"El oro del Rin", en la Opera de Par¨ªs
Evidentemente estamos en el postwielandwagnerismo. En el ¨²ltimo festival de Bayreuth, la discutida presentaci¨®n de la Tetralog¨ªa ha terminado de romper las ataduras que, en lo esc¨¦nico, nos ligaban a la visi¨®n del nieto de Wagner. Pueden ensayarse muchos montajes nuevos y si el del Festpiel ha sido uno y arriesgado, el presentado por la Opera de Par¨ªs no es menos ins¨®lito en la forma, aun cuando avance menos en el fondo, en la intencionalidad. El propio Wagner dej¨® abiertas todas las puertas al pretender su obra absoluta, ?no ligada a ning¨²n tiempo, lugar, persona o circunstancia?. Tampoco a un p¨²blico determinado. Se trata de un ?fantasma producto de una imaginaci¨®n en vista de unas ideas est¨¦ticas? "
El decorador Karl-Errist Herrmann y, a su flanco, el figurinista Moidele Bickel, se han enfrentado con El oro del R¨ªn, pr¨®logo de la tetralog¨ªa, desde una intenci¨®n principal: la b¨²squeda de un espacio para lo escrito por Wagner como m¨²sico y como dramaturgo. Hay que contar con los dos factores, pues, como escribe Pierre Boulez, ?el m¨²sico Wagner supera en mucho al Wagner dramaturgo, pero est¨¢ claro que el m¨²sico no habr¨ªa existido sin el dramaturgo?. Supongo que Boulez quiere decir que, en todo caso, Wagner habr¨ªa sido un m¨²sico distinto, sin el dramaturgo que albergaba. Pienso, igualmente, que si no conviene olvidar lo expuesto por Boulez en sus t¨¦rminos extremos, tampoco ha de perderse de vista esa superaci¨®n del compositor sobre el hombre de teatro. La soluci¨®n parisiense no es demasiado bella, incluso en sus formulaciones y soluciones se me antoja bastante ingenua. Basta pensar en esas hijas del Rin pendientes de grandes cuerdas, en el fondo m¨¢s argentino que, a¨²reo del r¨ªo guardador del tesoro, en esa visi¨®n barroca y dorada de la Walhalla, en esa feria de vestuarios en los que alterna la estilizaci¨®n de lo tradicional con el frac, en el s¨ªmbolo grueso de la inmensa mano o en el puente que asciende a la Walhalla, m¨¢s parecido al situado frente al Palais Chaillot que a otra cosa. Pero no cabr¨ªa referirse a todas las concepciones sin hablar del regiseur, Peter Stein, un hombre del teatro alem¨¢n moderno que hizo su fama con montajes de Brecht, Weiss, Kleist, Handke, O'Casey y los cl¨¢sico - rom¨¢nticos, Schiller o Goethe. Su trabajo, por lo menos, posee una virtud: la continuidad paralela con la partitura de Wagner. Estrictamente paralela, esto es, que jam¨¢s llega a encontrarse la escena con la m¨²sica. Hablar de contradicci¨®n quiz¨¢ fuera excesiva.
Como en el caso de La Walkiria, el reparto seleccionado para el pr¨®logo es de primer orden: Sotin, Vento, Steinbach, Tear, Mazura, Pampuch, Macurdy, Shanks, Ludwing, Finnila, Eda-Pierre, Berbi¨¦, Rigart y la excepcional Dernesch. Si su parte de Freia no alcanza la importancia de la cantada en La Walkiria, la verdad es que en el momento en que Helga Dernesch est¨¢ en escena y empieza a cantar, el milagro de la gran interpretaci¨®n se produce siempre. Tambi¨¦n como en La Walkiria, el punto d¨¦bil fue el maestro Edward Downes, quien, dada la actitud del p¨²blico, nunca llega a saludar despu¨¦s de la representaci¨®n. ?Lastima! Todav¨ªa, dado el reparto completo, habr¨ªa que citar a las tres hyas del R¨ªn, Bress¨®n, Garaud¨¦ y Gilbert. Y, vano ser¨ªa insistir, la excelente luminotecnia.
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