Francia por todas partes
Los franceses dominan, sin duda, este treinta aniversario del Festival de Cannes, no s¨®lo en la selecci¨®n oficial, sino tambi¨¦n en sus manifestaciones paralelas. Adem¨¢s de los t¨ªtulos elegidos para el certamen propiamente dicho, la presencia de los autores del vecino pa¨ªs es abrumadora en las listas de la quincena de realizadores, en la semana de la cr¨ªtica y, sobre todo, en la llamada perspectivas del cine franc¨¦s, dedicada en exclusiva a ofrecer una panor¨¢mica amplia de primeras obras. Por si fuera poco, a¨²n se incorpora otra manifestaci¨®n m¨¢s, bajo el patrocinio de Henri Langlois, el recientemente fallecido fundador y director de la Cinemateca Francesa, con el nombre de Otros filmes, que es de esperar albergue las pel¨ªculas que no pudieron entrar en las r¨²bricas anteriores. El pretendido internacionalismo del Festival se ve seriamente comprometido por esta invasi¨®n descarada de la propia cinematograf¨ªa, sin opci¨®n equitativa para otros pa¨ªses, salvo en una posici¨®n precaria y puramente comercial que, no nos enga?emos, jam¨¢s tendr¨¢ las repercusiones publicitarias gratuitas de estas secciones, m¨¢s o menos oficiosas.En estos cientos de filmes franceses se puede encontrar, espigando mucho, alguno interesante, como la ¨²ltima producci¨®n de Jean Luc Godard, Y en otros lugares, y la m¨¢s reciente de Marguerite Duras, El cami¨®n. Ambas distan mucho de ser obras maestras, pero constituyen proyectos atractivos, algo que merece la pena ser discutido, al menos. Godard, pr¨¢cticamente apartado del cine industrial al uso, insiste en un aspecto documental, casi fabricado en video, alternando con el archivo. Los di¨¢logos establecen una distancia temporal e ideol¨®gica entre un reportaje rodado por el autor en 1970 sobre los guerrilleros palestinos y la indiferencia de una familia francesa t¨ªpica, que contempla aqu¨ª y ahora los programas de televisi¨®n como parte de un ceremonial diario sin la menor relevancia.
La significaci¨®n profunda de este intento puede ser discutible, pero no deja de ser interesante, especialmente en relaci¨®n con la trayectoria ideol¨®gica de un director que supo, hace muchos a?os, revolucionar el cine moderno.
Marguerite Duras prosigue tambi¨¦n, a su modo, unos experimentos particulares bastante lejos de las modas y sistemas habituales. El cami¨®n es, sobre todo, el ensayo, la lectura de un gui¨®n que nunca llegaremos a ver realizado en im¨¢genes. La propia autora y el presunto int¨¦rprete del principal personaje, Gerard Depardieu, hablan y hablan, interminablemente, sentados alrededor de una mesa camilla, sobre las posibilidades de la narraci¨®n, sus referencias y consecuencias, antecedentes y episodios. La pel¨ªcula fue rodada en ocho d¨ªas y el pac¨ªfico espectador piensa que bien pudo haberse despachado en uno s¨®lo. La literatura, una vez m¨¢s, se apodera del cine, y los largos, impecables di¨¢logos, suplantan a las im¨¢genes en movimiento.
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