La estatua olvidada
Hace a?os, a¨²n se hallaba en la planta baja del museo, al amparo de una de las ventanas que dan a espaldas de Vel¨¢zquez. Ni el museo, ni el paseo del que toma su nombre, se hallaban tan congestionados como ahora, pero aun as¨ª, la estatua s¨®lo pod¨ªa ver una teor¨ªa de barrotes mal pintados, troncos solemnes y la calle de Francos pordonde un d¨ªa huy¨® en busca del amor la hija de Lope.Cara al mundo y de espaldas a la vida dejaba pasar sus horas sin mirar y a la vez sin ser vista, pues por raro que parezca, no era un m¨¢rmol expuesto para ser contemplado, al menos en su totalidad, pues para conseguirlo se precisaba una complicada estrategia.
La estatua, hora es ya de decirlo, no era uno de esos desnudos habituales que, aunque no muy numerosos, cubrieron siempre huecos y hornacinas en el Prado, sino un hermafrodita, es decir, un bixesual. Eran aquellos, malos tiempos para desnudos de toda ¨ªndole. Era la ¨¦poca de la caza de brujas amorosas en los parques y cines, en las pantallas y patios de butacas, d¨ªas de ba?ador terrible hasta la media pierna, cuya f¨¢bricaci¨®n atribuy¨® la voz popular al tradicional af¨¢n mercantil de cierta orden religiosa. Quiz¨¢ en esta gavilla de rumores vino tambi¨¦n aqu¨¦l de que en el museo iba a crearse una sala especial dedicada al desnudo, con entrada prohibida a personas no formadas. Hoy todo esto parece inveros¨ªmil, mas por entonces y a golpe de rumor, vinieron realidades mucho m¨¢s peregrinas. Hubiera sido una experiencia ins¨®lita y puede que fecunda, comparar entre los mismos muros, prohibidos, se supone, a la gran mayor¨ªa, los secretos pecados de El Bosco con el erotismo gozoso y familiar de Rubens, su amor fofo y rosado del todo queda en casa, con las inquietas sombras asexuadas cuyo eros cerebral presid¨ªa las m¨¢s ¨ªntimas habitaciones del rey Felipe en su lejano retiro de la sierra.
Quiz¨¢ la estatua hubiera ido a parar a esa especie de templo del amor creado para salvar las almas, ya que niriguna, en opini¨®n de Winckelmann, hubiera explicado mejor la belleza concreta de los cuerpos.
Como es sabido, el creador de la moderna arqueolog¨ªa so?aba desde peque?o con dedicar sus d¨ªas al estudio del arte cl¨¢sico. Para ello no dud¨® en convertirse al catolicismo y una vez en Roma, a mediados del siglo XVIII pudo conocer las m¨¢s importantes colecciones reunidas hasta entonces. No s¨®lo se dedic¨® a la pura teor¨ªa; ¨¦l mismo tom¨® parte en las excavaciones llevadas a cabo y que habr¨ªan de culminar con la vuelta a la luz de Herculano y Pompeya. Como Hauser afirma: ?La aspiraci¨®n de Winckelmann a la clara, pura, simple l¨ªnea, a la regulandad y a la disciplina, es ante todo una protesta contra el vacio virtuosismo del Rococ¨® que hoy se considera vil y degenerado, morboso y contra natural?.
Pero la admiraci¨®n de Winckelmann por el arte cl¨¢sico iba m¨¢s all¨¢ de la clara y simple l¨ªnea, su entusiasmo se centraba ante todo, en la belleza del cuerpo humano y a¨²n m¨¢s concretamente en la del cuerpo masculino. As¨ª sus cartas donde se incluyen entusiastas referencias a Eros, Apolos y Hermafroditas elogian, con fervor tambi¨¦n, la belleza de los j¨®venes sicilianos. La sutil relaci¨®n entre arte y vida, entre lo vivo y lo pintado, el paso de la pura admiraci¨®n est¨¦tica a otros tipos de satisfacci¨®n sexual, se halla patente en su correspondencia.
Amor real
Su destino, es decir, su deseo sublimado, le llevaba m¨¢s all¨¢ de su mundo de m¨¢rmoles, hacia un final que tal vez imaginaba. El caso es que su salto desde el arte a la vida y de la vida a la muerte presentida, quiz¨¢ para cumplir en todo, con las reglas del drama, lleg¨® finalmente, tras la postrer visita a su pa¨ªs natal, en el viaje de vuelta a Roma, donde deb¨ªa culminar su amplia cosecha de cargos, t¨ªtulos y honores. Ya la vida, su perfil verdadero le deb¨ªa salir al encuentro m¨¢s all¨¢ de sus sue?os cl¨¢sicos y sus bosques de estatuas; quiz¨¢ su misma pasi¨®n por ellas llevaba en s¨ª la semilla de su muerte; as¨ª a la vuelta de Alemania, se detuvo en Trieste, donde conoci¨® a un joven amigo m¨¢s. Su empecinado amor por la belleza antigua se hab¨ªa transformado, en sus ¨²ltimos a?os,en una perentoria necesidad de compa?¨ªa. Ante aquel muchacho, a lo largo de paseos nocturnos y discretas cenas en su cuarto, comenz¨® a desplegar sus galas, adornando su persona de cierto aire que se le deb¨ªa antojar misterioso.
En la eterna espiral del amor real y el amor representado, nadie sabr¨¢ decir, aludiendo a este caso como tantos, cu¨¢l fue primero si el real, tal vez nacido ya en la adolescencia, orientando su vocacion, o si por el contrario, vino m¨¢s tarde, a la sombra del arte de Herculano y Pompeya. Nadie sabr¨¢ decirnos si ese modo de ver el mundo antiguo, noble, bello y ambiguo a la vez, nos fue revelado gracias a una vinculaci¨®n profund a salid a a la luz antes o despu¨¦s de su llegada a la Ciudad Eterna. Pues de entre sus ruinas, de la penumbra secreta de tantas colecciones particulares, a lo largo de esculturas y mosaicos, surgen a¨²n hoy lejanos cantos de placeres prohibidos que se dir¨ªa pugnan por volver a la vida.
A la puerta de uno de estos museos, acotado, ordenado por el mismo Winckelmann, podemoscontemplarsu rostro. Es un busto de bronce que representa a un hombre de edad madura ya y mirada perdida. Nadie sabe qu¨¦ piensa, que ve m¨¢s all¨¢ de los muros de ese gran palacio donde el pr¨ªncipe de Torlonia da hoy cobijo a sus tesoros. Tal vez su deseado, sensual, Mediterr¨¢neo, no su Prusia natal, envuelta entre las brumas. Quien quiera averiguarlo puede leer el an¨¢lisis a ¨¦l recientemente dedicado por Gustav Bychowski. En cuanto a nuestra estatua, es in¨²til buscarla donde estuvo. Los museos suelen hallarse, como el mundo en torno, en mutaci¨®n perpetua y as¨ª, el hermafrodita ha sido trasladado, seg¨²n parece, a la planta tercera, la de las artes olvidadas y los pasos perdidos. Es in¨²til intentar dar con ella. No hay entrada porque el p¨²blico no va, cosa l¨®gica, porque acostumbra a estar cerrada. Si alg¨²n d¨ªa este c¨ªrculo vicioso se rompe, m¨¢s all¨¢ de presupuestos y razones, falta de personal y erario, podremos contemplar otra vez este s¨ªmbolo anta?o olvidado y hoy vuelto a poner de actualidad en este tiempo de Bernardas Albas masculinas, de criadas-criados, de actricez que son reyes, de unisexo, travestis y Gay power.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.