Rosa Chacel y la luz
Se ha dicho que las obras de arte se dividen en dos grandes categor¨ªas, las que se desarrollan en el tiempo y las que lo hacen en el espacio. Las primeras, como la m¨²sica y la literatura, se dirig¨ªan -seg¨²n los teorizantes- directamente a las facultades intelectuales del hombre, mientras que las segundas, como la pintura, recrear¨ªan fundamentalmente los ¨®rganos sensitivos. Esto dividir¨ªa a los amantes del arte en dos grandes categr¨ªas, seg¨²n fueran capaces de gozar de ¨¦l a partir de sus elementos f¨ªsicos, o en el plano de la abstracci¨®n.Naturalmente esto es simplificar mucho las cosas, y ya los estructuralistas vinieron a recordar que un poema, por ejemplo, ocupa un espacio en una p¨¢gina, y que la distribuci¨®n de las palabras y los blancos es de capital importancia, esto en un poema cualquiera, no ya en aquellos cuya estructura comporta una pl¨¢stica como los caligramas de Apollinaire o sus remotos antepasados los poemas ?Hacha?, ?Huevo? y ?Alas?, escritos por Simias de Rodas en el siglo IV a. de C.
Barrio de Maravillas, de Rosa Chacel
Seix Barral Madrid, 1975
Por otra parte, no se puede ignorar la existencia de un arte que se desarrolla simult¨¢neamente en el tiempo y en el espacio: el cine. Existen, pues, algunas artes que se dirigen a la sensibilidad del individuo por ambos conductos en igual proporci¨®n. Con todo, me parece que no s¨®lo existen algunas artes, sino que todas ellas cuentan con medios para dirigirse al individuo en sus dos planos, ya que, en un poema, no depender¨¢ de que las palabras est¨¦n compuestas en forma de ?alas? para despertar en el lector la visi¨®n de ?alas?, sino que, seg¨²n sus palabras y sus im¨¢genes, veremos las alas o nos sentiremos volar.
Algo as¨ª sucede con Barrio de Maravillas, de Rosa Chacel. Barrio de Maravillas se nos presenta bajo la inocente forma de novela, y el lector la toma en sus manos dispuesto a dejarse atrapar la mente por una narraci¨®n de desarrollo temporal, cuando al poco se da cuenta de que se trata de otra cosa, de que no le est¨¢n contando nada, sino que est¨¢ viendo, est¨¢ viendo y oyendo. ?Qu¨¦ ha sucedido, se pregunta? Sencillamente, que las palabras de Barrio de Maravillas se dirigen directamente al ojo y al o¨ªdo, y p¨¢gina tras p¨¢gina, asistimos a una obra que, como el cine, se desarrolla en el tiempo y en el espacio.
No me cabe duda de que este hecho habr¨¢ desconcertado a muchos lectores, incluso a los conocedores de la obra anterior de esta gran escritora, pero no hay que olvidar que han pasado m¨¢s de quince a?os desde que apareci¨® La sinraz¨®n, y que, por ejemplo, Memorias de Leticia Valle fue escrita en 1946. Ahora, aunque sorprenda nos encontramos ante una escritora nueva, ante una escritora cuya vitalidad y juventud la colocan en la vanguardia de nuestras letras, y si nos pareci¨® natural o¨ªr un lied de Schuman entre l¨ªneas leyendo a Cortazar o seguir con Picasso diversas estructuras internas de Las Meninas, no nos puede sorprender encontrarnos de pronto ante los Carre?os del Museo del Prado fij¨¢ndonos en detalles que hasta ahora nos hab¨ªan pasado inadvertidos de la mano de Rosa Chacel.
Y es que resulta que la novela Barrio de Maravillas no s¨®lo nos hace vivir un ambiente, unas calles, contemplar unos rincones de casas madrile?as de principios de siglo con sus ?visillos blancos, leves nupciales como mosquiteros? (p¨¢gina 47), o¨ªr unas lecciones de canto siempre al acecho (tar¨¢n tan tan.... tar¨¢n tan tan... ? (p¨¢gina 151), asistir a los acontecimientos hist¨®ricos (?Infame atentado/Asesinato del presidente del Gobierno/Suicidio de criminal? (p¨¢gina 152)), penetrar en los laberintos f¨ªsicos y mentales donde la vida de unos seres se desenvuelven -no por azar uno de ellos se llama Ariadna-, sino que toda la obra es como un secreto homenaje a la expresi¨®n pl¨¢stica.
