Ret¨®rica y cosm¨¦tica
Nuestra televisi¨®n tiene una cr¨ªtica, una oposici¨®n, que no se la merece. Mejor dicho, que para s¨ª la quisieran las dem¨¢s televisiones del mundo libre o socialista. Basta que un d¨ªa, en cualquier telediario, aparezcan fugazmente los rostros de Serrat, Carrillo, Felipe Gonz¨¢lez o Tierno Galv¨¢n, para que empiece a hablarse con desconcertante fruici¨®n del nuevo talante de Prado del B¨²nker. Es m¨¢s, el simple anuncio de un proyecto de programa de corte pol¨ªtico para el oto?o, del que parece ser que se encargar¨¢n los se?ores P¨¢niker y Armero, nos reconcilia con el medio y volvemos a concederle a la tele un nuevo plazo: ahora hasta la primera entrevista no manipulada. Como en el juego de la oca, pero con la diferencia de que en ¨¦ste s¨®lo les toca tirar a los de siempre, mientras que el resto oficia de mirones.Eso de ganarse la credibilidad informativa a base de desperdigados primeros planos o de futuribles no carece de gracia. Nuestros reflejos de telespectadores est¨¢n de tal manera condicionados por el totalitarismo comunicativo que confundimos ingenuamente los m¨¢s insignificantes gui?os con la m¨¢s compleja objetividad. Un rostro o una sigla hasta el momento proscritos por decreto-ley son consumidos como inequ¨ªvocos s¨ªntomas de la desbunkerizaci¨®n del aparato televisivo. Ni siquiera se hace necesaria la puesta en pr¨¢ctica de aquello de que algo cambie para que todo siga igual. Con media docena de fotogramas y con un cuarto de kilo de palabras m¨¢s o menos ins¨®litas quedamos pasmados y contentos, tan felices. En descargo hay que hacer constar que el espect¨¢culo de estos dispersos liberalemas es tan sorprendente para nuestros desengrasados o¨ªdos y retinas que bastan y sobran unas elementales apariencias para ocultar la espesa y desdichada realidad que a borbotones emana del televisor. Vamos en busca de ciertos indicios democratizadores con tan buena voluntad, que el posible tropiezo con una excepci¨®n nos hace olvidar por arte de magia esa regla que no cesa telediario tras telediario.
El que aquel locutor que no hace tanto tiempo hablaba cual iluminado de los millones de aclamantes en la plaza de Oriente pronuncie sin pesta?ear, aunque con evidente emoci¨®n, la sigla maldita, nos parece un acontecimiento tan espectacular y revolucionario que consigue bloquear nuestro esp¨ªritu cr¨ªtico y democr¨¢tico para con el resto de las informaciones nacionales. Unicamente archivamos las disonancias. Las consonancias contin¨²an inalterables. Orillamos la doxa e incurrimos como cr¨ªos en paradoja. Pero si todav¨ªa no estamos locos, lo llamativo de este telediario, simple ejemplo al azar, no es la noticia de que Coordinaci¨®n Democr¨¢tica se reunir¨¢ en Madrid tal d¨ªa, sino el reportaje a bombo y platillo acerca de la celebraci¨®n en el barrizal de Cebreros del torneo veraniego de f¨²tbol ?Adolfo Su¨¢rez?, presidido por el hermano del presidente del Gobierno. Por cierto, que es de esperar que las jugadas conflictivas del trascendental partido sean repasadas en la moviola de El Campo y no en la de Estudio Estadio.
Y cuando no es esto, pues la recitaci¨®n del Bolet¨ªn Oficial del Estado o el medallismo, que como todos sabemos es la inconfundible enfermedad infantil que delata a los totalitarismos. Tal es la norma que estarnos olvidando por concentrarnos exclusivamente en unas irrelevantes excepciones que nada indican. S¨ª; ¨¦sta es nuestra televisi¨®n, que todav¨ªa no nos la han podido cambiar por mucha sigla que ahora le echen a los telediarios.
Al cabo de estos sesenta d¨ªas del segundo Gobierno de la primera Monarqu¨ªa del Antiguo R¨¦gimen, tambi¨¦n un servidor est¨¢ en condiciones de vaticinar. Y vaticina que, tal y como van las cosas de palacio, la reforma televisiva no discurrir¨¢ por los amplios y plurales caminos de la ¨¦tica informativa y de la est¨¦tica audiovisual, sino por los oscuros y estrechos senderos de la ret¨®rica y de la cosm¨¦tica.
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