Hoy, ¨¦stos son mis zapatos
Soy, y s¨¦ que soy, un profesional polarizado en los problemas de arquitectura y urbanismo. Pero tambi¨¦n soy uno m¨¢s de entre los muchos millones de espa?oles que presencian, como simple y callado p¨²blico, el espect¨¢culo que unos supuestos l¨ªderes -sin ning¨²n respaldo popular y, por tanto, sin verdadero poder ni autoridad- est¨¢n representando en la escena pol¨ªtica espa?ola.
Hace casi treinta a?os tambi¨¦n fui, espectador de la pol¨ªtica urban¨ªstica que se comenzaba a desarrollar en Espa?a y como no me gustaba lo que se pretend¨ªa hacer, y ten¨ªa motivos para saberlo, en mi impotencia operativa, tuve que recurrir a escribir en los peri¨®dicos mis puntos de vista que, naturalmente, no gustaron y fueron, no refutados, sino sistem¨¢ticamente despreciados.
Como en la vida todo hay que pagarlo y muy especialmente el lujo de decir la verdad, yo he pagado mi lujo particular siendo eliminado de toda actuaci¨®n urban¨ªstica estatal que en la pr¨¢ctica fue equivalente a decir total.
- En esto de cobrar y pagar despu¨¦s de la guerra tambi¨¦n pude presentar mi factura particular: perseguido en ?zona roja?, con una larga lista de familiares encarcelados y asesinados, y tambi¨¦n -despu¨¦s de mi personal odisea de Pasarme a la otra zona- de soldado y alf¨¦rez provisional; todo ello en primera l¨ªnea hasta el final de la contienda.
Pero yo hab¨ªa hecho la guerra -como tantos otros de uno y otro bando- generosamente, sin pedir seguridades econ¨®micas, ni mandar a mi familia a Par¨ªs y, por supuesto, sin pensar ni remotamente en exigir ninguna clase de bot¨ªn.Sospecho que espa?oles de mi tiempo, que hicieron nuestra guerra en una u otra zona y con un alto juicio de lo que significa la dignidad- humana y. sin exhibir ostentosamente sus respectivas insignias de excombatientes o de exiliados, pueden tener sentimientos afines a los m¨ªos que deben conocerse, para que las generaciones j¨®venes no lleguen a formar el err¨®neo juicio de creer que todos pensamos como los que exhiben esas ?condecoraciones?, por lo que me voy a permitir -sabiendo, desde luego, que he de pagarlo- algunas consideraciones pol¨ªticas sobre el. momento actual.
La guerra fue una terrible tragedia nacional, que nadie puede -como ahora pretende el se?or Tarradellas- reducirla a un par¨¦ntesis en blanco de nuestra historia.
La gan¨® uno de los bandos en lucha, dirigido por un general victorioso.
Una Espa?a sangrante en cada uno de sus hombres, en su cuerpo social, en su econom¨ªa, en sus pueblos y en sus campos, no necesitaba que se pincharan sus heridas; sino curarlas.
La pol¨ªtica que a partir de los cuatro o seis primeros a?os se comenz¨® a hacer no me gust¨® -para eso, yo al menos, no hab¨ªa hecho la guerra-, y lo dije publicamente en la medida en que lo pude decir y particularmente al que me quiso oir y, entre otros muchos, y en repetidas ocasiones -hace ya casi diez a?os-, a los que hoy presiden los m¨¢s altos organismos del Estado: al presidente del Gobierno y al de las Cortes.
Como mi disentimiento no pod¨ªa hacerlo de una forma directa lo hice a mi manera: no pis¨¦ ni una sola vez, por ning¨²n motivo -y tuve muchos- el palacio de El Pardo y, naturalmente, no aprovech¨¦ las consecuencias a que esas visitas sol¨ªan dar lugar.
Todo esto no lo cuento por vanidad personal, sino a t¨ªtulo de tarjeta de visita pol¨ªtica para poder hablar, si no con. autoridad, al menos con personalidad propia.
Es innecesario repetir que la pol¨ªtica de estos ¨²ltimos cuarenta a?os ha sido una pol¨ªtica estrictamente personal, con simples apariencias ideol¨®gicas, y con la que se han conseguido resultados materiales buenos unos y malos otros, pero pol¨ªtica e institucionalmente nulos; como lo demuestra la situaci¨®n en que ahora nos encontrarnos.
La llamada democracia org¨¢nica no se puede decir que sea buena o mala; sencillamente no ha existido. Y lo mismo se puede decir de unas leyes e instituciones, muchas de ellas contradictorias entre s¨ª, que nada han tenido que ver con la pol¨ªtica real pragm¨¢ticamente realizada durante todos estos a?os.
Todo el poder y tambi¨¦n -es preciso objetivamente reconocerlo- bastante autoridad, los ha pose¨ªdo en exclusiva Franco hasta su muerte. Despu¨¦s el poder no ha ca¨ªdo al suelo como algunos supon¨ªamos, sino que se ha quedado un poco en el aire, flotando de un lado para otro, en situaci¨®n inestable de mucho peligro.
