La inmigraci¨®n, problema y esperanza de Catalu?a / 1
Puede que, en ¨²ltimo t¨¦rmino, el problema suscitado por unas frases de mi libro sobre la inmigraci¨®n tenga consecuencias positivas, porque habr¨¢ ayudado a hablar, a entrar en contacto, a dialogar, a conocerse. Y puesto que yo creo que hay por parte de cuantos intervenimos en este debate mucha m¨¢s voluntad de entendimiento que de mutuo rechazo, y muchos m¨¢s intereses coincidentes que discrepancias de fondo, y que, sobre todo, hay una necesidad com¨²n -la de disponer de unos elementos comunitarios ¨²tiles para todos cuantos vivimos en Catalu?a-, concluyo que el di¨¢logo va a ser fruct¨ªfero.Estoy seguro de ello, y lo celebro much¨ªsimo. He le¨ªdo todo cuanto he escrito -publicado o no- durante veinte a?os sobre este tema -el de la inmigraci¨®n y el del subdesarrollo de ciertas zonas y regiones de Espa?a- Y he pensado -al t¨¦rmino de esta nueva y larga y atenta lectura- que si se pusiera en una columna todo lo que de positivo he dicho, y lo que sin yo pretenderlo puede ser interpretado negativamente, nadie dudar¨ªa en otorgarme el t¨ªtulo de pol¨ªtico de filiaci¨®n catalana, no s¨®lo m¨¢s interesado por el tema de la inmigraci¨®n, sino incluso en un cierto sentido del m¨¢s andalucista. Si de algo no se me podr¨¢ tachar es de oportunismo, de haber empezado a hablar de estos temas s¨®lo ahora, coincidiendo, sospechosamente, con la proximidad de las elecciones. Y si vengo estudiando estos temas desde hace veinte a?os es por algo muy simple: porque ¨¦ste es un problema de verdad, no un problema de superestructuras y de teor¨ªas, sino un problema de la gente. Y es un problema de Catalunya, o, m¨¢s exacto, es un problema de la colectividad que a todos nos engloba y que todos necesitamos.
Por esto, mi partido -Convergencia Democr¨¢tica de Catalunaya- tiene como slogan principal puesto, a la clase obrera, y a las comarcas catalanas desfavorecidas, y a todos los marginados o en peligro de serlo -por ejemplo, los jubilados-, pero en nuestro ¨¢nimo apunta principalmente a la inmigraci¨®n. Por esto digo -en el mismo libro: ?La inmigraci¨®, problema i esperan?a de Catalunya?- que ?el mejor programa para Catalu?a ser¨¢ el que mayormente pueda ayudar a hacer de Catalunya el pa¨ªs de todos, el pa¨ªs de todos los catalanes, que todos los hombres que viven y trabajan en Catalu?a . puedan sentir entra?ablemente suyo?. Y por esto mi partido -que, ante todo, es un partido catalanista- ha dicho repetidas veces -con esc¨¢ndalo quiz¨¢s de algunos sectores de nacionalismo purista e intransigente- que postula un catalanismo capaz de ser asumido por la mayor¨ªa de los hombres que viven y trabajan aqu¨ª, es decir, tambi¨¦n de la inmigraci¨®n... Y una prueba de ello la ha dado mi partido en la reciente controversia sobre oficialidad y cooficialidad del catal¨¢n, en la cual hemos optado por la cooficialidad, precisamente en atenci¨®n al respeto que merece la inmigraci¨®n. Podr¨ªa parecer, pues, que no hay un real contencioso, una real divergencia entre quienes discutimos el tema. Y creo que, en el fondo, y a medio y largo plazo, as¨ª es: realmente no hay contencioso. Pero a corto se plantea un tema que vamos a analizar serenamente.
