Mary Hemingway; ¡°Ernest muri¨® de c¨¢ncer de esp¨ªritu¡±
Entrevista con la viuda del Premio Nobel a su paso por Madrid
Mary Hemingway ha llegado a Espa?a con sus ojos claros y su maleta de recuerdos. Mary Hemingway, viuda del Premio Nobel, escritora ella tambi¨¦n, corresponsal de guerra en la segunda contienda mundial, peque?ita, con un pelo blanco ensortijado y unas manos grandes que hablan solas, ha vuelto a Madrid; y ha vuelto a ocupar la habitaci¨®n del hotel donde, no hace muchos a?os, ella y Ernest festejaban San Isidro. Y cuando le hablas de recuerdos, ella se vuelve a Cuba, a aquel barco que Ernest ten¨ªa para pasar sus horas frente al mar. ?No ten¨ªa comodidades. Era una m¨¢quina para pescar?, comenta ella. Se sit¨²a all¨ª, en Cuba, leyendo, pescando, escribiendo, con los ¨²nicos testigos del mar y las estrellas. Ella recuerda sin gesto de dolor, pero la nostalgia se asoma a sus ojos. Y entonces enciende un cigarrillo, y bebe una ginebra. No se pueden desgranar recuerdos con esta mujer, que es ella un puro recuerdo. Aquel barco, en Cuba, durmiendo en la popa, al aire, viendo como las estrellas iluminaban la panza de las agujas, aquellos peces largos, narigudos y brillantes. Todo es un recuerdo en esta tarde madrile?a; un recuerdo en el que flota la sombra continua de esa especie de ¨ªdolo de periodistas que se llam¨® Ernest Hemingway.
Cuando le hablas de Ernest Hemingway, as¨ª, con todas las letras, ella tiene sensaci¨®n de que se est¨¢ hablando de un extra?o. Un extra?o que ahora define como ?un ni?o bien educado, a veces violento, de buen humor, a veces ¨¢ngel, cambiante ... ? Eterno Hemingway, este Ernest sin barbas de chivo, recio ¨¦l, varonil, al que uno se imagino siempre junto a una bota de buen riojano, y ante una vida llena y plena, cargada de sensibilidad y de vitalidad.
Deja volar la memoria y nos cuenta c¨®mo estando en Londres conoci¨® a un escritor de renombre, Hemingway, ?que llegaba ahora a escribir sobre la guerra?. Para los que la llevaban viviendo y viendo desde hace a?os, como era el caso de Mary, el hecho de que llamaran despu¨¦s a los escritores conocidos les resultaba un tanto molesto.
Yo estaba comiendo en un restaurante con Irwin Show. Y enfrente estaba ¨¦l. Se acerc¨® y le dijo a Irwin: ??Por qu¨¦ no me presentas a esta mujer??. Nos present¨®. Y solamente coment¨®: ?Espero que podamos almorzar juntos alguna vez. ? Corr¨ªa el mes de mayo de 1944. No nos tratamos con calor, esa es la verdad. Nosotros, los corresponsales, hab¨ªamos seguido la guerra desde el principio. Y cuando se acercaba la noticia del final, llamaban a los grandes. Pero bueno, la verdad es que result¨® simp¨¢tico. Almorzamos dos o tres veces, y un d¨ªa, que estaba yo con una amiga, Ernest me dijo simplemente: ?Mary, no conozco mucho de t¨ª, pero quiero casarme contigo.? El estaba casado, y yo tambi¨¦n; aquello me pareci¨® un chiste, algo rid¨ªculo.
Pero ten¨ªa raz¨®n Hemingway. Acaba la guerra, ella se divorcia y va a Cuba a verle, a ver al potente Herningway jugar con sus gallos de pelea y sus horas de mar. Y se casan.
La vida entonces para ella y para ¨¦l toma otro color. All¨ª aprende ella el castellano, que a¨²n hoy habla, despu¨¦s de diecis¨¦is a?os. Y all¨ª vivieron juntos hasta el 2 de julio de 1961. Mary lo recuerda muy bien.
