¡°Quise vivir y he vivido la suerte de mi pueblo¡±
Con dos a?os m¨¢s que el siglo, enclaustrado en Velintonia 3, Vicente Aleixandre es la poes¨ªa misma. Primero fue una tuberculosis renal, mucho m¨¢s tarde una afecci¨®n card¨ªaca, recientemente, el glaucoma operado en sus ojos: coartada para un encierro que se rompe cotidianamente con la visita de los amigos, continuaci¨®n perpetua de un arresto domiciliario autoimpuesto por el poeta al poeta, por el espa?ol al espa?ol. A Aleixandre -que recibe cada d¨ªa en esta biblioteca llena de fantasmas- le gusta la palabra por encima de todo: curiosea, pregunta, juega, no pierde el inter¨¦s por un mundo al que apenas se asoma: el m¨¦dico, un cine acaso con alg¨²n poeta amigo. Pocos viajes en estos ¨²ltimos cincuenta a?os. El verano, siempre en Miraflores, donde salvara la vida all¨¢ por 1926: un exilio interior que no pudo evitarle seguir las historias, terribles o divertidas, de su alrededor. Aleixandre no me cuenta que en Velintonia 3 se reun¨ªa la ayuda a la mujer de Miguel Hern¨¢ndez. Que all¨ª, en el aire sacerdotal de su chaqueta de punto, su corbata peque?a y perenne, sus azules ojos, conspiraba la poes¨ªa, se le¨ªan manifiestos que ¨¦l no podr¨ªa firmar, se fraguaba, clandestin¨¢rnente, la libertad de la escritura. Se hac¨ªa esa l¨ªnea po¨¦tica que permite a Vicente Aleixandre, y no a muchos m¨¢s, escuchar sin rubor el nombre de maestro: se aloj¨® y discuti¨® la poes¨ªa social; se recogieron y animaron los primeros respondones, los poetas de los cincuenta; fueron recibidos los nov¨ªsimos. All¨ª nacieron amistades y odios que durar¨ªan a?os, vidas. Y ¨¦l, all¨ª, haciendo su poes¨ªa impert¨¦rrita, su viaje continuado alrededor del 27. De aquel, tricentenario al que hay que sumar, ya, cincuenta a?os m¨¢s. Para Aleixandre, poes¨ªa es comunicaci¨®n y encuentro. Y la poes¨ªa, para este hombre solo, del que no se conoce la historia amorosa, es tambi¨¦n amor. ?Pacto final el de la poes¨ªa que no olvida ciertamente que el hombre es naturaleza, y que el viento unas veces se llama labios, otras arena, mientras el mundo lleva en su seno a todo lo existente.? ?El genio po¨¦tico -escrib¨ªa en 1933- escapa a unos estrechos moldes previos que el hombre ha creado como signos insuficientes, de fuerza incalificable. Esa fuga, o mejor, ese choque del que brota la apasionada luz del poema , es su pat¨¦tica actividad cotidiana: fuga o destino hacia un generoso reino, plenitud o realidad soberana, realidad suprasensible, mundo incierto, donde: el enigma de la poes¨ªa est¨¢ atravesado por las supremas categor¨ªas, ¨²ltimas potencias que iluminan y signan la oscura revelaci¨®n para a que las palabras transtornan su consuetudinario sentido.? Y Aleixandre empieza hablar.
Vicente Aleixandre: No, no me considere usted maldito en ningun sentido. Es cierto que mis simpat¨ªas estuvieron del lado republicano, que hab¨ªa escrito poemas de guerra y colaborado con El Mono Azul como todos los de la generaci¨®n. Ahora me alegro de no haberme podido ir al exilio: yo quise vivir y he vivido la suerte de mi pueblo. Admiro a los compa?eros que se fueron con tanta dignidad, pero no me arrepiento de haber hecho y visto la historia desde dentro, como ellos la hicieron desde fuera. Adem¨¢s, siempre tuve a mi lado las j¨®venes generaciones, los poetas que fueron surgiendo tras el desastre casi secretamente. Ellos me acompa?aron desde el principio, cuando yo cra un poeta tachado, y para m¨ª, ha sido una gran suerte sentir c¨®mo la poes¨ªa renac¨ªa en este pa¨ªs de cen¨ªzas.
Aleixandre me mira: ?F¨ªjese, me dice: yo podr¨ªa decirle, parodiando a Napole¨®n: en este sof¨¢, cincuenta a?os de poes¨ªa personal la contemplan a usted.? Y empieza el recuento de sus recuerdos.
