Recital Glenda Jackson
Dos actores y una ciudad: Glenda Jackson, Peter Finch y Londres donde sus amores suceden y coinciden a lo largo de una semana, en sus calles, pubs, oficinas, parques, consultas y en el mundo un tanto ex¨®tico de la comunidad jud¨ªa a la que uno de los protagonistas pertenece. Ambos amores coinciden no en lugares concretos salvo al final, sino tan s¨®lo en la pareja, un joven bisexual que reparte su tiempo entre la creaci¨®n de m¨®viles abstractos y las horas de diferente signo en los dos lechos complementarios de su amiga y amigo.Dec¨ªa Mara?¨®n hablando de la soledad, que los hombres y las mujeres, obligados a evitarla, acaban por caer en la servidumbre, es decir, en la p¨¦rdida de la libertad. Y a?ad¨ªa que este ir y venir constituye una de sus tragedias y a la vez uno de los impulsos fundamentales de la vida. Miedo a la soledad, al vac¨ªo en definitiva, al que por lo com¨²n combatimos con el sexo. Pero el sexo no desempe?a su funci¨®n eficaz si no es en compa?¨ªa, lo cual viene a significar a la larga una renuncia al mundo propio que acaba en la mayor¨ªa de los casos, trasformandose en total dependencia, sobre todo en el declinar de la vida. A medida que ese declive final se acerca, el miedo a estar solo que es lo mismo que el miedo a la muerte, recupera su lugar perdido durante la juventud cuando el amor sexual llenaba en cierto modo las horas y los d¨ªas.
Domingo, maldito domingo
Gui¨®n, Pen¨¦lope Guilliat. Direcci¨®n John Schlesinger. Int¨¦rpretes, Glenda Jackson, Peter Finch, Murray Head, Peggy Ashcroft, Tony Britton, Maurice Denham, Bessie Love, Vivian Pickles. EE UU. Dram¨¢tica. Color. 1976. Local de estreno Cine Alexandra.
Tal se nos viene a sugerir con la presencia de estos dos maduros personajes que, sin alardes ni escenas tormentosas, se disputan el amor, la compa?¨ªa de un amigo en su mundo de peque?os ego¨ªsmos y frustraciones cuando no de matrimonios fracasados o fingidos. Estos dos solitarios, entregados a trabajos que no les llenan demasiado, que incluso ella abandona sin saber bien por qu¨¦, que ¨¦l alterna con juegos secretos y un amor que bien sabe no tendr¨¢ del todo, se hallan bien retratados en el filme y a¨²n mejor interpretados. El hombre se dir¨ªa que m¨¢s que vivir, navega de un extremo a otro de Londres, sin llegar a tocar la ciudad. La mujer con su capacidad de amor a ratos maternal, dividido por igual entre el sexo y los ni?os, deja pasar su tiempo entre esperas y reproches, adivinando la otra cara del amor de su amigo. Este particular tri¨¢ngulo, una de cuyas tres esquinas o rincones ocupa el muchacho a la vez hijo y amante, compa?ero y objeto de placer, alzado a la sombra de la crisis econ¨®mica que unos intentan olvidar con bromas y otros en busca de un empleo inasequible, se acabar¨¢ rompiendo no por el lado m¨¢s d¨¦bil como ser¨ªa l¨®gico, sino por el m¨¢s fuerte, precipitando el final de la historia. Todo ello hubiera sido dif¨ªcil de explicar sin la presencia y el arte de dos actores excepcionales. De no tratarse de una expresi¨®n demasiado manida podr¨ªa repetirse que Glenda Jackson es todo un animal de cine, pero en su caso se trata de algo m¨¢s. En realidad ella es la pel¨ªcula, con sus silencios, su angustia, sus risas y sus l¨¢grimas. Si el arte de interpretar dependen como todas, no ya del coraz¨®n, sino de la inteligencia, el trabajo de Glenda Jackson aqu¨ª, va m¨¢s all¨¢ de lo que se entiende por dar vida a un texto, aqu¨ª se trata de crear en el sentido literal de la palabra, algo que en el gui¨®n viene a ser un esquema, capaz de naufragar o salir a la luz con la huella inconfundible de la presencia tr¨¢gica. La libertad del actor cinematogr¨¢fico se expresa en esta ocasi¨®n a trav¨¦s de una espontaneidad fuera de toda norma que evidencia por otra parte la eficaz direcci¨®n con que Schlesinger suele cuidar a sus actores.
Bien realizada, aunque no siempre bien contada en el gui¨®n, la pel¨ªcula ha sufrido alg¨²n que otro corte antes de llegar ante nosotros. Cortes un poco absurdos pues, una vez admitida la relaci¨®n sexual entre dos hombres, los detalles superficiales poco a?aden. Si alg¨²n reproche se le puede hacer al filme es un exceso de lecho y no por razones morales sino porque en amor, como en todo, la insistencia nos lleva a lo vulgar y el exceso es defecto f¨¢cil de subsanar en el cine a la hora del montaje.
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