Sacarse, sangre, asegurar a reci¨¦n nacidos o lanzar modelos fotogr¨¢ficos
En el argot cl¨ªnico, las instalaciones de extracci¨®n de sangre se llaman chupones y representan una de las m¨¢s ben¨¦volas versiones de parasitismo conocidas. Hoy muchos de los que se someten a extracciones est¨¢n all¨ª, ante el dr¨¢cula de pl¨¢stico, por pura solidaridad con sus conciudadanos enfermos; pero otros se limitan a vender unos cent¨ªmetros c¨²bicos de sangre porque no tienen ninguna otra cosa a la que poner precio, a cambio de un billete, un bocadillo y un vaso de leche.Entre los vendedores de plasma pueden distinguirse dos grandes grupos: los estudiantes y los dem¨¢s. La presencia de los primeros en los centros de extracci¨®n suele recibirse con un cierto optimismo: se sabe que atraviesan una mala situaci¨®n y se sospecha que es pasajera. Se les mira con simpat¨ªa, aunque ellos entienden la mirada como un reproche. Tardan casi tan poco tiempo en comer el bocadillo como en contar el dinero; se despiden hasta nunca y se les responde como a los presidiarios vocacionales con un hasta pronto, en la seguridad de que unas cuantas semanas despu¨¦s volver¨¢n.
La tragedia de los vendedores de sangre no alcanza a los estudiantes, sino a los dem¨¢s. La necesidad de ¨¦stos suele ser casi tan aguda como la de quienes van a: sufrir la transfusi¨®n: han venido porque est¨¢n de vuelta. Entre los dem¨¢s pueden hallarse todas las especies clasificadas de vagabundos: vagabundos de oficio, que son esos hombres que siempre llevan barba de tres d¨ªas y cuya imagen hemos visto todos en una enciclopedia de ense?anza primaria sobre un pensamiento aleccionador. Estos vagabundos conocen las fuentes de la ciudad, los bancos m¨¢s soleados y las p¨¢ginas de sucesos en la misma medida que ignoran las crisis burs¨¢tiles o las de Uni¨®n de Centro Democr¨¢tico. Aparecen en la unidad de extracci¨®n arremang¨¢ndose el brazo con indiferencia, y con la misma indiferencia se despiden. A veces las enfermeras creen reconocer en ellos a aquel se?or que vino la semana pasada, y la anterior, y la anterior a la anterior, y temen sinceramente que la fisiolog¨ªa acabe veng¨¢ndose de ellos, que tambi¨¦n se permiten ignorarla.
La suerte llama a su puerta
Igual que los vagabundos de oficio agravian a la fisiolog¨ªa acudiendo a vender sangre cuando les parece, los vagabundos ocasionales son en s¨ª mismos un agravio: a muchos se les nota que a¨²n no se han repuesto de la emoci¨®n de o¨ªr en alguna jefatura de personal queda usted despedido. Mantienen el rubor propio de los que se averg¨¹enzan de perder porque a¨²n no se han acostumbrado. Est¨¢n entre dos aguas: la sociedad les rechaza como trabajadores fijos y ellos no soportan el vagabundeo permanente. Son una minor¨ªa silenciosa tan s¨®lo porque han perdido las ganas de hablar.
Alrededor de las once de la ma?ana.. la ciudad es ya una desbandada en la que todos los vagabundos le confunden.