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V.A.: Yo soy un malague?o que naci¨® en Sevilla, o un sevillano que se cri¨® en M¨¢laga. De Sevilla no tengo la menor memoria, de modo que, cuando me preguntan, digo que a la vida nac¨ª all¨ª, pero a la luz nac¨ª en M¨¢laga -Aunque el resto de mi vida, salvo la infancia, la viv¨ª en Madrid, nunca me he sentido castellano, sino andaluz. y mediterr¨¢neo. En Sevilla nac¨ª casi por accidente, en casa de mi abuelo. Es una casa conocida, en la plaza de Jerez, Hoy se conserva en el mismo lugar, y est¨¢ llena de ni?as: es una fundaci¨®n, con sus pasillos y esas ni?as de uniforme llen¨¢ndolo todo...
Al parecer, yo no lo s¨¦, porque no viv¨ª en zona nacional, el general Franco pas¨® al principio de la guerra por Sevilla, y se qued¨® en esa casa que era propiedad de una se?ora sevillana. Y hace unos a?os, el Ayuntamiento puso una placa para recordar no el nacimiento m¨ªo, sino las breves estancias del general. ?Alg¨²n d¨ªa desaparecer¨¢ esa l¨¢pida?, me dicen en broma mis amigos, ?y pondr¨¢n una que te recuerde a t¨ª?; pero yo no necesito l¨¢pidas, no se vayan a pensar los lectores que yo ando buscando l¨¢pidas ni monumentos, pero cuando paso por all¨ª me fastidia, qu¨¦ demonios, parece que me han puesto la placa del general y la guerra encima de la cabeza! Despu¨¦s de todo, en esa casa nac¨ª yo.
EL PA?S: Ha dicho usted que su abuelo le influy¨® a nivel literario,
V. A.: S¨ª. Mi abuelo fue un personaje importante en mi vida. Era un granadino valiente, un andaluz bravo, que hab¨ªa escapado del seminario donde le metiera su t¨ªo, que era obispo. Como no ten¨ªa la menor vocaci¨®n de cura, a los diecis¨¦is a?os se fug¨®, haciendo una escala, cortanido una s¨¢bana y escapando por la ventana, de noche. Y como qued¨® hu¨¦rfario muy ni?o, se encontr¨® sin nada, e hizo lo ¨²nico que pod¨ªa hacer: sent¨® plaza, que se dec¨ªa entonces. Se enrol¨® de soldado raso y se fue a Cuba, que todav¨ªa era espa?ola, y all¨ª vivi¨® y luch¨® algunos a?os, y le hizo un hombre con una larga experiencia, y con quien hablar era para m¨ª un aut¨¦ntico deleite. Yo ten¨ªa catorce a?os cuando muri¨®, y siento no haber llegado con ¨¦l vivo a los dieciocho, a los veinte a?os. Mi abuelo, que sent¨® plaza de soldado a los diecis¨¦is a?os, lleg¨®, por su propio valor, a general.
De manera que le debo no s¨®lo su influencia personal, sino las primeras lecturas y algunas fidelidades m¨ªas, literarias: la admiraci¨®n a B¨¦cquer, que era amigo suyo (y lo recuerdo en uno de mis Encuentros).
Y debo por fin a mi abuelo la educaci¨®n laica que recib¨ª, que no fue anticlerical, pero tampoco religiosa, y la afici¨®n a la novela, en concreto a Gald¨®s.
"Sin Valery, Rimbaud y Joyce, yo no ser¨ªa poeta"
EL PA?S: Becquer se considera en las historias de la literatura espa?ola como un rom¨¢ntico tard¨ªo. Yo pienso que los verdaderos rom¨¢nticos espa?oles han sido ustedes, la generaci¨®n del 27. Y creo que no tuvieron ustedes maestros, tradici¨®n.
