Mosc¨² ya no es la roma del comunismo
En la reciente pol¨¦mica iniciada por el ataque de la revista sovi¨¦tica Tiempos Nuevos contra las concepciones her¨¦ticas de Santiago Carrillo, el secretario general del Partido Comunista ha insistido, con raz¨®n, en el hecho de que Mosc¨² ha dejado de ser la Roma del comunismo, esto es, la Iglesia que detenta el monopolio de la verdad, traza la frontera de la ortodoxia y puede fulminar anatemas contra cualquier desviaci¨®n de su l¨ªnea. Pero dicha comprobaci¨®n emp¨ªrica -y el consiguiente rechazo de unos m¨¦todos de condena dignos del Santo Oficio- no ha sido acompa?ada de un examen profundo de las razones y mecanismos que han permitido, y a¨²n permiten, la eclesiastizaci¨®n de los partidos marxistas. Dichos ex¨¢menes existen, pero han sido realizados desde fuera de las filas de los propios partidos, con lo que su incidencia en la pr¨¢ctica interna de ¨¦stos ha sido hasta ahora bastante reducida.Antes de examinar los planteamientos de Petkoff me permitir¨¦ referirme a las reflexiones sobre el tema de uno de nuestros disidentes religiosos m¨¢s c¨¦lebres, el expatriado Jos¨¦ Mar¨ªa Blanco White, reflexiones que figuran en sus obras, escritas en ingl¨¦s y no traducidas a¨²n enteramente al castellano, Second travels of an Irish gentleman in a search of a religion y Observalions on heresy and orthodoxy. Las consideraciones de Blanco sobre las Iglesias de su tiempo se adaptan en verdad como anillo al dedo al fen¨®meno en que nos ocupamos y demuestran la perdurabilidad de ciertos fen¨®menos y mecanismos defensivos con independencia de las circunstancias y razones que los suscitaron.
Las nociones de Iglesia, ortodoxia, heterodoxia se hallan estrechamente vinculadas, como sugiere Blanco, a la concepci¨®n paulina -hoy la llamar¨ªamos estalinista- del partido, pol¨ªtico o religioso, como una secta con su lenguaje, sus mitos, su liturgia, sus sacerdotes, sus pont¨ªfices, sus bueyes procesionales. A partir del momento en que la ortodoxia es un t¨ªtulo de poder, observa, ?est¨¢ condenada a actuar sobre la mente humana como cualquier instrumento de ambici¨®n. Desde que es el v¨ªnculo que une bajo su gu¨ªa vastas corporaciones humanas, y la heterodoxia o herej¨ªa suscita agrupaciones contrapuestas bajo gobernantes que se convierten as¨ª en rivales peligrosos de los ortodoxos, dichos principios de uni¨®n y oposici¨®n act¨²an necesariamente como patriotismos rivales y opuestos. (...) Desde los primeros tiempos de la Iglesia, uno de los expedientes favoritos de los ortodoxos -esto es, de la facci¨®n que, por el momento, se siente bastante fuerte para pretender superioridad- ha consistido en marcar a cada adversario con el nombre de alguna secta previamente derrotada. De este modo, la idea de un error que se supone conocido y condenado por el asenso com¨²n, la noci¨®n de. alguna extravagancia anticuada, quiz¨¢ de alg¨²n hecho criminal atribuido a aquellos se?alados por el odioso nombre se pega en seguida a la persona que expresa alguna opini¨®n molesta o se atreve a proponer alg¨²n m¨¦todo de investigaci¨®n que el partido establecido o c¨®modamente asentado sospecha que podr¨¢ volverse contra ¨¦l?.
Herej¨ªas sucesivas
La caracterizaci¨®n eclesi¨¢stica de la presunta l¨ªnea ideol¨®gica mantenida por la URSS respecto a las herej¨ªas sucesivas de Trotsky, Bujarin, Tito, Mao, Carrillo, etc¨¦tera, es lamentablemente exacta e ilumina con crudeza la degeneraci¨®n. de los partidos inspirados en el modelo estalinista, convertidos por obra y gracia de la sacralizaci¨®n de sus reglas en verdaderas sectas religiosas, que encuentran en el culto a sus estatutos y a su estructura interna el fundamento y raz¨®n de su supervivencia. Los principios leninistas de organizaci¨®n asumen entonces una naturaleza m¨ªstica e intemporal, y el partido, dotado del temible privilegio de Midas, ordena conforme a su modelo, con car¨¢cter perpetuo, la totalidad de la sociedad.
