La izquierda ante la crisis econ¨®mica
La situaci¨®n en que la Oposici¨®n hubo de vivir bajo el franquismo fue un inmejorable caldo de cultivo para el radicalismo. No pod¨ªa quiz¨¢ ser de otro modo: gente que, en el Occidente industrial izado, habr¨ªa pasado por pac¨ªfica y burguesa empleaba, en este pa¨ªs, un lenguaje violento y revolucionario. La reforma pol¨ªtica fue poniendo las cosas en su sitio y revelando la verdadera identidad de cada cual. Hoy d¨ªa son muchos menos los que se dicen ?revolucionarios? que hace unos meses. Y, sin embargo, hay quien persiste en hacer incesante profesi¨®n de fe de revolucionarismo y de marxismo. De estos revolucionarios supervivientes quisiera ocuparme hoy.El problema fundamental que a todos nos plantean estos revolucionarios (a todos y no s¨®lo a ellos, pues el porvenir del pa¨ªs depende, en gran medida, de lo que hagan) es el siguiente: los partidos de izquierda ?van a intentar, de veras, hacer la revoluci¨®n?
Hacer la revoluci¨®n. En cierto modo (s¨®lo en cierto modo: no me olvido de la represi¨®n a que estuvieron sometidos), nuestros revolucionarios pod¨ªan suscribir la famosa pintada que un d¨ªa apareci¨® en las tapias de Madrid: ?Con Franco viv¨ªamos mejor.? Pues, bajo Franco, no exist¨ªan posibilidades revolucionarias de ninguna clase y, por tanto, la revoluci¨®n hab¨ªa de ser ¨²nicamente verbal o proclamada. No hab¨ªa que echarse al monte. Pero ahora las cosas han cambiado, tambi¨¦n para los revolucionarios.
Y no me refiero a la revoluci¨®n armada, que sigue siendo igualmente imposible, sino a la revoluci¨®n pac¨ªfica, la que se ejerce por v¨ªa de la presi¨®n incesante sobre el Poder establecido. Pues, una vez legalizados los partidos y sindicatos izquierdistas ya resulta posible, sin disparar un solo tiro, crear obst¨¢culos en cadena que pongan en peligro la estabilidad del sistema capitalista establecido.
Las circunstancias en que nos encontramos son particularmente favorables para una acci¨®n de este' tipo: las huelgas incesantes, las exigencias imposibles de satisfacer, la deteriorizaci¨®n de la paz social, pueden hacer tambalearse un sistema econ¨®mico que, seg¨²n todo el mundo reconoce, se encuentra gravemente enfermo. Si el paro contin¨²a o se incrementa, si el poder adquisitivo del salario disminuye, el descontento de la clase trabajadora ir¨¢ en aumento y los partidos de izquierda, especialmente el PSOE, pueden quiz¨¢ llegar, en plazo breve, al poder. Y, una vez en el poder, est¨¢ abierta la v¨ªa para intentar las transformaciones estructurales que se consideren necesarias.
Claro est¨¢ que esta v¨ªa, que tiene un precedente inmediato en la que en Chile intent¨® seguir Salvador Allende, est¨¢ erizada de peligros: el capitalismo puede encajar ciertas formas que no lo amenacen de muerte, pero, si se siente seriamente amenazado, es probable que intente defenderse con todas sus fuerzas: se agravar¨¢ la evasi¨®n de capitales y, en ¨²ltimo t¨¦rmino, ser¨¢ inevitable la violencia. Y no parece probable que el Ej¨¦rcito mantenga la misma actitud abstencionista, ante el desmoronamiento del sistema econ¨®mico establecido, que mantuvo ante la disoluci¨®n de la dictadura.
Pero, dif¨ªcil o no, la opci¨®n revolucionaria pac¨ªfica (al menos inicialmente pac¨ªfica) es practicable, en las actuales circunstancias. ?Seguir¨¢n nuestros ? revolucionarios? ese camino? No lo creo probable.
Consolidar la democracia capitalista. El otro camino, desde luego muy poco revolucionario, aunque menos peligroso, est¨¢, tambi¨¦n abierto: consolidar el sistema econ¨®mico establecido, ayudando a resolver la crisis.
Para ello, los partidos de izquierda habr¨ªan de lograr que sus seguidores aceptaran los sacrificios que la superaci¨®n de la crisis va a imponerles. Y, por de pronto, parece indispensable establecer cierta disciplina laboral: el capitalista no invierte si no tiene una perspectiva razonable de obtener un beneficio y esa perspectiva se desvanece si hay huelgas incesantes, demandas salariales-desorbitadas, secuestros cosas por el estilo. Es ut¨®pico pretender que los capitalistas inviertan su dinero para perderlo y, quiz¨¢ junto con ¨¦l, la vida.