V. A.: Ver¨¢ usted, cuando nosotros aparecimos, se le¨ªa a los modernistas, y a los del 98. Puedo decir que me form¨¦ leyendo a Antonio Machado, que fue para m¨ª un maestro, y a Juan Ram¨®n Jim¨¦nez. Y que descubr¨ª la poes¨ªa tarde, pero totalmente, con Rub¨¦n Dar¨ªo. Yo hasta entonces era lector de novela y detestaba la poes¨ªa. La culpa era de la escuela, esos horribles cuartetos qu¨¦ nos hac¨ªan pasar por gran poes¨ªa: a los once a?os me jur¨¦ no volver a leer esos versos horribles jam¨¢s. Y ya ve usted. Ten¨ªa yo dieciocho cuando me encontr¨¦, veraneando, con un muchacho, y descubrimos que a los dos nos gustaba la literatura. El se sorprendi¨® de que yo no leyera poes¨ªa, y supiera en cambio, pr¨¢cticamente de memoria, novelas enteras de Baroja. Y me dej¨® un libro de Dar¨ªo, que fue mi encuentro con la poes¨ªa total. Aquel muchacho era D¨¢maso Alonso, y aquel libro fue para m¨ª la pasi¨®n a que me iba a dedicar toda la vida. Pero creo que ni Dar¨ªo ni ning¨²n modernista influyera en nuestra poes¨ªa, en la m¨ªa el menos. En cambio, yo si aprend¨ª de Machado.
EL PA¨ªS: Pero respecto al 98, ustedes dieron, cuando menos un paso adelante, y me refiero a la concepci¨®n est¨¦tica.
V. A.: Nuestra generaci¨®n puede tener una satisfacci¨®n: no hemos sido nunca parricidas, y la frase no es m¨ªa. Aunque no les seguimos, no atacamos lo anterior. No, la generaci¨®n no fue beligerante con lo anterior, nos hicimos con ello y seguimos adelante. Puedo decirle que Machado, Valle Incl¨¢n y Juan Ram¨®n fueron los primeros. Luego ya fue Valery, b¨¢sico, y los simbolistas. De Rimbaud, la prosa, m¨¢s que el verso, y sin ellos y sin Joyce, al que le¨ª en traducci¨®n latinoamericana, yo no ser¨ªa poeta. Luego vino la poes¨ªa francesa del siglo XIX y los rom¨¢nticos alemanes y los franceses, y los ingleses, y muy importante, la poes¨ªa irracionalista, el inmenso Novalis.
EL PA?S: ?No me menciona usted a G¨®ngora?
V. A.: G¨®ngora fue un descubrimiento y una necesidad de la generaci¨®n. Era un enorme poeta y estaba completamente olvidado. Nosotros, que no eramos una escuela sino una red de amistades, nos propon¨ªamos ser enormemente exigentes con la forma, con la palabra. Y en G¨®ngora, que se nos apareci¨® como la norma, el rigor, la perfecci¨®n y finalmente el olvido, coincidimos todos. Fue un descubrimiento. All¨ª estaba la encarnac¨ª¨®n de la belleza.
EL PA?S: ?Pero les gustaba a ustedes de verdad?
V A.: Bueno, yo creo que no era el preferido individualmente, pero fue una lecci¨®n de ser poeta y un aglutinante. Yo, por ejemplo, he querido siempre m¨¢s a San Juan de la Cruz, que no ten¨ªa la frialdad de las Soledades o el Polifemo.
EL PA?S: Gald¨®s, al que usted dice no haber abandonado nunca, no era muy popular entre ustedes.
V. A.: No. Creo que nos gustaba a varios, pero no lo dec¨ªamos. Para m¨ª, Gald¨®s fue una fijaci¨®n de lectura, desde que a los trece a?os, de los estantes de mi abuelo, saqu¨¦ el Capit¨¢n Centeno. Luego segu¨ª con ¨¦l, aunque mi escritura recorriera otros caminos. Recuerdo, ya ve usted, la sorpresa de Federico y m¨ªa cuando supimos que los dos admir¨¢bamos a Gald¨®s, una noche, cenando. Nuestro gusto era ins¨®lito. En la generaci¨®n, Gald¨®s fue un escritor olvidado, como quien dice dormido.
"La poes¨ªa, o es multitudinaria en potencia, o no es poes¨ªa"
EL PA?S: Volviendo a Machado, del que usted dice que es su maestro. No parece que usted haya hecho una poes¨ªa tradicionalista a nivel formal, o popular a otros niveles, que es la est¨¦tica que acab¨® propugnando Machado. Quiero decir que si con algo han roto ustedes, es con los presupuestos de la poes¨ªa realista.
