto la simpat¨ªa de bastantes miembros de la polic¨ªa gubernativa a la agrupaci¨®n extremista Fuerza Nueva. Afortunadamente, estas y otras condiciones no han logrado penetrar en el conjunto de las fuerzas del orden, formadas en su inmensa mayor¨ªa por ejemplares servidores del Estado. La actuaci¨®n de la polic¨ªa armada en la Universidad y en la custodia de los encartados en el proceso 1.001, son ejemplos que se repiten habitualmente. Todos debemos comprender las enormes presiones pol¨ªticas y sociales que recaen sobre las fuerzas del orden enfrentadas personalmente, a riesgo de sus vidas, con los problemas, a veces grav¨ªsimos, de la transici¨®n. No deben extra?ar fallos individuales como los rese?ados. De los que son responsables, m¨¢s que los individuos que los cometen, los criterios que se les han imbuido conscientemente durante muchos a?os.
Comentarios para la despedida
El cronista debe retirarse unas semanas, rumbo a alta mar, con el canto sexto de la Odisea, junto a la carta n¨¢utica; y con todas sus fichas para completar la historia del franquismo en la maleta. Tiene que corregir tres juegos de pruebas. Debe restablecer, con la lectura profunda, el equilibrio para las cr¨®nicas de septiembre. S¨®lo regresar¨ªa si alg¨²n bandazo imprevisto le devolviera, por deber profesional, a estas p¨¢ginas; pero no lo cree, porque como ya anunci¨® hace una semana, este verano no ser¨¢ probablemente el tiempo de la explosi¨®n, sino de la incubaci¨®n. Pero no debe repetirse con malos ag¨¹eros, sino con dos actos de servicio; es decir, dos comentarios.Primero, que ¨¦sta ser¨¢, salvo suicidas alternativas dictatoriales, la ¨²ltima conmemoraci¨®n oficiosa (ya no es oficial), del 18 de julio. Una fecha para la Historia y para la meditaci¨®n; porque fue, por encima de todo, una fecha para la tragedia. Es el 18 de julio una fecha del pasado. Porque en ¨¦l se iniciaban, de manera discordante, no la revoluci¨®n nacional, sino la contrarrevoluci¨®n; no la revoluci¨®n -en la otra zona- democr¨¢tica, sino la desintegraci¨®n totalitaria. Cualquier victoria hubiera llevado a un totalitarismo. El car¨¢cter tr¨¢gico del 18 de julio consiste precisamente en su inevitabilidad; en la responsabilidad com¨²n de sus causas y sus efectos. Cualquier beligerancia, cualquier revancha montada sobre su recuerdo, ser¨¢ tan est¨¦ril como el aprovechamiento partidista que en el fondo pretenden quienes se aferran a lus efectos. Es una fecha superada; esperemos que tambi¨¦n est¨¦ asimilada. Puede que entonces comprendamos los excesos ucr¨®nicos de la actual Bienal veneciana como un pataleo de fuegos artificiales. Cuatro quintas partes de Espa?a no se sienten representadas en el aquelarre.
Segundo comentario, ¨²ltimo servicio: acabo de ver la rese?a del documental de la BBC sobre los Reyes. Admirable en todo, menos en su insistencia: el curso universitario de la Reina en la Universidad Aut¨®noma. No hay espa?ol que gane a este cronista en admiraci¨®n y adhesi¨®n a do?a Sof¨ªa de Espa?a ¨²nica persona a quien reservo un adjetivo tan devaluado, y que ahora s¨®lo ella merece: el de providencial. Gran ejemplo la presencia de la Reina en la Universidad. Pero su hondo sentido cultural -es, seguramente, la Reina m¨¢s culta en la historia de Espa?a- le habr¨¢ hecho comprender el desacierto de quienes le aconsejaron precisamente ese mal llamado curso de Humanidades Contempor¨¢neas. Con toda sinceridad: a este profesor universitario, con algunas razones para considerarse humanista, ese curso le parece un gran camelo. No comprendo c¨®mo una Universidad tan prestigiosa admite un ?Departamento Interfacultativo?, regido por quien no es profesor universitario. Las Humanidades Contempor¨¢neas son algo bastante diferente de lo que se contiene en los programas y los m¨¦todos de ese mal llamado departamento. El cronista ha visto, desde un admirativo rinc¨®n, c¨®mo escucha la Reina de Espa?a las obras de Tchaikovski, y con qu¨¦ penetraci¨®n se adentra en la vieja y en la nueva literatura espa?ola. Bienvenida, ¨¦ste y todos los a?os, a la Universidad; pero que sus consejeros mediten sobre la incongruencia de confundir la Universidad con un simulacro oportunista.
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