El pacto con la oposici¨®n
Si se considera con objetividad cu¨¢l era la situaci¨®n espa?ola en los ¨²ltimos a?os del mando de Franco, aparece claramente que s¨®lo la Monarqu¨ªa pod¨ªa ser el r¨¦gimen capaz de borrar las secuelas de la guerra civil, restablecer una pac¨ªfica convivencia entre todos los espa?oles e implantar la democracia en el pa¨ªs.La contienda desde 1936 a 1939, y su inmediata repercusi¨®n posterior, fue protagonizada por dos reg¨ªmenes opuestos: el Estado nacionalista espa?ol, por un lado y la Rep¨²blica espa?ola, por otro. El Estado espa?ol era la denominaci¨®n que adopt¨® el franquismo, y la Rep¨²blica espa?ola mantuvo en M¨¦jico y Par¨ªs un presidente, que representaba la continuaci¨®n hostil contra el r¨¦gimen franquista. La sangrienta guerra civil persist¨ªa en sus posiciones, aunque fuese en una guerra civil fr¨ªa y pol¨ªtica.
Ni el franquismo ni la Rep¨²blica pod¨ªan, en su continuidad beligerante, ser los que anudaran la convivencia entre los espa?oles. Franquistas y republicanos mantienen, en su interior visceral, toda la carga residual de vencedores y vencidos en nuestra contienda civil.
Otra cosa hubiera sido si la Rep¨²blica espa?ola, a trav¨¦s de su presidente, manteniendo intacto el postulado democr¨¢tico, hubiera dialogado, y pactado en alg¨²n modo el futuro, con la dictadura franquista. Pero esto era im0osible porque los republicanos s¨®lo conceb¨ªan que el franquismo acabar¨ªa derrocado por ellos, obteniendo la revancha de la guerra perdida, sin darse cuenta de que la gran mayor¨ªa de los espa?oles deseaban algo nuevo al final del franquismo, y no revanchas que recordasen la tragedia sufrida.
Esta falta de visi¨®n pol¨ªtica de los republicanos espa?oles cerraba toda salida a la dictadura de Franco, presentando una sombr¨ªa perspectiva del futuro que, posiblemente, dio lugar a la pasividad con la que el pa¨ªs acept¨® cuarenta a?os de autoritarismo.
Fue la Monarqu¨ªa, representada por el conde de Barcelona, quien ofreci¨® un puente posible de la dictadura a la democracia, salvando traum¨¢ticas revanchas y ca¨®ticas situaciones econ¨®micas y sociales. El jefe de la Casa Real espa?ola demostr¨®, fehacientemente, que la Corona ampara los derechos de todos los espa?oles y puede ser garant¨ªa de un Estado democr¨¢tico. Su digna actitud en el exilio le hacen acreedor al respeto y agradecimiento general.
As¨ª, cuando el Pr¨ªncipe don Juan Carlos asumi¨®, por dos veces, la Jefatura del Estado en circunstancias dif¨ªciles, el pa¨ªs comprob¨®, que hab¨ªa una posibilidad cierta de salir de la dictadura sin conmociones graves, y pasar a un r¨¦gimen nuevo y democr¨¢tico superador del latente morbo de la guerra civil.
Esta esperanza no era infundada. El Rey Juan Carlos I sabe lo que se espera de la Monarqu¨ªa y ha de procurar que cumpla esa misi¨®n pacificadora y democr¨¢tica. Desde luego que franquistas y republicanos no van a facilitarla, pues representan el continuismo b¨¦lico que persiste a¨²n, mal que nos pese. Acaso cometa una indiscreci¨®n, pero creo conveniente que sea conocido un ejemplo significativo del criterio que se ha marcado el Rey, desde hace alg¨²n tiempo, y que en este caso concreto puede ser desvirtuado por ciertas propagandas. El hecho ocurri¨® durante el pasado mes de octubre, cuando el curso de la enfermedad de Franco hacia prever una pr¨®xima sucesi¨®n. En una audiencia con el entonces Pr¨ªncipe de Espa?a, ¨¦ste me habl¨® de una necesaria amnist¨ªa que habr¨ªa de otorgar la Corona como primer paso de la pacificaci¨®n y convivencia entre los espa?oles. Aunque han pasado pocos meses hay que recordar la mentalidad pol¨ªtica que privaba en los medios gubernamentales en aquellos momentos, despu¨¦s de las ejecuciones de septiembre, para comprender la sorpresa y la satisfacci¨®n que experiment¨¦ al o¨ªr aquella opini¨®n. Seguramente, la idea subsisti¨® en la mente del Rey y por circunstancias diversas no se llev¨® a cabo hasta hace unos d¨ªas. Pero de lo que no cabe duda es que las manifestaciones pro amnist¨ªa no han sido ni el origen ni la decisiva determinaci¨®n del ejercicio de la gracia real.
