Un especialista de la confesi¨®n
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Es dif¨ªcil negar la fascinaci¨®n que ejerce en nosotros la pr¨¢ctica de la confesi¨®n. Nos entregamos a ella, favorecidos por esa ebriedad o melancol¨ªa que relaja toda discreci¨®n, cuando flaquea nuestro ¨¢nimo y nos sentimos, tentados de lenidad, incapaces de asumir por m¨¢s tiempo un destino solitario. As¨ª creemos, ingenuos por un instante, conjurar el monstruo que hay en nosotros -y que tanto queremos, sin embargo-, sac¨¢ndolo al exterior. Pensamos diluir su fuerza comparti¨¦ndolo; lo vendemos a cambio de comprensi¨®n, esc¨¢ndalo y, m¨¢s ruines, compasi¨®n. Pero, al exteriorizarlo, el monstruo se nos vuelve extra?o, aparece m¨¢s y m¨¢s como fantoche. Advertimos as¨ª cu¨¢nto hay en ¨¦l de histri¨®nico, de qu¨¦ forma hemos sufrido el enga?o de nuestra imagen interior.
Michel Leiris
Edad de hombre Las ediciones liberales -Editorial Labor-. Barcelona, 1976. 220p¨¢ginas
Tal es, sin duda, el caso de Michel Leiris, uno de los menos amigos de la hipocres¨ªa bretoniana entre aquellos j¨®venes que jugaron a ser surrealistas. Su Edad de hombre es fruto de un compromiso moral con la escritura, adoptado por quien no se resigna ?a ser s¨®lo un literato ?. La escritura, piensa, no se realiza sino para colmar un vac¨ªo, lo que s¨®lo puede hacer quien nada tiene que decir, volviendo el discurso sobre s¨ª, vertiendo lo que en ¨¦l hay de lucidez sobre el abismo que se manifestar¨¢ insondable. Tal prop¨®sito, que Leiris mantiene en forma particularmente radical, adopta en su caso matices netamente masoquistas, fruto de su fascinaci¨®n por el autocastigo en la l¨ªnea de una moral cristiana que le repugna, pero de la que se siente incapaz de liberarse (lo que explicar¨ªa la inflexibilidad de su compromiso ¨¦tico con la tarea de escritor). De hecho, toda su obra pretende flanquear el acceso a una verdad l¨ªmite que borre la frontera con el otro, que alimente su afecto por medio de una relaci¨®n sin trampa. O, como dice Alain Jouffroy, a partir de un fragmento de Fibrilles que centra la atracci¨®n por el surrealismo en la voluntad que en ¨¦ste se manifestaba de encontrar en la poes¨ªa un sistema total: ?Este sistema total, que Leiris ha renunciado a conseguir alcanzarlo jam¨¢s, implica, en efecto, la verdadera comunicaci¨®n, fundada sobre la lealtad, de la que hablaba su amigo Georges Bataille.? Y, ciertamente, la tarea aparece pronto m¨¢s dificil que lo que el Leiris de Edad de hombre sospechaba. En el devenir, la confesi¨®n inicial resulta incompleta y, m¨¢s a¨²n, amanerada en sus pretensiones de perfecci¨®n. Debe, pues, ser continuada, lo que se realiza en una tetralog¨ªa titulada La regla del juego, de forma que no alcance jam¨¢s un fin efectivo. Incluso el m¨¦todo var¨ªa aqu¨ª de forma notable. Ya no se pretende efectuar un retrato de rasgos netamente marcados, sino ahondar en lo que ¨¦stos tengan de evanescentes en la medida que as¨ª expresen mejor lo que de mutable tiene el sujeto.
Ciertamente, la tarea que Leinis carga sobre sus espaldas es tan s¨®lo un sue?o vano. Ese interrogar sobre s¨ª mismo a las palabras, como si ¨¦stas fueran un espejo de m¨¢gicos poderes, retorciendo lo que en ellas hay de sugerente, a la manera de sus Glosarios de 1925, no produce sino ecos crueles que no le acercan ni un ¨¢pice a esa verdad que motiv¨® el origen del discurso. Porque, como le suger¨ªa el Bataille companero de Documents y del Colegio de Sociolog¨ªa: Lo esencial es inconfesable.
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