Pa¨ªses ricos y pa¨ªses pobres
Hoy hab¨ªa decidido dedicar el d¨ªa a la lectura de un libro de Emilio Prados, Jard¨ªn cerrado: un libro de su exilio mexicano. Quer¨ªa releerlo una vez m¨¢s, antes de escribir algo sobre el poeta. Poeta extraordinario; poeta dif¨ªcil, que nos obliga a abandonar nuestro mundo para penetrar en el suyo; a seguir su palabra exacta, limpia, buscadora de la luz -una luz perseguida hallada por algunos m¨ªsticos- hallada por el poeta en sus ¨²ltimos libros, tras una gran lucha. Una lucha en solitario, mantenida consigo mismo en el voluntario aislamiento del piso mexicano: en su aislamiento, roto s¨®lo para dedicar alg¨²n tiempo a los amigos, especialmente a los amigos j¨®venes que iban a escuchar una palabra del ?maestro?.Pero qu¨¦ dif¨ªcil, a veces, entrar en ese mundo. Qu¨¦ dif¨ªcil, cuando no nos podemos aislar de las cosas que est¨¢n pasando a nuestro alrededor. De la ¨²ltima noticia que vimos en la prensa, por ejemplo. La noticia. Las noticias... En estos d¨ªas hubo una que me perturb¨® mucho. Algunos titulares de prensa la recogen as¨ª: Puerto Rico. Conferencia de los pa¨ªses ricos. O bien: Los pa¨ªses millonarios se re¨²nen en Puerto Rico. Y el hecho de que los millonarios del mundo tomen por asalto una colonia para hacer su reuni¨®n no es ya una noticia capaz de perturbar a alguien: es la noticia de una burla sangrienta.
Renuncio a seguir a Emilio Prados, porque tengo que seguir ?la noticia?. Poco me importa saber lo que van a decir de Puerto Rico los pa¨ªses millonarios, ya que lo doy por sabido: har¨¢n planes para continuar si¨¦ndolo. ?Los ?pa¨ªses milionarlos?, pienso? Naturalmente, ser¨ªa mucho m¨¢s exacto decir ?las clases millonarias? de algunos pa¨ªses. Porque no deja de ser otra burla sangrienta imaginar al emigrante italiano como ?un milionario?.
Doy por sabido lo que dir¨¢n los pa¨ªses ricos en Puerto Rico, pero s¨ª quisiera saber lo que dicen los puertorrique?os sobre esta invasi¨®n de su pa¨ªs por los pa¨ªses ricos. Invasi¨®n, s¨ª, ya que el presidente Ford no tuvo siquiera la m¨ªnima cortes¨ªa de notificar al Gobierno de la colonia que San Juan de Puerto Rico hab¨ªa sido el lugar elegido para la celebraci¨®n de la conferencia. Conferencia en la que Puerto Rico -territorio invadido por los norteamericanos en 1898; territorio invadido hoy de bases at¨®micas norteamericanas- no estar¨ªa presente, ni siquiera con su himno y con su bandera.
Como era de esperar, los partidos conscientes de la realidad -el PSP (Partido Socialista Puertorrique?o) y el Partido Independentista Puertorrique?o- reaccionaron con manifestaciones de protesta, piquetes, huelgas... Juan Mari Bras, dirigente m¨¢ximo del PSP, afirm¨® que su partido se manifestaba no s¨®lo en nombre de los puertorrique?os pobres, sino tambi¨¦n en nombre de los pa¨ªses y los hombres explotados de todo el mundo.
Como era de esperar, el Gobierno colonial hizo todo tipo de componendas y logr¨® ser invitado a los actos: hubo episodios bastante grotescos, como la detenci¨®n del gobernador por un miembro de la seguridad de Ford cuando daba el curioso espect¨¢culo de saltar las verjas del aeropuerto para no llegar tarde a recibir al presidente.