Nosotros salimos de la base de que la gran mayor¨ªa de hombres procedentes de otras tierras de Espa?a que vienen a Catalunya van a quedarse, que Catalu?a va a ser quiz¨¢s no plenamente su tierra pues muchos de ellos llegan ya muy hechos y el cambio les resulta dif¨ªcil, e incluso no conveniente, pero s¨ª la de sus hijos y de los hijos de sus hijos. No es seguro que esto sea tan cierto entre los funcionarios p¨²blicos, los universitarios, los altos cargos de empresa, etc¨¦tera..., pero entre los inmigrantes de extracci¨®n popular esto es as¨ª. Es posible que en algunos, o puede que en muchos de ellos, anide el deseo del retorno a su tierra, pero la realidad es que todos, o casi todos, saben que no lo van a hacer, e incluso es probable que para muchos este deseo tenga m¨¢s de recuerdo nost¨¢lgico que de aut¨¦ntica voluntad. Y la realidad es, tambi¨¦n, que en sus hijos -y es el futuro, no el pasado, lo que cuenta- no anida ya, o anida mucho menos, esta leg¨ªtima nostalgia. Por tanto, si esto es as¨ª, la pol¨ªtica de integraci¨®n que proponemos es correcta, porque va en la l¨ªnea del futuro, en la l¨ªnea de los hijos, y en la l¨ªnea de la necesidad que estos hijos van a tener de disponer de un pa¨ªs s¨®lido y, por tanto, de un pa¨ªs no escindido. Porque la alternativa a la propuesta integradora es la duplicidad de comunidades poco o mucho enfrentadas o en todo caso disociadas. Y esto ser¨ªa muy grave para todos.
La frase ?catal¨¢n es todo hombre que vive y trabaja en Catalu?a? va en esta direcci¨®n. No es, como algunos pretenden presentarlo, fruto de una voluntad de coacci¨®n, sino del deseo de facilitar lo que entendemos es del inter¨¦s de todos, y, por supuesto, tambi¨¦n de la inmigraci¨®n. ?C¨®mo podr¨ªa reflejar una voluntad catalana de coacci¨®n una frase acu?ada en 1958? ?Conocen ,o recuerdan cu¨¢l era la situaci¨®n pol¨ªtica, social, cultural de Catalu?a quienes tachan de coactiva esta frase? Sin ¨¢nimo de polemizar, debe aconsejarse a algunos detractores de esta frase que lean el libro ?Catalunya sota la dictadura franquista?.,No se puede olvidar ni silenciar que si coacci¨®n ha habido durante estos cuarenta a?os no ha sido a favor de la lengua ni de la cultura ni de las instituciones, ni de las manifestaciones de todo tipo de Catalu?a, sino todo lo contrario. Y que hoy seguimos estando en franca inferioridad ling¨¹¨ªstica, legal, pol¨ªtica, institucional... No, la frase no tiene esta intenci¨®n, sino dos de muy distintas. Sus objetivos son, por un lado, socavar cualquier pretensi¨®n purista de los catalanes tradicionales -purista en lo ¨¦tnico o en lo ling¨¹¨ªstico, o en el origen familiar-, y, por otro, presentar al inmigrante una visi¨®n de lo catal¨¢n abierta y no cerrada, positiva y no defensiva, y establecer desde un principio una igualdad b¨¢sica de oportunidades, que los factores socioecon¨®micos puede que obstaculicen, pero que no pueden frenar los de lugar de nacimiento. Evitar que desde un principio se pueda orientar las cosas de forma que haya catalanes distintos, de primera y de segunda.
Pienso que incurren en grave contradicci¨®n quienes no aceptan este planteamiento y al propio tiempo denuncian el riesgo de que haya en Catalunya dos clases de ciudadanos. Precisamente una de las conclusiones l¨®gicas de nuestro planteamiento de integraci¨®n es ?que la inmigraci¨®n debe de estar presente en la plaza de San Jaime, es decir, en el Gobierno de Catalunya?. Pero para ser, pongamos por caso, presidente de la Generalitat, a lo cual, en principio, deben tener derecho todos los catalanes, hay que ser catal¨¢n hijo de jiennenses, murtal¨¢n. Se puede ser un catal¨¢n nacido en Ja¨¦n, en Murcia o en C¨¢ceres, y, por supuesto, ser un catal¨¢n hijo de jienenses, murcianos o cacere?os, pero hay que ser catal¨¢n y sentirse catal¨¢n. Es decir, hay que sentirse parte de Catalu?a, y hay que acudir a este cargo -o a otro de rango inferior- con voluntad de servir directamente los intereses de quienes trabajamos y vivimos en Catalunya, no los de Ja¨¦n, Murcia o C¨¢ceres. Otra cosa es el servicio que indirectamente-de esto hablaremos luego- podemos rendir a estas regiones.
