Do?a Cocolito
Dice Lawrence Durrell que ?una ciudad es un mundo si amamos a uno de sus habitantes?. Paco Nieva ha descubierto en Madrid a do?a Cocolito, que as¨ª la llama ¨¦l, porque ni siquiera sabemos c¨®mo se llama, y que es esa loca te?ida, esa rubia perdida, esa vieja con llovidos sombreros ingleses y medias de papel de peri¨®dico, que vende chistes por cinco duros a la puerta de los cines.Paco Nieva, entre libros de Bataille y muebles del Rastro, entre teatros de juguete y aut¨®matas medievales, me habla de su nueva funci¨®n, que ¨¦l ha urdido en torno de do?a Cocolito, nombre que ha puesto, no s¨¦ por qu¨¦, a esa loca del Chaillot madrile?o, a ese clochard femenino de la Gran V¨ªa, las cafeter¨ªas de la Universitaria y las colas de los cines. En la l¨ªnea de Ram¨®n y don Ram¨®n, que tambi¨¦n poblaron su literatura con el esperpentismo vivo de Madrid, Paco Nieva ha dado en esta ¨²ltima sombra con impermeable amarillo y minifalda senil:
As¨ª como hay el tonto de pueblo, hay la loca de la gran ciudad. Esa mujer puede ser la conciencia de Madrid.
Se?ora Stone, Blanca du Bois, loca de Chaillot, Ondina de un Madrid que ignora a Giraudoux, ese mendigo femenino de la cultura, hermana de las papeleras municipales y esfinge del lado de fuera de los escaparates, do?a Cocolito -as¨ª la llamaremos-, es para m¨ª, ahora que me la ha descubierto Paco Nieva (y eso que yo la hab¨ªa visto tantas veces), quiz¨¢ la ¨²nica criatura cuerda en esta ciudad de locos. En mi columna hablo con frecuencia de la locura municipal que dinamita plazas y viaductos, de la locura urban¨ªstica que borra el pasado y erige torres que amueblan espantosamente el cielo, pero ahora tendr¨ªa que preguntarme, tendr¨ªamos que preguntarnos, si en esta capital del dolor que evoca fantasmas bajo la lluvia, que hace del patriotismo una pulmon¨ªa, que ametralla la Moncloa cuando no est¨¢ el inquilino, que fanatiza el matrimonio y tortura a los hijos (el ¨²ltimo, Rodolfo, de siete a?os), que saca diputados a los que ayer encarcelaba, tendr¨ªamos que preguntarnos, digo, qui¨¦n es la ¨²nica l¨²cida entre tres millones y medio de man¨ªacos.
La otra Espa?a parece que llega, por fin, a la cultura. Me dicen que Alfonso Grosso va a ser director de La Estafeta Literaria. Que Pepe Caballero Bonald va a ser director de la Editora Nacional. Me dicen que el ministro Cabanillas va a asomarse al otro lado del espejo, ese espejo de sombras donde Felicidad Blanc ha escrito con voz temblorosa la verdad y la locura que toda mujer lleva dentro. Si es cierto que toda la cultura espa?ola va a ser ya de toda Espa?a, comprendo, entiendo y admiro la oportunidad, la intuici¨®n de Paco Nieva que, teniendo y trayendo tanta cultura del mundo, todav¨ªa sabe descubrir en Madrid -villa de Madrid, la llama el borrador de la Constituci¨®n, con min¨²scula entra?able-, la conciencia callejera, popular y femenina de una ciudad monstruizada por la dictadura. Como una Juana Duval rubia y vieja, la Juana Duval de un Baudelaire que Madrid no tiene (a no ser que lo sea ese Leopoldo Mar¨ªa Panero de madrugada, hijo pr¨®digo de Felicia.
Como una Juana Duval rubia y vieja, la Juana Duval de un Baudelaire que Madrid no tiene (a no ser que lo sea ese Leopoldo Mar¨ªa Panero de madrugada, hijo pr¨®digo de Felicidad Blanc), como aquella Juana, mala musa maldita y profunda, ?que diera de beber agua de sue?o a los grandes desvencijados?, y que alg¨²n bi¨®grafo ve, ya en su decadencia, cual saco negro de carb¨®n arrinconado por Par¨ªs, con la misma grandeza peque?a y canalla (lo canalla es la miseria que se cree sublime), do?a Cocolito ilustra con un ramo de locura culta el horterismo, el multihorterismo de un Madrid neoyorquizante, apresurado, sobrealimentado y con hambre.
Ella, s¨ª, puede ser la involuntaria conciencia de la gran ciudad, pues que su locura nos lleva a preguntarnos por la nuestra. El loco pone siempre en cuesti¨®n nuestra cordura. Por eso se les encierra y maltrata. ?Hasta d¨®nde est¨¢ loca do?a Cocolito -boquita de vieja pintada, ricitos de peluca natural- entre sus paisanos madrile?os que van a misa sin creer en Dios, que votan socialista sin creer en Felipe, que hablan ingl¨¦s sin saber castellano, que se detienen unos a otros en nombre de la ley que a¨²n no est¨¢ escrita yse matan en nombre de una patria que es propiedad de otros? Do?a Cocolito nos lo dir¨¢, bajo su sombrero de postre triste, porque do?a Cocolito, no hace falta decirlo, es el l¨²cido y l¨²dico Paco Nieva.
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