Cierto que, a cambio de una conducta ? razonable? (que no excluye el ejercicio prudente ' de sus derechos) los obreros pueden exigir sacrificios a los otros sectores sociales, especialmente a los empresarios -y la reforma fiscal es un buen ejemplo de esta clase de contraprestaci¨®nes-). Pero, en definitiva, si las masas, controladas por los partidos de izquierda, adoptan una conducta ?razonable?, la crisis podr¨¢ superarse y el capitalismo ser¨¢ fortalecido de la operaci¨®n.
, No hay que enga?arse: la pol¨ªtica a que estamos refiri¨¦ndonos redundar¨¢ e la mayor honra y gloria del Banesto y similares. Luego, podr¨¢n los partidos de izquierdas seguir proclam¨¢ndose todo lo revolucionarios que quieran, pues a algunos les cuesta trabajo reconocerse, como reformistas, quiz¨¢ porque so?ando con un mundo distinto, compensan las frustraciones de la vida, los gru?idos del jefe en la oficina y los michelines de la se?ora en el lecho, quiz¨¢ porque, quien una vez crey¨® que pod¨ªa cambiar el mundo, necesita tiempo para convencerse de que es el mundo quien lo ha cambiado a ¨¦l. Pero tampoco importa que la palabra vuele, impulsada por la fantas¨ªa: la superaci¨®n de la crisis comporta la consolidaci¨®n del sistema capitalista establecido, ?Van a seguir esta v¨ªa los partido de izquierda? Probablemente. porque parece la ¨²nica posible y razonable. Es, en detinitiva, la v¨ªa, que siguieron los partidos socialdem¨®cratas occidentales, cuya t¨¢ctica no es consecuencia, como _algunos quieren hacemos creer,de la corrupci¨®n ni de la traici¨®n, sino de la necesidad hist¨®rica.
La actitud de las masas obreras. Claro est¨¢ que para superar la crisis no basta con que los partidos de izquierda adopten una postura moderada. Es preciso tambi¨¦n que las masas los sigan. Y esto no est¨¢ nada claro, por el momento. Hay razones para pensar que la clase obrera va a seguir una v¨ªa ?indisciplinada?. Veamos alguna de ellas.
Los sindicatos obreros, hasta hace poco clandestinos, son d¨¦biles y desorganizados. Es posible que ni siquiera sepan el n¨²mero de sus afiliados. Por otra parte, muchos de esos sindicatos han hecho, hasta. hace poco, una demagogia, que quiz¨¢ fuera explicable en la etapa anterior, pero que ahora puede costarles cara. Finalmente: se comprende que los obreros, cuya situaci¨®n, pese a los avances conseguidos bajo el franquismo, sigue siendo mala, no acepten sacrificios que redunden en un fortalecimiento del sistema capitalista.
En la reciente huelga de la construcci¨®n en Asturias, se manifestaron s¨ªntomas de que los obreros actuaban independientemente de los sindicatos, a los que consideraban como meros ?asesores?. Si esta actitud se generaliza, los sindicatos- terminar¨¢n enfrent¨¢ndose a sus bases o, quiz¨¢, pleg¨¢ndose a ellas y asumiendo sus reivindicaciones por exageradas que sean.
Lo que s¨ª parece cierto es que si el clima de paz social se deteriora, el sistema econ¨®mico espa?ol no podr¨¢ superar la crisis, el paro aumentar¨¢, las condiciones de vida de la clase obrera se deteriorar¨¢ y la violencia har¨¢ su aparici¨®n en todo el pa¨ªs. Espa?a, que acaba de asombrar al mundo inaugurando una v¨ªa in¨¦dita de cambio pol¨ªtico, inaugurar¨¢ 9tra v¨ªa de cambio econ¨®mico: la' v¨ªa espa?ola hacia el subdesarrollo, de la que las provincias vascas empiezan a constituir un buen ejemplo. Lo que, en el orden pol¨ªtico, claro est¨¢, conducir¨ªa, probablemente a una nueva dictadura de signo derechista.
No quisiera parecer pesimista, pero menos a¨²n quisiera ser incauto. La situaci¨®n tiene soluci¨®n, como la ha tenido en otros pa¨ªses. Pero conviene tener una idea clara de hacia d¨®nde nos dirigimos y de lo que podemos y debemos hacer.
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