Por otra parte, esto no es ni nuevo ni sorprendente. Porque, en realidad, ?qu¨¦ somos los catalanes, sino el resultado de un gran crisol? Dec¨ªa no hace mucho con motivo de una cena dedicada a Ant¨®n Ca?ellas a unos periodistas madrile?os: ?Piensen -y les voy a poner ejemplos muy diversos, que la madre de Ant¨®n Ca?ellas es canaria, que la abuela de mi mujer era de Daroca, que el responsable de CDC en Llinars del Vall¨¦s es de C¨¢ceres y que el padre de Carrasco i Formiguera, fusilado por catalanista en 1938 en Burgos, era manchego.? Cada uno de nosotros puede hacer una larga, una largu¨ªsima y muy diversificada lista como ¨¦sta. Y esto es Catalu?a: sobre la base de una s¨®lida y tradicional realidad de fondo que asegura la continuidad del pa¨ªs las aportaciones humanas que se han ido sucediendo a trav¨¦s de los a?os han ido configurando no una entidad ¨¦tnica, sino una entidad cultural y de conciencia colectiva, fuerte y operativa.
Cabr¨ªa, por supuesto, que esta realidad que es Catalunya se rompiera. Que la agresi¨®n exterior la destruyera, o que sus lazos internos se relajaran, o que las diversas aportaciones humanas no se fundieran en una sola comunidad y se produjera en el pa¨ªs una irreparable escisi¨®n. Esto ser¨ªa de una extrema gravedad para todos.
Tengo la impresi¨®n de que, en el fondo, sobre este punto todos estamos de acuerdo. Todos estamos de acuerdo en que los hombres necesitamos disponer de un pueblo, de una comunidad que nos d¨¦ una forma de ser definida y bien estructurada. Que nos ayude a construir nuestra personalidad profunda. Esto -adquirir esta personalidad profunda, adquirir una forma o estructura mental y espiritual- no lo puede hacer un hombre solo, ni se improvisa. Se requiere para ello un patrimonio colectivo, un conjunto de afinidades, de reflejos, de convicciones profundas, de formas colectivas que ayudan a configurar este fondo com¨²n que hace que los hombres no seamos entes aislados, sino seres con rasgos comunes que no s¨®lo nos unen, sino que nos potencian. Normalmente no tiene sentido -ni generalmente viabilidad- el hombre aislado del resto de hombres semejantes a ¨¦l, ni desgajado de su tradici¨®n hist¨®rica, ni desvinculado del conjunto de valores comunes que son el sedimento de su personalidad individual. Y todo esto no se tiene si no es a trav¨¦s del pueblo, de la comunidad nacional, de un ser colectivo bien estructurado y capaz de actuar eficazmente sobre sus hombres.
Este ser colectivo ha sido, para los catalanes, desde hace m¨¢s de diez siglos, Catalu?a. Y este ser colectivo debe ser, para los andaluces, Andaluc¨ªa. Pero en ning¨²n caso puede ser una Catalunya escindida, o destruida, o disminuida, ni tampoco una Andaluc¨ªa disminuida, o despersonalizada, u oprimida.
Los catalanes recientemente hemos luchado, a nuestra manera, durante cuarenta a?os contra este peligro de despersonalizaci¨®n, de escisi¨®n profunda o de disminuci¨®n. Y algunos hemos advertido que en esta lucha nos jug¨¢bamos el ser o el no ser, incluso en el terreno de nuestra personalidad individual. Cuando una colectividad pierde peso y, por consiguiente, capacidad de influencia sobre sus hombres, ¨¦stos quedan cercenados en su personalidad. Es una batalla que hay que ganar para bien de todos cuantos vivimos en Catalunya con car¨¢cter de permanencia, de todos cuantos tendremos hijos que van a vivir y a trabajar aqu¨ª. Y es una batalla que, de otra forma, se est¨¢ librando en Andaluc¨ªa. Una batalla que hay que ganar para bien de todos cuantos viven en Andaluc¨ªa, y, especialmente, para bien de las nuevas generaciones andaluzas.
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