Ya dije que el lector de Barrio de Maravillas se encuentra contemplando los cuadros de Carre?o, y es que, de entrada, se le mete en el Museo del Prado: ? ... ?cuadros? ... No, ?qui¨¦n piensa en cuadros! ... Por aquellos lugares, por entre aquellas gentes que nos miran... Gentes incre¨ªbles, temibles unas, llenas de armas, y otras, al contrario ?todo lo contrario!... Sin armas, ni ropas, ni nada. Desnudos, sin miedo a nada, con una tranquilidad como si nada pudiera alcanzarles, como si nada pudiera herirles... Las mujeres, sobre todo, con ni?itos que les andan alrededor-amorcillos parecen ? (p¨¢gina 33), y en otro momento: ?Al bajar, primero la gran sala henchida del sue?o de Ariadna, ella y el m¨¢rmol, como si el m¨¢rmol se hubiese transmutado en ella, como si ella hubiera descendido al m¨¢rmol, se hubiera echado a dormir en ¨¦l, confi¨¢ndose a ¨¦l, esperando en ¨¦l, en su quietud inmutable, la llegada del dios violento? (p¨¢gina 131).
Pero ese homenaje no se reduce a la pintura y a la escultura (no olvidemos la primitiva vocaci¨®n escult¨®rica de Rosa Chacel), sino que en la p¨¢gina cien se nos dice abiertamente: ?Y el placer inmensurable por sobrepasar toda sensualidad, por abarcar.... por envolver y realizar, s¨®lo con se?alarla, la sensualidad suprema, la que se extiende o se infiltra o se adue?a palpable con el mismo poder de la mente y del sentimiento. la visi¨®n.... el cine.? Y Rosa Chacel nos da a continuaci¨®n la medida de lo que es el cine, y sin querer -como en un play within a play- de lo que est¨¢ haciendo ella misma con esa c¨¢mara que es la p¨¢gina, con esos colores y ese sonido constituido por la contraposici¨®n de unas palabras con otras sus significantes y significados.
El hilo, el ¨²nico hilo que nos permite recorrer ese m¨²ltiple laberinto de Barrio de Maravillas, es la luz. ?La luz nos lleva as¨ª, paso a paso, de p¨¢gina a p¨¢gina: La luz, en esa hora, es cogida a trav¨¦s de esas pantallas y ella mira los cuartos pulcros, las camas mullidas, los cuerpos descubiertos... Todo lo mira aquiescente la nota de su faz es pura armon¨ªa con cada atuendo de, ventana. La tonera no tiene atuendo alguno, est¨¢ desprovista, desprevenida, abierta, simplemente. La luz que entra ahora es tambi¨¦n aquiescente con lo desguarnecido, con lo abierto a la mera necesidad.? (p¨¢gina 47). En otra ocasi¨®n se exalta su poder de valoraci¨®n: ?Todo fue f¨¢cil, con la facilidad de lo posible, de lo practicable, hasta que la luz desbordante del mes de junio, la luz desnuda, violenta, del mediod¨ªa, alumbr¨® a Ariadna en su deslumbramiento...? (p¨¢gina 72). Y la luz no s¨®lo describe y deja adivinar, sino que es el gran elemento comparativo: ?Las miradas pueden ser brillantes vislumbres, como el foco que se monta con un espejo, que pasa y deslumbra, pero ilumina, cuando es cosa de ideas ... ? (p¨¢gina 202), y es -de nuevo play within a play- el medio del que se vale el artista pl¨¢stico en el ejercicio de su arte: ?Primero, el olor....,cerrar los ojos para contemplarlo. Avanzar, percibir la luz como un contacto, no precisamente en los ojos, sino en todas partes: en la frente, en las mejillas. La luz como un clima, y luego, pidi¨¦ndole permiso, disculp¨¢ndose de utilizarla, olvidarla y mirar las cosas que ella descubre, desnuda, acaricia, templa o ensombrece o hace arder ? (p¨¢gina 130).
De este modo, con su peculiar tenacidad, con la luz y la palabra como finos bistur¨ªes, y sin ninguna piedad, Rosa Chacel nos lo hace ver todo, absolutamente todo por fuera y por dentro, de d¨ªa y de noche, a tama?o natural primero, al microscopio luego, d¨¢ndonos una obra redonda en cuanto a plena, perfecta. La obra de un artista tan seguro de s¨ª como rebelde, un artista que no se atiene a ninguna convenci¨®n, que no se arredra ante nada, que por su absoluta libertad nos recuerda al noveau roman. Por ello Rosa Chacel, con Barrio de Maravillas da una buena lecci¨®n, no s¨®lo de t¨¦cnica sino de firmeza, a muchos j¨®venes escritores.
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