La razonable actitud antinuclear
La rebeld¨ªa antinuclear generalizada a niveles populares lleva ya a?os. En el caso de Espa?a, exactamente cuatro. Y la cosa no ha hecho m¨¢s que empezar. Desde el principio, los promotores del empleo energ¨¦tico de la energ¨ªa nuclear califican esta contestaci¨®n de gratuita, y no ven motivos: por supuesto que preferir¨ªan que nadie se moviera y se les dejara a sus anchas. M¨¢s recientemente, han optado por el recurso a la necesidad de emplear esta fuente energ¨¦tica y se ha se?alado (con cierto candor y alg¨²n cinismo) que es la sociedad, con sus exigencias consumistas, la que obliga a las empresas a corresponder a esta demanda que siempre aumenta. En este momento es un halo tr¨¢gico lo que predomina y se dice que es inevitable utilizar centrales nucleares si no se quiere provocar el desastre de nuestra civilizaci¨®n.En definitiva, la estrategia empresarial evoluciona, en la impotencia por convencer, hacia el catastrofismo y las visiones apocal¨ªpticas, cuando en realidad su ¨²nica preocupaci¨®n es estrictamente mercantil y comercial: el negocio peligra (?vaya si peligra!).
La racionalidad energ¨¦tica
En la decrepitud de la dictadura fue una vez m¨¢s la mediocridad (al servicio de los intereses el¨¦ctricos, fundamentalmente) lo que produjo ese engendro de autoritarismo e incompetencia que es el Plan Energ¨¦tico Nacional. Este Plan fue sometido a cr¨ªtica implacable por parte -s¨®lo- de los remisos a lo nuclear, que no encontraron demasiada dificultad para demostrar que no serv¨ªa para nada.
Tres a?os despu¨¦s (es decir, ahora), cuando el tiempo, la misma l¨®gica capitalista y el refrigerio democr¨¢tico vienen a hacer suyos la mayor¨ªa de los argumentos (sobre todo los sustanciales) antes vinculados con la ?subversi¨®n? y los ?turbios manejos?, empieza a dejarse sentir un giro de sensatez, cierto estilo civilizado, que recoge -de hecho y sin reconocerlo, claro- la l¨®gica de la sublevaci¨®n antinuclear y la incapacidad de los ¨²ltimos ?planificadores?.
Pero falta todav¨ªa esa teor¨ªa necesaria, esa filosof¨ªa global de la producci¨®n y el consumo energ¨¦ticos, absolutamente previos a todo plan medianamente realista. Y ah¨ª estamos: ante una bonita -y democr¨¢tica- oportunidad. La crisis, que ha sido mucho m¨¢s que energ¨¦tica, invita -fuerza- a definir una sociedad de bajo consumo energ¨¦tico y de uso preferible de las energ¨ªas propias y naturales. La fiesta se ha acabado y ya no podemos aspirar a nada que no sea la gesti¨®n de nuestras limitaciones: seguir pensando en los incrementos exponenciales del consumo energ¨¦tico es absurdo y cada d¨ªa m¨¢s peligroso.
En el caso espa?ol la cosa est¨¢ clara: antes de lanzarse a lo nuclear de la forma como se hizo (y se sigue haciendo) hay que tocar el consumo a base, sobre todo, de eliminar el incre¨ªble despilfarro de nuestra comunidad, que en este alegre dilapidar ha demostrado su verdadera aptitud para la utop¨ªa. Nuestro pa¨ªs tiene pendiente con esa racionalidad ineludible un objetivo fundamental: hay que estabilizar el consumo de energ¨ªa primaria al menos dos o tres a?os en el valor de, por ejemplo, 1977. Todos los pa¨ªses desarrollados occidentales han restringido su consumo desde 1974; muchos todav¨ªa no han recuperado el nivel de 1973, en valores absolutos. Sin embargo, Espa?a no ha dejado de incrementar su consumo, y el colmo puede considerarse que se dar¨¢ este a?o, superando los cien millones de tec. A esto hay que a?adir que las tasas de incremento en el consumo energ¨¦tico no pueden superar ya el cuatro o, como mucho, el 5% anuales, con la condici¨®n de que estos incrementos sean de tendencia recesiva.