V. A.: S¨ª, es cierto que gran parte de mi obra es superrealista y que el surrealismo ha quedado latiendo en el total de mis versos. Pero yo siempre he sido fiel a esos elementos que hacen humana la vida del hombre. El hermetismo de que nos acusan no fue nunca nuestro postulado est¨¦tico. Y el m¨ªo siempre fue, y lo he dicho muchas veces, ser poeta para todos. Sin embargo, la cultura nos ha llevado a una lengua dif¨ªcil, nos ha separado del gran p¨²blico. F¨ªjese, cuando yo escrib¨ª mi segundo libro, Pasi¨®n de la Tierra, que era atrevido, de forma ruptural y complicada, yo ten¨ªa conciencia, mientras lo escrib¨ªa, de hacerlo desde las entra?as, en carne viva, queriendo relacionarme con la ra¨ªz de la vida, y expresarla en forma art¨ªstica para comunicarme con el resto de los hombres. Y me daba cuenta tambi¨¦n de que el lenguaje era dif¨ªcil para el tiempo, pues la cultura hab¨ªa conducido, irremisible, a una lengua poco comunicable con el gran p¨²blico. Y yo dec¨ªa: yo, que en este libro estoy queriendo poner algo que me es com¨²n a todos los hombres, lo estoy poniendo en un lenguaje que me separa, para el que no tengo, calculaba yo, m¨¢s all¨¢ de cien o 150 lectores. Pues bien, puedo decirle que la satisfacci¨®n m¨¢s grande, la m¨¢s pura, sencilla y silenciosa de mi vida es que ese libro, del que efectivamente s¨®lo se hicieron 150 ejemplares en la primera edici¨®n, y que fue escrito con plena y dolorosa conciencia de su hermetismo, a?os despu¨¦s se venden miles de tjemplares, circula como cualquier otro libro m¨ªo.
EL PA?S: ?Y c¨®mo explica usted este ¨¦xito contra el lenguaje llano?
V. A.: Yo creo, y lo he dicho muchas veces, que la poes¨ªa, o es multitudinaria en potencia, o no es poes¨ªa. Quiero decir con eso que la poes¨ªa cuenta lo que une a los hombres, y que es un mensaje dirigido a todos, no a una minor¨ªa. Claro que los lectores concretos es otro problema, porque no se trata de cambiar el lenguaje al cotidiano -ah¨ª, en esa diferencia de lengua est¨¢ la poes¨ªa- o de buscar facilidades. Se trata de que la sociedad conduzca a todos hasta que puedan comprender el arte y la literatura, no de rebajar ¨¦stos. Por otra parte, hay que tener en cuenta la din¨¢mica del gusto. Yo, desde esta atalaya, he visto desfilar tantos... Y ya ve: yo creo que he tenido a mi favor la evoluci¨®n del gusto. Pasi¨®n de la Tierra era muy dif¨ªcil entonces, y ahora ya no lo es tanto. Ha encajado en el nuevo esp¨ªritu como si me hubiera adelantado a m¨ª mismo en treinta o cuarenta a?os.
EL PA?S: Volviendo a la generaci¨®n. El primer contacto es, pues, con D¨¢maso Alanso. ?No es as¨ª?
V. A.: S¨ª y no. A D¨¢maso le conoc¨ª en 1917, creo, y ¨¦l fue el primero que conoci¨® poemas m¨ªos, aquellos versos tan t¨ªmidos que pas¨® mucho tiempo antes que nadie los leyera. D¨¢maso conserva un ¨¢lbum con una serie de aquellos poemas, que nunca fueron publicados. Es una reliquia. Y me dijo que lo ten¨ªa hace muy poco. F¨ªjese, cuando se lo ped¨ª no me los quer¨ªa dejar, por si no se los devolv¨ªa. Pero yo le dije: D¨¢maso, s¨ª son tuyos. Y me los dej¨®. Pero ver¨¢ usted: yo, en M¨¢laga, en mi infancia iba al colegio de un maestro, don Buenaventura Barranco Bosch, al que los ni?os llam¨¢bamos don Ventura. Parece que le estoy viendo, rodeado de chiquillos, con un puntero y dispuesto a se?alar en el mapa los pueblos y ciudades y paisajes de Espa?a. Esa es mi memoria: unos grandes bigotes de la ¨¦poca y una bondad inagotable. Pues bien, all¨ª estudi¨¦ con el que hab¨ªa de ser compa?ero de la generaci¨®n, Emilio Prados. Juntos ¨ªbamos al colegio cada ma?ana, por aquellas calles, por la plaza de la Constituci¨®n. Todo est¨¢ igual, con otros nombres: no s¨¦ cu¨¢les habr¨¢n puesto ahora, un nombre pol¨ªtico, del cual no quiero acordarme. Y as¨ª vivimos a?os. La amistad con Emilio Prados se interrumpi¨®, con esa facultad que tienen los ni?os, ese don de la vida que les evita tanta carga en esas edades, y que