El apoteosis de la burocracia llega sobre las doce, hora ideal para que cada uno de sus. servidores diga lo que tiene que decir; a las doce pap¨¢ suele estar fuera de casa, preguntando o respondiendo, y mam¨¢ ha vuelto de negociar la cesta de la compra. Si en la casa ha nacido un ni?o hace un par de d¨ªas, ¨¦se puede ser un buen momento para que aparezca un se?or de corbata. ?Buenas, ?vive aqu¨ª la familia de la ni?a Cristina Qu¨ªlez, nacida anteayer??, y el se?or de corbata se alisa una solapa de su traje pr¨ªncipe de Gales. ?S¨ª: aqu¨ª es.? Milagrosamente, al se?or de corbata le brillan a un tiempo los dientes y el remate dorado de su cartera de mano. ?En ese caso, perm¨ªtame que la felicite: su hija ha sido agraciada en el sorteo de 25.000 pesetas que hemos practicado entre todos los ni?os del municipio nacidos ese d¨ªa; as¨ª, pues, hemos abierto una cartilla a nombre de su ni?a: ?me permite pasar?? Una madre que acaba de negociar una cesta de la compra jam¨¢s niega su entrada en casa a 25.000 pesetas inesperadas. ??Ha dicho usted 5.000 duros? ?En una cartilla? Dios les bendiga a ustedes. Por cierto: ?cu¨¢ndo podr¨ªamos retirar el dinero?? Al se?or de corbata le brillan esta vez los ojos y un anillo solitario con piedra falsa. ??Retirarla, dice usted? Precisamente la compa?¨ªa a la que pertenezco quiere evitar la posibilidad de que padres desaprensivos retiren prematuramente el dinero que queremos dedicar a la futura formaci¨®n de sus hijos, bajo la divisa: Hay que acabar con los vagabundos. ?Retirarla, dice? Antes bien, mi compa?¨ªa propone que usted haga unas aportaciones mensuales de un m¨ªnimo de setecientas pesetas, a las que aplicar¨ªamos un suculento inter¨¦s, para que la ni?a pueda encontrarse, a sus ocho a?itos, con una cartilla cuyas existencias le permitan salir adelante en la vida.? Cinco minutos m¨¢s tarde, la mam¨¢ firma un papel y entrega mil pesetas al se?or de corbata.
Cuando su marido regresa hace cuentas y calcula que cuando? Cristina Qu¨ªlez cumpla ocho a?os, 25.000 pesetas pueden ser el precio de un kilo de pescadilla o el de cuarto y mitad de caf¨¦. Despu¨¦s pregunta a su mujer qui¨¦n va a invertir el dinero que ellos vayan entregando. Inmediatamente decide consultar a un abogado, con ¨¢nimo de presentar una demanda, pero desisten porque si reclamamos, el remedio ser¨¢ peor que la enfermedad. Esa ma?ana, los se?ores Qu¨ªlez han perdido mil pesetas adicionales. Pero no son los ¨²nicos: el se?or de la corbata y su compa?¨ªa saben que en Madrid nace un ni?o cada cinco minutos y, por tanto, tienen en potencia 100.000 nuevos clientes por a?o.
A la una en punto, Angelita S¨¢nchez, empleada de hogar seg¨²n la ley y chacha seg¨²n sus se?oritos, se cruza con el se?or de corbata mientras se dirige a una oficina. Lleva en el bolso un recorte de peri¨®dico en el que se lee el siguiente anuncio: ?Se necesitan modelos?, y est¨¢ segura que a ella los pantys le sientan tan bien como a esas chicas tan delgadas que salen en la tele. Poco despu¨¦s la recibe un hombre de unos cuarenta a?os, con el pelo escandalosamente te?ido. "Se?orita: creo que es usted la persona que estamos buscando; a ver, vu¨¦lvase. S¨ª, s¨ª: estoy seguro de que no me equivoco. Vaya usted a esta direcci¨®n; h¨¢gase las fotos para nuestro cat¨¢logo y espere nuestra llamada telef¨®nica. "
Por primera vez en su vida, Angelita posa ante una c¨¢mara, que est¨¢ posiblemente descargada. A continuaci¨®n, el operador le dice: ?Son 3.000.? Ella pregunta: ??Fotos??, y ¨¦l responde: ?No; pesetas.? Ella paga.
Nadie telefonear¨¢ jam¨¢s a Angelita S¨¢nchez.
Tampoco seguir¨¢ nadie los pasos de los vagabundos, ocasionales o de oficio. Nadie seguir¨¢ al due?o de la mesita, el cubilete y el dado, que siempre gana a los apostadores junto a los estadios y en las verbenas; nadie podr¨¢ demostrar que el vecino del cuarto se gana la vida como guardaespaldas; nadie podr¨¢ distinguir a la luz del d¨ªa a un ap¨®crifo vendedor de libros de un joven ministro del Gabinete.
Nadie puede condenar a los madrile?os que consiguen llegar a fin de mes, aunque sus cuentas no nos salen. No hay un pecado m¨¢s venial que el de sobrevivir en Madrid.
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