Con estos presupuestos, consumir 140 y 180 millones de tec en 1985 y 1990 (y a partir de ah¨ª, reducir progresivamente las tasas de consumo) aliviar¨ªa sustancial mente nuestro triste panorama energ¨¦tico y el problema nuclear, en concreto, resultar¨ªa muy mitigado. Estabilizando en cien millones de tec. durante tres a?os se consigue un ahorro, con respecto a los incrementos habituales, de unos seis grupos nucleares, precisamente los que van a entrar en funcionamiento en los a?os 78-81. De la misma forma, lo anterior equivale a hacer innecesarios seis de los ocho reactores autorizados en su fase previa y que podr¨ªan funcionar en 1982-86. Por supuesto que para estabilizar coyunturalmente el consumo s¨®lo es necesario tomarse en serio (asunto, al parecer, tambi¨¦n ut¨®pico) el ahorro, la conservaci¨®n y el freno al despilfarro; de modo que no debieran alarmarse los productores de la energ¨ªa. Cabe a?adir que en una campa?a de ahorro racional no es necesario llevar a cero el PNB, a despecho de los tremendistas, que ven en el frenazo energ¨¦tico la recesi¨®n y el desastre econ¨®micos.
Pero no nos enga?emos: adoptar un plan energ¨¦tico restrictivo, moderado y Progresivamente racionalizado supone una amenaza para la econom¨ªa de mercado. Probablemente, ambas cosas sean incompatibles y, cuando menos, parece obvio que haya que desprivatizar el sector y no muy tarde.
La fecunda cr¨ªtica del ¨¢tomo salvaje
Las centrales nucleares no son necesarias en el sentido que se les quiere atribuir de imprescindibles. Y, desde luego, no habr¨ªan ocasionado esa oleada de oposiciones de haberlas considerado como una forma m¨¢s, y limitada, de aportar energ¨ªa. Han sido la voracidad y rapacidad, aplicadas a una operaci¨®n burda de extensi¨®n de la explotaci¨®n energ¨¦tica, econ¨®mica y pol¨ªtica, lo que ha desencadenado la contestaci¨®n. En Espa?a han sido esos doce proyectos nucleares (con veinti¨²n reactores y un total de 21.000 megavatios) aparecidos en ocho meses, entre noviembre del 73 y junio del 74, los que obligaron al plante de los que no comulgan con ruedas de molino.
No hab¨ªa m¨¢s remedio que desconfiar, m¨¢xime cuando se trataba de prolongar la pol¨ªtica de dependencia del petr¨®leo pasando a la m¨²ltiple y variopinta sumisi¨®n al complicado y ex¨®tico ciclo nuclear. De la cr¨ªtica a los aspectos meramente nucleares de la cuesti¨®n (estado de la tecnolog¨ªa, riesgos, elecci¨®n de emplazamientos, etc¨¦tera) se pas¨® a la denuncia de los intereses estridentes del sector el¨¦ctrico espa?ol y la industria, nuclear norteamericana, perfecta y atentamente protegidos por el aparato franquista de Poder. El Plan Energ¨¦tico era un intento, en las ¨²ltimas, de esclavizar definitivamente el pa¨ªs a una nueva -pero m¨¢s depurada- sumisi¨®n tecnol¨®gica y pol¨ªtica y exig¨ªa la continuaci¨®n de la dictadura para su
El cr¨ªtico nuclear ha resultado ecologista, progresando en el an¨¢lisis de la funci¨®n gravemente alienante de la energ¨ªa nuclear en la sociedad moderna, en trance de autodestrucci¨®n institucionalizada. Y ecologista se ha dado en calificar a ese molest¨ªsimo racimo de tendencias inconformistas y reivindicativas de un medio humano y natural menos podrido. Generalmente se desprecia a estos ecologistas dirigi¨¦ndoles la acusaci¨®n, por lo dem¨¢s est¨²pida, de querer volver a las cavernas. Una cosa es evidente, y es que no son ellos los que han envenenado la tierra.