C¨¢ncer de esp¨ªritu
-Aquellos d¨ªas estaba raro. Al rev¨¦s de como hab¨ªa sido siempre: silente, suspicaz, con temor a todo y de todo. Aquella alegr¨ªa de ni?o encantador que ten¨ªa, se hab¨ªa cambiado por una preocupaci¨®n constante. Lo estudiaron m¨¦dicos de todos los Estados. Pero no hubo soluci¨®n. Ten¨ªa un c¨¢ncer de esp¨ªritu. Una profunda depresi¨®n. Ninguna cura pudo salvarle. S¨ª, como un c¨¢ncer del esp¨ªritu. Est¨¢bamos en la casita de Idaho. Era domingo. Eran las ocho de la ma?ana. Yo sent¨ª un ruido y me despert¨¦. Cre¨ª que alguien hab¨ªa cerrado un caj¨®n demasiado fuerte, Baj¨¦, y me lo encontr¨¦ tendido en el suelo, con su escopeta en las manos. Se hab¨ªa disparado dos tiros.Hace una pausa. Enciende un nuevo cigarro y comenta que nunca pudo aceptar la idea de esa muerte. Y emprendi¨® la huida. All¨ª se acababa el sosiego, la amistad (?En mi diario tengo anotado, un d¨ªa que comimos solos, despu¨¦s de 54 d¨ªas. Siempre hab¨ªa amigos en casa.?)
El viejo y el mar
Y hablamos de libros.-Es como cuando te preguntan: ?De tus hijos, a cu¨¢l quieres m¨¢s? No se sabe, no se puede elegir. Cada uno de los libros tiene su porqu¨¦. A m¨ª me gusta mucho, porque creo que comprendi¨® perfectamente al pueblo espa?ol, Por qui¨¦n doblan las campanas. Y me gusta, porque he conocido a muchos hombres como el viejo Santiago, El viejo y el mar. (?Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream, y hac¨ªa 84 d¨ªas que no cog¨ªa un pez?). Ernest estaba muy contento cuando concluy¨® esta novelita. La escribi¨® sin parar. Yo le¨ªa cada noche los folios nuevos que ¨¦l iba escrib¨ªendo. La termin¨® en menos de dos meses. Y cuando se estaba acercando al final comentamos un d¨ªa: ?Mi vida, me parece que vas a dejar morir a este viejo tan simp¨¢tico. Supongo que no se te ocurrir¨¢.? El hizo un gesto simplemente: ?Bueno, pero es que matarlo ser¨ªa demasiado f¨¢cil -insist¨ª- Matarlo o dejarlo morir de viejo ser¨ªa la soluci¨®n m¨¢s barata.? Por fin no lo mat¨®. Santiago vivi¨® un poco gracias a m¨ª.
?All¨¢ arriba -termina Hemingway la novela, junto a Camino, en su caba?a, el viejo dorm¨ªa nuevamente. Todav¨ªa dorm¨ªa de bruces y el muchacho estaba a su lado contempl¨¢ndolo. El viejo so?aba con los leones marinos.?
Mary Hemingway fue la cuarta mujer en la vida de Ernest. ?El fue mi tercer marido. La vida a su lado fue muy tranquila. S¨ª, ?claro que nos peleamos! Muchas veces. Los dos ¨¦ramos de car¨¢cter muy violento. Pero le advierto una cosa: para nuestro-vocabulario fueron muy buenas aquellas discusiones. Especialmente para saber c¨®mo pod¨ªamos decir cada uno una frase m¨¢s fuerte. Discut¨ªamos en espa?ol. Pero si llegaba a m¨¢s, emple¨¢bamos el ingl¨¦s. De todas formas, eran batallas que apenas duraban diez minutos. Bueno, menos una vez, que dur¨® hasta dos meses. Pero salvo eso, la vida en com¨²n fue muy tranquila.?
El testamento
Dentro de un a?o, quiz¨¢ dos, se publicar¨¢ la que ser¨¢ posiblemente ya la ¨²ltima obra de Ernest Hemingway. Mary y los editores trabajan actualmente en ella.-Desde que muri¨® se han publicado ya cuatro libros, porque Ernest dej¨® escritas muchas cosas. Ahora estamos preparando la edici¨®n de un libro de cuentos sobre la guerra mundial. Ernest dej¨® mucho escrito. Entre otras cosas una novela muy, muy larga, con partes bastante malas.
Dos principios dice ella que inspiran las ediciones posteriores a la muerte del escritor.
-En su testamento, que hizo siete a?os antes de matarse, Ernest me dej¨® todo a m¨ª, incluyendo su propiedad literaria. Las condiciones que nos hemos impuesto fueron, por un lado no publicar nada de calidad inferior a lo que se public¨® en vida con su aprobaci¨®n; y por otro, que s¨®lo est¨¦ firmado por Ernest, sin que nadie le arregle nada.
Habla de Espa?a, de los toros (?Son como las pel¨ªculas. Cuando una corrida es buena, es muy buena. Pero cuando es mala, no hay quien la aguante?). Sonr¨ªe, sonr¨ªe siempre, levanta sus ojos vivarachos, mira al techo del hotel, y despu¨¦s recuerda aquel San Isidro de cualquier a?o.
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