Pero, me pregunto, ?c¨®mo habr¨¢ reaccionado ante todo esto la gran masa del pa¨ªs? Puerto Rico constituye un ejemplo t¨ªpico de un pa¨ªs v¨ªctima de un tipo de alienaci¨®n frecuente en las colonias; alienaci¨®n perfectamente estudiada por Franz Fannon. El hombre puertorrique?o medio piensa que no tiene recursos para vivir como pa¨ªs independiente. Y piensa as¨ª porque las clases puertorrique?as dominantes, aliadas ayer a los colonizadores espa?oles y hoy a los invasores yankis, lo vienen diciendo desde hace siglos. Los sentimientos del hombre medio ante el pueblo dominador son ambivalentes: por un lado, admiraci¨®n; por otro, rechazo. Ese rechazo se ve claramente en el apego a una serie de costumbres t¨ªpicamente -y hasta anacr¨®nicamente- hisp¨¢nicas; se ve, sobre todo, en la defensa -consciente o inconsciente- de su lengua: el castellano. En los ¨²ltimos a?os -cosa que no ocurr¨ªa antes-, el puertorrique?o comienza a sentirse ?distinto? del norteamericano y ?parecido? a otros pueblos: los pueblos de Am¨¦rica latina. Y los numerosos emigrantes de Puerto Rico en Nueva York y otras grandes ciudades norteamericanas -v¨ªctimas de una discriminaci¨®n social, racial o econ¨®mica- comienzan a rebelarse y a ver con claridad su situaci¨®n de ciudadanos de ?la colonia?, aunque a esa colonia se le llame ?Estado Libre Asociado?.
Creo que hechos tan curiosos como esta ?Invasi¨®n de los ricos?, con su absoluto desprecio hacia los ?nativos?, pueden ser muy positivos, ya que, en cierta forma contribuyen a que el puertorrique?o medio tome conciencia de la realidad. Pero la lecci¨®n que puede derivarse del caso de la conferencia de Puerto Rico me parece tambi¨¦n provechosa para otros pa¨ªses. Desde finales del siglo pasado, Am¨¦rica latina es para los gobiernos norteamericanos terreno conquistado. Se comenz¨® siempre por las ?advertencias? y se termin¨®, muy frecuentemente, en las intervenciones armadas. Mas las ?advertencias? son siempre un primer paso: el principio de lo que puede continuar. Hoy las ?advertencias? ya no van dirigidas s¨®lo a las rep¨²blicas de Am¨¦rica latina: se ?advierte? a los italianos sobre qui¨¦n debe gobernar su pa¨ªs; se ?advierte? a los espa?oles sobre qu¨¦ partidos deben legalizarse y cu¨¢les son ?non gratos?. As¨ª se empieza. Y los gobernantes escuchan las ?advertencias? en nombre de la libertad...
Hac¨ªa los primeros a?os de la d¨¦cada del 30, Emilio Prados, aislado en sus tierras malague?as, se buscaba a s¨ª mismo, buscando su voz. Entre 1936 y 1939, Emilio Prados hizo una guerra en Espa?a: en ese momento escribi¨® poes¨ªa pol¨ªtica; ley¨® romances por los frentes; imprimi¨® libros, revistas, folletos de propaganda... Luego, aislado en su piso mexicano, Emilio Prados, inici¨® la b¨²squeda de aquella luz que ve¨ªa m¨¢s all¨¢ del ?jard¨ªn cerrado? de su cuerpo; march¨® a la b¨²squeda de su libertad por la palabra; a la b¨²squeda de su palabra -y tengo muy claro que cuando un poeta se encierra a perseguir su palabra, contribuye siempre a que cada ser humano sea m¨¢s sensible y, por tanto, m¨¢s libre y m¨¢s humano. Emilio Prados, dec¨ªa... Pero de Emilio Prados tendr¨¦ que hablar muy largamente en otra ocasi¨®n.
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