Un deseo que parece bastante generalizado entre el pueblo espa?ol, de fijar en algo o en alguien ese poder moral tan sutil que llamamos autoridad, inici¨® la intenci¨®n de posarse en el Monarca, que ha dicho dentro., y sobre todo fuera de Espa?a, cosas que nos han parecido bien a muchos espa?oles; pero todav¨ªa no las respaldan los hechos.
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Hoy, estos son mis zapatos
Viene de la 6
Un intento claro, y que era de esperar en esta situaci¨®n, de demostrar donde se encuentra una parte importante del poder, moviliz¨® al mundo del trabaj¨®, pero hay que reconocer que aunque han surgido numerosas huelgas, aqu¨ª y all¨¢, que han entorpecido la vida nacional, no han pasado de originar algunas molestias y p¨¦rdidas econ¨®micas de cierta importancia, que no es precisamente lo m¨¢s conveniente en estos momentos de crisis.
Una trepidante actividad de supuestos l¨ªderes obreristas con muy buenas resonancias en la prensa, pero que para conseguir una huelga tienen que recurrir a piquetes de agitadores que amedrenten a los obreros para que dejen el trabajo, ni demuestran autoridad, ni poder.
Da la impresi¨®n de que a los verdaderos hombres del trabajo no les interesa sustituir a los falsos l¨ªderes obreristas que veranean en sus espl¨¦ndidas posesiones de Marbella, por los que veranean ,haciendo cruceros por el Caribe.
El poder debe estar en otro sitio, pero la verdad es que nadie lo sabe y la forma m¨¢s natural, m¨¢s justa y menos peligrosa es dejar de una vez, de echar balones fuera y preguntarlo al que puede encontrarlo: el pueblo espa?ol..
Claro que esto no es tan sencillo. Hay que decidir, en primer lugar, c¨®mo se le pregunta, y despu¨¦s a qui¨¦nes les conceda su confianza el pue blo y con el poder que le,confiere su representaci¨®n, en unas Cortes Constituyentes formar el cuerpo de doctrina legal necesario para podernos gobernar de forma democr¨¢tica, justa y pac¨ªfica; quees de suponer que sea como desea ser gobernada la inmensa mayor¨ªa de los espa?oles.
Mi costumbre de redactar proyectos para realizarlos a continuaci¨®n con ladrillos, hierro y cemento me han acostumbrado a no teorizar nebulosas. En estas opiniones pol¨ªticas, que ni son ni quieren ser m¨¢s que las de un hombre de la calle sin arrimar el ascua a mi sardina, por la sencilla raz¨®n de que no tengo sardina-,yo propondr¨ªa estos:
1. La redacci¨®n de una ley electoral clara y sin trucos, que ha de ser elaborada y aceptada por aquellos presuntos l¨ªderes pol¨ªticos a los que pueda supon¨¦rseles un cierto respaldo popular, ya que todav¨ªa se carece de datos ciertos de representatividad. Y entre los que se encuentren todas las tendencias pol¨ªticas, de un extremo al otro, siempre, claro est¨¢, que acepten para Espa?a un Estado de Derecho y respeten sin restricciones la Declaraci¨®n Universal de Derechos Humanos, que como miembros de la ONU tenemos obligaci¨®n de respetar.
2. Proporcionar todos los medios de comunicaci¨®n estatal de masas (radio y TV), y en iguales cantidades de tiempo y circunstancias -por sorteo, por ejemplo-, para explicar al pueblo lo qu¨¦ cada uno pol¨ªticamente pretende realizar, evitando que posibilidades econ¨®micas de algunos grupos puedan manipular, con los actuales medios de propaganda, el deseo profundo del pueblo. 3. Una vez elegidos todos estos genuinos representantes del pueblo, constituidos en Parlamento, Congreso, Cortes o como quiera llam¨¢rsele, redactar¨¢n la Constituci¨®n.
Me doy perfecta cuenta de que estas propuestas m¨ªas no tienen ninguna novedad; si acaso mayor implicidad.
Porque pienso, como todo el mundo, que estamos en un momento crucial. Y como su propio nombre indica, debe ser: un momento. Y en ese momento, cuanto m¨¢s r¨¢pidas y simples sean las acciones que haya que hacer menos peligros encierran.
El enredarse en un refer¨¦ndum para legitimar esto o aquello y despu¨¦s, buscar los organismos legislativos para redactar estas o aquellas leyes, para despu¨¦s esto y lo otro, es transformar un momento crucial -que es por definici¨®n el punto en que se cruzan dos l¨ªneasen una l¨ªnea continua; pero cuesta abajo.
Es posible que este art¨ªculo, d¨¦ntro de su insignificaricia, pueda molestar a alg¨²n personaje pol¨ªtico de la situaci¨®n o de la oposici¨®n, y malhumoradamente piense o diga: zapatero, a tus zapatos.
Por si esto sucediera, Yo me adelanto a decirle con mucho respeto se?or, hoy, estos son mis zapatos.
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