Velintonia, 3
Pasar¨¢ este d¨ªa oscuro y h¨²medo que pesa sobre los chopos y los abetos del Parque Metropolitano; este d¨ªa en el que las moles de Navacerrada -m¨¢s all¨¢ Miraflores, el puerto de la Morcuera y el delicioso valle del Lozoya-, se borran y se confunden con la distancia y la lluvia. Pasar¨¢ tambi¨¦n este rumor nuestro de colmena, entre todos producido -el reconocimiento noticiable y, en consecuencia, perecedero- y la calle, y la casa con su jard¨ªn, volver¨¢n a hablarnos, con naturalidad, de lo que fueron, de lo que vieron.Se van las gentes, con la noticia hecha ya historia, y pasa el mediod¨ªa, y la tarde, y llega una noche despejada, fr¨ªa y azul, sobre las luces y los pinares de la Moncloa. Y el recuerdo y las sombras del pasado desbordan el presente. Hay un dintel que vio pasar a Lorca y un espacio que supo de sus risas llenas de vida; un espacio que lo vio pasar, por ¨²ltima vez, un d¨ªa de 1936, camino de la luz de Granada: una luz hermosa salpicada de sangre. Y hab¨ªa quedado la casa, tras su partida, turbada por una lectura de versos a¨²n impublicados: los Sonetos del amor oscuro, un poemario amoroso de un tenso y desbordado contenido.
Hecho de tierra
Pas¨® la tarde, y el recuerdo busca los ¨¢rboles a los que trepaba Miguel Hern¨¢ndez, los ¨¢rboles con los que se coronaba el poeta hecho de tierra, de vegetales. Tambi¨¦n la casa supo de una ¨²ltima despedida, pero nada sabe ya de aquella primera carta perdida, simple como una nube o como un surco, que firmaba un pastor de Orihuela. Y llega, grande y pesarosa, la sombra de Pablo, de Pablo Neruda, desde Cuatro Caminos, a la hora de cerrarse la corola nocturna. Y me llega un recuerdo casi reciente, ¨²ltimo, en el que los nombres de Neruda, Aleixandre y Velintonia est¨¢n unidos. Fue en Mil¨¢n, en marzo del 72. Entre otros muchos recuerdos del Madrid de entonces surgieron las preguntas de Neruda: ?C¨®mo sigue Aleixandre? A¨²n vive en Velintonia, ?no? Tambi¨¦n sal¨ªa unos meses despu¨¦s hacia Chile. Y tambi¨¦n ¨¦l, en Chile, encontraba la luz salpicada de sangre.
Vuelven especialmente con fuerza, en la noche llena de noticias frescas, los desaparecidos que escribieron, ante todo y sobre todo, guiados por la poderosa raz¨®n de una vocaci¨®n iluminada, y que son copart¨ªcipes del reconocimiento de hoy: Pedro Salinas, que encontrara en Sevilla la armon¨ªa de sus versos y de su persona; Luis Cernuda, silencioso, enlutado, frio, que tambi¨¦n lleg¨® a la calle de Velintonia un d¨ªa de 1928 y que recorr¨ªa las cosas con sus ojos negros sin mirarlas; Altolaguirre, siempre cargado de versos manuscritos e impresos, cuidadosamente impresos, y Emilio Prados, que no s¨¦, en este momento, si pas¨® por Velintonia, pero siendo, como eran, M¨¢laga y ¨¦l una misma cosa, no se puede decir que M¨¢laga no estuviera siempre presente en aquella calle.
Compa?eros vivos
Pasan, para quedar, despu¨¦s de la noticia, las sombras de los que se fueron. Y pasaron y pasan los compa?eros vivos de aquel tiempo de ejemplos y de est¨ªmulos en el que, sin falsas ret¨®ricas, se puede afirmar que el nombre de Espa?a iba fuertemente unido al del arte. Y pasar¨¢n, todav¨ªa, tres promociones m¨¢s de poetas. Cincuenta a?os de poes¨ªa han acogido las paredes de esta casa de Velintonia, 3. Y, en esencia, ha sido toda la poes¨ªa de este tiempo: la de los grandes nombres, y la de los peque?os nombres, e incluso la de los nombres desconocidos. Desde siempre, la casa, atenta s¨®lo a la verdad y a la generosidad, no cerr¨® nunca sus puertas. Y el retrato melanc¨®lico que Vicente Aleixandre nos ha dejado de su Poeta desconocido representa el caso emocionado y extremo de una vida dedicada a la poes¨ªa y a la amistad. Aquel retrato de un soldado al que el uniforme le quedaba desmesuradamente grande, del que nada hemos vuelto a saber y que acaso hoy, oculto en alg¨²n rinc¨®n de Espa?a, ni siquiera ha tenido conocimiento de la noticia en torno al nuevo Nobel.
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