Se preferir¨ªa que los antinucleares lo fueran por el miedo a la explosi¨®n nuclear. Y todo por temor a enfrentarse a toda una revisi¨®n, profundamente pol¨ªtica, y a una ofensiva que resulta universal por la amplitud y las pretensiones. El deseo de ver energ¨²menos entre los ecologistas queda neutralizado por la postura mucho m¨¢s consistente que deshace los mitos de la econom¨ªa cl¨¢sica y de la marxista (no menos cl¨¢sica en materia ecol¨®gica). El marco de la actividad de los heterodoxos energ¨¦ticos no es el miedo a las radiaciones, sino la consciencia de la finitud y limitaci¨®n de un mundo excesivamente maltratado y cada vez m¨¢s inaccesible a los m¨¢s por la manipulaci¨®n y explotaci¨®n de los menos. La cr¨ªtica al modelo de desarrollo, basado en el crecimiento exponencial, se hace implacable, puesto que el proceso de degradaci¨®n convierte a nuestro mundo en un condenado a muerte por obra y gracia del vicio mecanicista de los sistemas econ¨®micos al uso.
La contestaci¨®n antinuclear ha llegado al convencimiento de que la instalaci¨®n en aumento de plantas nucleares va en raz¨®n inversa del proceso pol¨ªtico de democrati zaci¨®n real: esta es una de las causas de rebeld¨ªa. No hay ning¨²n indicio de que ese desarrollo al cual -se dice- est¨¢ orientada la instalaci¨®n de centrales vaya a redundar en m¨¢s libertad o m¨¢s justicia distributiva. Hasta ahora resulta todo lo contrario. Por otra parte, esta oposici¨®n demuestra ser profundamente social y oportunamente pol¨ªtica y sobran pruebas de las barbaridades que se habr¨ªan cometido ya, precisamente por parte de los que se dicen preocupados por el bienestar y el futuro.
Un futuro de conflictos en aumento
El problema nuclear introduce en la sociedad una conflictividad desconocida, y no precisamente de tipo callejero. De forma semejante a como sucede con el movimiento ciudadano puede que los niveles de actividad pol¨ªtica y sindical vayan quedando al margen de esta din¨¢mica con entidad -sin duda- propia. Cuando los grupos de ideolog¨ªa socialista apelan tambi¨¦n a la necesidad y la inevitabilidad de las centrales nucleares dejan traslucir ignorancia, oportunismo o incapacidad ?t¨¦cnica?.
Se nos ha metido en los ¨²ltimos a?os en una trampa nuclear por imprevisi¨®n (es un decir: los intereses el¨¦ctricos hab¨ªan medido minuciosamente este proceso) de la que el pa¨ªs no es culpable. Ahora se Imponen las nucleares como ¨²nica soluci¨®n a corto plazo, despu¨¦s de haber despreciado otras opciones: la rebeld¨ªa a estas maquinaciones y a los hechos consumados no es solamente leg¨ªtima, sino necesaria e inevitable.
La ductilidad y flexibilidad de los intereses nucleares siguen mostr¨¢ndose a la altura de las circunstancias. Del insulto, cuando se llevaba lo de anatemizar como ?rojo? o ?antisocial? a las buenas palabras y los argumentos ?cient¨ªficos? ha mediado una apariencia democr¨¢tica (que no es poco), pero sin modificar las posturas condenatorias en el fondo. El hallazgo feliz de un Parlamento, que va a aprobar todo porque ni siquiera va a ser necesario, dar¨¢ lugar al horror, tambi¨¦n democr¨¢tico, de ver c¨®mo las rebeliones locales degradan d¨ªa a d¨ªa esa imagen necesaria de representatividad. Tambi¨¦n es verdad que para algunos ecologistas, con la dictadura se acab¨® el argumento f¨¢cil y expeditivo, siempre aceptable, en una situaci¨®n en la que toda protesta val¨ªa: ha llegado el momento de elaborar las alternativas definitivas, ya que el fen¨®meno ecologista es un formidable reto al sistema capitalista y una advertencia al sistema socialista cl¨¢sico, anquilosado, sin imaginaci¨®n y antiecol¨®gico.
Y un pron¨®stico: a m¨¢s ?informaci¨®n? por parte de la Administraci¨®n o empresas, suceder¨¢ m¨¢s oposici¨®n. De hecho, se piensa que lo que ya sobra es informaci¨®n. Porque en realidad la pol¨¦mica nuclear no tiene soluci¨®n.
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