El ahogo y petrificaci¨®n dogm¨¢ticos que ello implica hab¨ªan sido descritos ya avant la lettre por el propio Blanco: ?La mayor¨ªa de los reg¨ªmenes pol¨ªticos responsables de la terrible crisis de nuestro tiempo, (... ) tienen su origen en las nociones de Iglesia que regularon exclusivamente el cuerpo de Europa durante muchos siglos y entraron a formar parte de todas sus part¨ªculas. Todo depend¨ªa de la teolog¨ªa: incluso si se trataba de temas cient¨ªficos, los te¨®logos eran jueces. De ah¨ª la circunstancia de que todos los principios y sistemas fuesen creados a perpetuidad, incluso en lo que respecta a los pormenores m¨¢s nimios. ?
Para la casi totalidad de los partidos leninistas -marcados todav¨ªa por resabios y reflejos condicionados del largo per¨ªodo de su culto a Stalin-, el partido, en vez de ser el instrumento o veh¨ªculo del cambio revolucionario, es un fin en s¨ª: una organizaci¨®n de funcionamiento vertical y compartimentos estancos, cuya estructura r¨ªgida se explica y justifica gracias al car¨¢cter sacro del llamado centralismo democr¨¢tico. En el actual proceso de deseclesiastizaci¨®n de los partidos eurocomunistas, la tarea emprendida por algunos de sus l¨ªderes e ide¨®logos tropieza, como es l¨®gico, con fuertes resistencias, resultado de la lucha entre quienes se esfuerzan en inventar el futuro y quienes siguen prisioneros de los mitos y supersticiones del pasado. As¨ª, mientras la liquidaci¨®n del dogma de la dicta dura del proletariado constituye una clara victoria de los primeros, el mantenimiento del centralismo democr¨¢tico representa una con cesi¨®n, provisional quiz¨¢, a las exigencias de los ¨²ltimos. Pero dado el contexto plural en el que se inscribe la lucha de los partidos eurocomunistas, esta supervivencia es totalmente anacr¨®nica y resultar¨¢ cada d¨ªa m¨¢s dif¨ªcil de mantener.
Los eurocomunistas parecen haber comprendido al fin la necesidad de volver a la concepci¨®n Imarxiana -brillantemente reivindicada por Gramsci- de un socialismo org¨¢nicamente ligado a los conceptos de libertad y de mocracia que, en lugar de negar las conquistas del r¨¦gimen bur gp¨¦s, las profundiza y ampl¨ªa. Pero su pr¨¢ctica interna -su apego fetichista al centralismo democr¨¢tico- contradice a diario sus buenos prop¨®sitos y atenta gravemente a su credibilidad. Sus simpatizantes, y en general los amplios. sectores de la poblaci¨®n a los que se dirigen, tienen el de recho de pleguntarles en virtud de qu¨¦ distingo inteligible la de mocratizaci¨®n que propugnan fuera no la practican en su propia casa.
La justificaci¨®n invocada por el PCE en su larga y abnegada lucha contra el franquismo -la necesidad de apretar las filas en un contexto de resistencia ilegal- no tiene ya validez. Si el eurocomunismo y, en general, los partidos pol¨ªticos revolucionarios que act¨²an dentro del marco trazado por la democracia burguesa, aspiran a convencer a unas masas, cada d¨ªa m¨¢s educadas y l¨²cidas, de la verdad y viabilidad de sus programas deben desprenderse de una vez de su doble patr¨®n de conducta. Como dice Petkoff al abordar el punto que ahora tocamos, cuando define la necesidad de una democracia real en el interior de su propio partido, ?el movimiento debe estar en condiciones de,ofrecer un contenido y una imagen democr¨¢ticos que, en cierto modo, prefiguren el modelo de sociedad qu¨¦ proponemos. Mal puede inspirar confianza en las perspectivas democr¨¢ticas de la sociedad socialista un movimiento socialista que es incapaz de promover el ejercicio democr¨¢tico en su seno?.
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