Picasso y Bacon, en Madrid
Parad¨®jico, por monstruosamente verdadero, resulta (dicho con remedo de una sentencia de Graci¨¢n) que una quincena, apenas de pinturas venga a constituir la muestra m¨¢s holgada que de Pablo Picasso se nos haya dejado ver en Madrid a lo largo, al menos, de estos ¨²ltimos cuarenta a?os. Paradoja igualmente, y monstruo de verdad es que, tras la tan cacareada y frustrada promesa de la Fundaci¨®n Juan March, comparezca Francis Bacon por vez primera entre nosotros con seis pinturas al ¨®leo, y un par de grabados de dudosa t¨¦cnica y consecuente paternidad. Y tanto m¨¢s parad¨®jicamente actual, en el caso del primero, cuanto que es ahora, justamente, cuando empiezan a o¨ªrse voces reivindicativas en tomo a la restituci¨®n del Guernica, con eventuales adornos patri¨®ticos nada acomodados a los hechos. ?Hay acaso alg¨²n argumento jur¨ªdico capaz de desmentir el desd¨¦n manifiesto que a lo largo de tantos a?os ha venido mostrando Espa?a hacia uno de sus hijos m¨¢s insignes? ?No nos cuadran mejor culpa y verg¨¹enza que ex?gencia de justicia? ?C¨®mo explicar que estas quince obras con formen la colecci¨®n m¨¢s completa que de la pintura picassiana se haya visto nunca en Madrid?
Francis Bacon y Pablo Picasso Galer¨ªa Tleo
Marqu¨¦s de la Ensenada, 2
La espa?ol¨ªa
?No restamos -dej¨¦ escrito con motivo de su muerte- ni el negro de una u?a al sentir patri¨®tico de Pablo Picasso, pero s¨ª salimos al paso de esa repentina fiebre de espa?olidad (poco af¨ªn, ciertamente, a la fina resonancia orteguiana de la espa?ol¨ªa) que, apenas muerto, quiere invadir lo mejor de su ejecutoria, llevada a cabo integral o esencialmente en suelo franc¨¦s. Fue all¨ª, en Francia, donde Picasso * asent¨® su .arraigo, su morada, poco menos que elevada a rango de instituci¨®n, con la anuencia de las propias instituciones oficiales, que incluso le ofrecieron un homenaje sin precedente en la historia del pa¨ªs vecino: abrir, en vida del artista y para honor de su obra, las puertas del museo del Louvre.
Pablo Picasso es espa?ol por origen, por aquel estigma que el origen deja en la manera de ser y obrar del hombre, y por su escueta afirmaci¨®n de ambas razones: ?Soy espa?ol y realista en el sentido de que no siento remilgos ante las ¨¢speras verdades de la existencia.? Pero d¨¦ atender al suelo y al ambiente cultural en que -Y volvi¨® y llev¨® a cabo el designio de su obra, su patria ha sido Francia, mucho m¨¢s atenta al que hacer de Picasso y honrada de su morar, que la tierra de su origen, inclinada s¨®lo, y en la ocasi¨®n favorable, a reivindicar su nacimiento y su obra m¨¢s afamada, y desafecta por lo com¨²n, cuando no hostil, hacia lo mejor de su ejecutoria. "
En verdad que el conjunto irrelevante de estas quince pinturas menores, llegadas a Madrid no admite otra cr¨ªtica que la denuncia de lo no hecho, ni siquiera estimado. Quince pinturas desconexas, que, lejos de arrojar luz alguna sobre las intenciones picassianas, terminan por confundir a la masiva y diaria concurrencia. Toda una primicia, en fin, que aconseja silencio en vez de estimular reivindicaciones.
Ocasi¨®n tard¨ªa
Y Francis Bacon, o la ocasi¨®n tard¨ªa y bald¨ªa. De haber llegado hace, por ejemplo, unos quince a?os, hubieran servido algunas de las seis pinturas (que hoy cortejan en Madrid la novedad picassiana) de toque de atenci¨®n a tantos improvisadores, ¨¦mulos y plagiarios como por el entonces le salieron al, singular artista irland¨¦s. Seguro estoy de que una sola exposici¨®n de Francis Bacon, presentada en el momento oportuno, hubiera bastado para poner en entredicho a la legi¨®n de sus. fraudulentos secuaces, empedernidos mixtificadores y adulteradores de sus original¨ªsimos procedimientos.
El Bacon que en la pasada d¨¦cada hizo furor entre tantos y tantos de nuestros vanguardistas fue un Bacon de libro, un Bacon tomado de ilustraciones y reproducciones, en cuya enga?osa superficie quedaba enteramente disipada y confundida la t¨¦cnica inconfundible del pintor irland¨¦s. Los incontables ¨¦mulos coyunturales de aquel tiempo, apasionadamente deslumbrados por el sado-masoquismo baconiano, interpretaron su pintura a la brava, o al viejo modo expresionista. Densidad mat¨¦rica y violentas pinceladas pretend¨ªan traducir en sus telas lo que en las de Bacon es somera liviandad, rayana casi en la nada de la materia y de la forma.
Algunos de los lienzos baconianos que hoy se exponen en Madrid hubieran bastado, repito, para contener la ola de sus fraudulentos secuaces de hace diez o quince a?os; que de haber una peculiaridad ala cabeza de otras muchas virtudes de Francis Bacon, tal y no otra ser¨ªa el moroso refinamiento y el ahorro sistem¨¢tico con que acierta a convertir el dramatismo en elegancia. Fondos lavados, oreados, transparentes, en los que el aguarr¨¢s prepondera sobre el ¨®leo.... dan paso a la huella de un pincel eminentemente seco, conformador, en su moroso e imperceptible ir y venir, de la figuraci¨®n humana, en trance de admitido o consentido sufrimiento
Dos grandes devastadores
?Picasso versus Bacon? Ignoro los prop¨®sitos de quienes han montado la exposici¨®n, si han querido o no contrastar modos y procedimientos de estos dos grandes devastadores.
El conjunto de lo expuesto hace obvio, en todo caso, el contraste. Todo lo que en Picasso es frescura, inacabamiento y derroche, resulta en Bacon sequedad de pincelada, consumaci¨®n aquilatada de los planos y sistem¨¢tico ahorro de la materia, reducida no pocas veces a su minimum neccesarium. No parece incluso descabellado suponer que sea esa tentaci¨®n de frescura inmediata la que induce a Picasso a dejar inconclusos los m¨¢s de sus lienzos, en tanto quedan pulcramente es tampados los Bacon, merced a la ahorrativa ponderaci¨®n con que recorre la sequedad integral de sus superficies crom¨¢ticas. Y la devastaci¨®n. ?Para m¨ª un cuadro -afirm¨® Picasso en m¨¢s de una ocasi¨®n- es una suma de destrucciones.? Francis Bacon, equiparando el acto de pintar al de vivir, ha dejado dicho por su parte: ?La vida, desde el nacimiento hasta la muerte, es una larga destrucci¨®n. ? *?Actitudes paralelas? Posiblemente, porque posiblemente se trate de los dos m¨¢s grandes int¨¦rpretes de la descompostura humana, m¨¢s all¨¢ del temblor de los huesos. Pero con una diferencia sustancial: que Picasso es el genuino descubridor de la nueva modalidad interpretativa, por no decir de toda una ¨¦poca (nuestra, ¨¦poca), de la que Bacon ha acertado a perge?ar el m¨¢s vital y veros¨ªmil de los retratos.
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