es tener memoria escasa de lo que se pierde, porque en seguida se sustituye. Vine a Madrid y la amistad se interrumpi¨®. Dieciocho a?os despu¨¦s comenz¨® la generaci¨®n a bullir. Ellos, Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, ten¨ªan en M¨¢laga una imprenta muy conocida, donde hac¨ªan la revista Sur, tan importante para la generaci¨®n. Ellos lo hac¨ªan todo: de linotipistas, de cajistas, de componedores. Y pon¨ªan el escaso dinero que ten¨ªan para conseguir aquella maravilla de impresi¨®n, preciosa. Un d¨ªa, cuando ya hab¨ªa aparecido el primer n¨²mero, recib¨ª una carta de Prados pidi¨¦ndome colaboraci¨®n. Cada uno ¨¦ramos para el otro un simple joven de la generaci¨®n que empezaba. Ya en la pr¨®xima carta me preguntaba: ?Tienes algo que ver con un Vicente Aleixandre que iba al mismo colegio que yo? Era un ni?o -dec¨ªa, y me hizo un retrato que me parece estar viendo una foto antigua m¨ªa- rubio, que llevaba un babero mallorqu¨ªn a rayas blancas y azules, y que ten¨ªa un remolino en la frente.? ?Ese ni?o -le contest¨¦- no era ning¨²n pariente m¨ªo. Ese ni?o era yo mismo.? Y a partir de entonces, volv¨ª a entroncar con mis ra¨ªces malague?as, porque, pese al recuerdo imborrable de mi infancia, yo no hab¨ªa vuelto al mar, ni a mi M¨¢laga querida. Y viaj¨¦ all¨¢, y di conferencias, y ya era la generaci¨®n. Luego conoc¨ª a Alberti, en el Ateneo, en 1922. Me lo presentaron como pintor, y era su primera exposicion en Madrid. Entonces no escrib¨ªa versos, y ahora, ya ve, es un gran poeta. Ya, en seguida, fui conociendo a los otros de la generaci¨®n... Recuerdo a Pedro Salinas, y creo que est¨¢ siendo injustamente olvidado.
"La turbamulta de los olvidados"
EL PA?S: Tiene usted fama de generoso en el juicio con los poetas. .
V. A.: Pienso siempre que si alguien hubiera desanimado a Rub¨¦n Dar¨ªo, y cuidado que era malo al principio, se hubiera perdido el enorme poeta que hubo despu¨¦s. As¨ª que procuro animarles, en cuanto encuentro un destello de poes¨ªa. Pero no crea, que hay un grupo importante de poetas j¨®venes en Espa?a, muy importante. Y aparte de todo, ellos han sido los que me han permitido seguir viviendo y escribiendo en los momentos m¨¢s duros.
EL PA?S: Me imagino que se refiere usted a la posguerra. Entonces no hab¨ªa demasiados poetas importantes en Espa?a, ?verdad?
V. A.: En Espa?a siempre ha habido poetas. Lo que ocurri¨® es que tras la guerra hubo una reacci¨®n contra todo lo que hab¨ªa significado algo en la vida literaria, contra todo lo que hab¨ªa de libertad de expresi¨®n. Fue una reacci¨®n simb¨®lica, m¨¢s que otra cosa. Recuerdo que los bienquistos de la situaci¨®n dec¨ªan que a Aleixandre hab¨ªa que considerarlo muerto, que La destrucci¨®n o el amor ten¨ªa que ser olvidado. Que ya no exist¨ªa.
EL PA?S: ?Qui¨¦nes eran esos cr¨ªticos?
V. A.: No s¨¦, la turbamulta de los olvidados. Ya no existen. Yo, en cambio, era el s¨ªmbolo viviente que estaba aqu¨ª, en mi casa, recogido en ella, con mis libros prohibidos y mi nombre sellado, hasta tal punto que si alg¨²n poeta intentaba publicar un poema dedicado a Vicente Aleixandre, el poema lo publicaban, pero la censura tachaba la dedicatoria. Mi nombre. Yo era un hombre y un poeta condenado al silencio total. Recuerdo que una vez quiso alguien citarme, para hablar bien, y como la censura prohib¨ªa mencionarme, tuvo que poner ?como dice el autor de La destrucci¨®n o el amor?, confiando en la incultura del censor, y para que quien supiera entender, entendiera. Y pas¨®... As¨ª, prohibido, estuve cuatro a?os, en los que vi cierta juventud que despertaba, disconforme con la poes¨ªa que predominaba entonces. Una literatura de tipo neocl¨¢sico, que era reacci¨®n a la poes¨ªa de libertad anterior a la guerra. Para ese movimiento, La destrucci¨®n o el amor era un libro aborrecible desde su punto de vista sectario y, adem¨¢s, lo era en cuanto que yo era su autor, un ser tachado de la poes¨ªa y borrado de la vida.
