La osad¨ªa del se?or barnard
La ¨¦tica de los trasplantes ha de volver a primer plano. Especialmente, de los card¨ªacos. Cuando Barnard tuvo la oportunidad de poner un nuevo coraz¨®n a Louis Washkansky, el mundo vio y vivi¨® una carrera de los cirujanos que quer¨ªan inscribir su nombre en la historia de la medicina. Pero la historia fue m¨¢s dura que la cr¨®nica diaria de los peri¨®dicos y acab¨® por sepultarlos.Se plante¨® entonces el problema ¨¦tico de los trasplantes card¨ªacos en un doble sentido, aunque s¨®lo uno fue asimilado por el gran p¨²blico: el del donante. La definici¨®n de la muerte pasaba por leyes calificadas de anacr¨®nicas. Pero era la ¨²nica garant¨ªa para que un moribundo no pasara a engrosar las filas de los fallecidos antes de tiempo.
Sin embargo, otro aspecto ¨¦tico se olvidaba: el del receptor. ?Hasta qu¨¦ punto era l¨ªcito someter a tan delicada intervenci¨®n a seres humanos, con una t¨¦cnica a¨²n no suficientemente experimentada en la que la incertidumbre y la muerte consecuente eran la noticia que acompa?aba a la osad¨ªa quir¨²rgica?
La noticia que hoy nos llega pone nuevamente de manifiesto la necesidad de una ¨¦tica y de marcar una frontera de la medicina. Chris Barnard ha realizado un nuevo trasplante espectacular: injert¨® el coraz¨®n de un mandril a una muchacha italiana de veintis¨¦is a?os. Era la primera vez que el coraz¨®n de un animal pasaba al pecho de una persona humana. Pero fue poco tiempo. Apenas dos horas y media despu¨¦s de llevar a cabo la intervenci¨®n, la muchacha falleci¨®.
No hay aqu¨ª problemas con el donante. Pero no cabe duda de que el receptor viv¨ªa antes de la intervenci¨®n. Bien o mal; pero viv¨ªa. Y a une siempre le queda la duda colgando de los ojos: ?injertar el coraz¨®n de un mandril era la f¨®rmula para salvar a la muchacha, o era el medio para que nuevamente nosotros, los periodistas, volvi¨¦ramos a renacer la fama de aquel que el 2 de diciembre de 1967 dio la vuelta al mundo por haberse atrevido a cambiar un coraz¨®n?
Es una duda met¨®dica. Es cierto que se desvanece intelectualmente apelando a la responsabilidad que da el ejercicio m¨¦dico. Pero visceralmente, debe reclamarse algo m¨¢s que una responsabilidad para garantizar la vida frente a las tentaciones brillantes de injertar ¨®rganos de mandril en seres humanos. Aunque no sea mas que para que las experiencias humanas queden enterradas para siempre en los campos nazis de concentraci¨®n.
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