Con vistas al futuro de la Monarqu¨ªa lo importante, ahora, es el establecimiento formal y efectivo de la democracia en Espa?a.
Antes; de la muerte de Franco parec¨ªa que s¨®lo eran posibles dos soluciones pol¨ªticas: la dictadura militar o la revolucionaria, encabezada por la izquierda en la oposici¨®n. Desde luego el continuismo franquista no ten¨ªa viabilidad l¨®gica. Entonces, apoy¨¢ndose en el consenso supuesto de una mayor¨ªa desconocida, unas cuantas personalidades de caracterizada posici¨®n liberal lanzaron la f¨®rmula de una reforma dentro de la legalidad para transformar la dictadura franquista en democracia. Esta soluci¨®n representaba, por un lado, el realizar el cambio sin convulsiones, que se supone no desea la mayor parte del pa¨ªs, y por otro lado, garantizaba la no intervenci¨®n militar, puesto que ¨¦sta hubiera sido obligada en el caso de conculcaci¨®n de las leyes vigentes.
La f¨®rmula prendi¨® en seguida en la opini¨®n y abri¨® una esperanzade paz en un horizonte que se presentaba amenazador. As¨ª, al fallecimiento de Franco se inici¨® una etapa -llamada de reforma- en la que, utilizando la v¨ªa legal, se intent¨® transformar el sistema existente en otro democr¨¢tico. El Rey, Areilza y Fraga eran los impulsores de este intento. De todos es conocido -por reciente y comentadoel c¨²mulo de dificultades que surgieron como consecuencia de las resistencias presentadas y de una deformaci¨®n mental, hecha de temores a la democracia, que' existe en la oligarqu¨ªa instalada en el poder. Todo esto ocasion¨® el atasco de la reforma y la crisis de Gobierno. Areliza y Fraga quedaron apartados, por voluntad propia, del nuevo equipo gobernante.
Ahora ha quedado el Rey como principal promotor del cambio a la democracia. Pero se ha dado un hecho importante en el pa¨ªs, que juega a su favor. Est¨¢ subiendo la marea que empuja a ese cambio a la democracia; hay pruebas de c¨®mo ha fructificado la idea en extensas masas de poblaci¨®n. Por otro lado, se aleja el peligro de una acc1 ¨®n revolucionaria inmediata, dando pruebas la oposici¨®n de un sentido de responsabilidad que le hace rehuir de las situaciones l¨ªmite clapaces de provocar una intervenci¨®n militar.
Esto no obstante, conviene llegar cuanto antes a la instalaci¨®n del sistema democr¨¢tico, pero ya no ser¨¢ posible hacerlo por otorgamiento unilateral, sino en di¨¢logo con la oposici¨®n, pactando con ella todas las condiciones precisas para el primer escal¨®n. Esto no quiere decir que se pierda una iniciativa que, por ahora, tienen las fuerzas pol¨ªticas que hicieron posible tomar el camino de la democracia sin peligros traum¨¢ticos. Lo que nunca, hubiera podido hacer la oposici¨®n antifranquista.
La Monarqu¨ªa tiene en sus manos realizar la operaci¨®n con rapidez -sin dejar que se pudra la situaci¨®n,. favorable ahora- y nadie criticar¨ªa la promulgaci¨®n de disposiciones tendentes al establecimiento de la democracia, aunque bordeasen algunas legalidades formales. El contrafuero est¨¢ superado en estos momentos,
El reinado de don Juan Carlos I se consolidar¨ªa y pasar¨ªa a la Historia si lograse la ejecutoria de haber realizado el paso de una dictadura a la democracia, sin el interregno de una revoluci¨®n. Pues no existe antecedente hist¨®rico de un hecho semejante.
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