EL PA?S: Se refiere usted, evidentemente, a los garcilasistas.
V. A.: Garcilaso era una de tantas revistas neocl¨¢sicas de entonces. Yo tengo que decir que contra Garc¨ªa Nieto no tengo nada: incluso, cuando me fue levantado el anatema, colabor¨¦ una vez en ella... En esos cuatro a?os yo trabajaba,aqu¨ª, silenciado pero en Velintonia, haciendo Sombra del para¨ªso, y sin poder publicar nada. Ya en 1944, la editorial Espasa Calpe me comunic¨® que en la ¨²ltima lista presentada no hab¨ªan tachado mi nombre.
EL PA?S: ?Hab¨ªan cambiado los censores?
V. A.: Cambi¨® el censor o cambiaron las ¨®rdenes. El caso es que presentaron Sombra del para¨ªso a censura, y que tuve la suerte de que me tocara un censor amigo, un poeta, que de haber ca¨ªdo en otras manos, no hubiera salido nunca. Y no por nada, s¨®lo por la moralina terrible que hab¨ªa. F¨ªjese c¨®mo ser¨ªa, que la revista Insula, que ha sido, con Jos¨¦ Luis Cano a la cabeza, una verdadera isla en la cultura espa?ola, la censura tach¨® una estrofa de un poema m¨ªo porque hab¨ªa la palabra seno... fijese, seno. As¨ª que este libro, en que hab¨ªa muchas escenas de amor donde el erotismo natural, normal, flu¨ªa en la poes¨ªa, nunca hubiera sido permitido.
EL PA?S: ?Y qu¨¦ le parecen a usted, don Vicente, todos estos nuevos dem¨®cratas de toda la vida?
V. A.: Esto ha pasado en todas las ¨¦pocas. A la hora del cambio pol¨ªtico, los defensores del viejo orden tratan de presentarse como los fundadores del nuevo sistema. En seguida cambian la casaca. Yo lo viv¨ª cuando era muy peque?o, con la dictadura, la otra, la de Primo de Rivera... Siempre hay un grupo de gente que quiere prosperar en el sistema que sea. Todos cambian, todos cambian. La gente es ambiciosa, y aqu¨ª, despu¨¦s de cuarenta a?os de privilegios, quieren seguir en ello. Pero claro, despu¨¦s de cuarenta a?os, todos nos conocemos. Y en literatura es igual. S¨®lo que, al final, lo ¨²nico que vale es la obra.
EL PA?S: La suya, Aleixandre, ha transcurrido entera aqu¨ª, en Velintonia, un santuario que usted se obstina en escribir as¨ª.
V. A.: SI, s¨®lo me he ido de esta casa en la que quiero vivir el tiempo que me quede una vez, cuando el frente de la guerra llegaba hasta aqu¨ª, y por ¨®rdenes militares. Aqu¨ª he vivido cincuenta a?os, aqu¨ª he conocido la emoci¨®n irrepetible del primer libro, C¨¢ntico. Y aqu¨ª he sentido llegar la ciudad, tan distinta como yo vine. Esto era el campo, y ahora, ya ve. Pero yo no me obstino en el nombre: la velintonia es un ¨¢rbol, una con¨ªfera que puede alcanzar grandes alturas, y a esta calle tuvieron la absurda idea de llarnarle Welingtonia. La Palabra la espa?olic¨¦ y la met¨ª en el diccionario, aunque el Ayuntamiento se empe?e en ignorarlo. Y aqu¨ª he vivido, con mi hermana Conchita, ese ¨¢ngel que me ha cuidado, que se ha dedicaldo a permitirme hacer mi obra en libertad. Ella ha sido madre e hija a un tiempo, adem¨¢s de hermana, y siempre, desde que murieron mis padres, ha vivido conmigo. He tenido mucha suerte en contar con su presencia generosa.
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